Eduardo Zapata
Arriba del sombrero
Ante las pretensiones absolutistas, estrategias racionales

Buscar una entelequia –aunque sea irreal– suele ser recurso muy humano para dar sentido a la existencia. Precisamente pensando en ese ´sentido´ entre nosotros, hemos de admitir que se ha caído en la formulación de una educación que no solo ha tergiversado la historia, también ha sembrado una semilla de pesimismo muy propicia para complejos de inferioridad y para victimizaciones. En ese contexto, nadie es culpable y siempre, siempre, otro lo es. Desde donde es fácil abrir las puertas a soluciones soberbias y autoritarias.
Adolfo Hitler tal vez nos sirva de ejemplo de lo que afirmamos. Aquel hombre de pequeña estatura, marcado por las humillaciones derivadas de la pobreza y las pérdidas ocasionadas a Alemania por la Primera Guerra Mundial, compensó su desesperada limitación con el desenfreno del absolutismo. Y halló en los judíos a los culpables de los males de la patria.
La psicopatía derivada de los complejos lo llevó a buscar –muy en serio– el Santo Grial. De acuerdo a tradiciones reconocidas por muchos, el Grial es el cáliz, dado por José de Arimatea, que Jesús usó en la Última Cena para consagrar el vino y que también, según muchos, contuvo la sangre que salió de la herida del costado de Jesús en la crucifixión. La búsqueda de aquella reliquia religiosa era importante porque la misma tenía la capacidad de conferir un Gran Poder para vencer no solo en el campo militar sino en cualquier otro.
De hecho, Hitler ordenó a Heinrich Himmler que organizase la Ahnenerbe, Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana, que devino en la búsqueda de aquella “arma entre las armas”: el Grial. Fue un costoso ejercicio para –entre las diversas actividades, lindantes todas con el misticismo y el ocultismo– asegurarse de la perpetuidad en el poder y expandirlo al mundo todo.
Los cien años del Imperio Incaico se han convertido en el todo idealizado de nuestro pasado prehispánico. Los años de la conquista y del Virreinato, en sinónimo de despojo. Curiosamente –y no siendo prehispánicos– muchos sufren también por la ´pérdida´ de territorios que fue mermando esa dominación extranjera. Y, finalmente, los 200 años de Independencia con sus doce constituciones y suma de revueltas militares, nos hacen pensar idílicamente en una República declarativa que jamás existió sino en el texto. No existió, pero también ´la perdimos´.
Y en este contexto otro papel se convierte en el profano Grial de muchos en nuestro país: una nueva Constitución vía una Asamblea Constituyente. A la que se oponen los ´enemigos y culpables de nuestra postración´; los ´obstruccionistas´, es decir todos los que disientan de la propuesta. Propuesta a la que aspiran curiosamente los que ven a la escritura y el papel como instrumentos culturales ´superiores´ al pasado que dicen admirar y que adhieren entonces al poder mágico de la palabra escrita. Ella, nuestro Grial, transformará la dolorosa situación de abandono de mayorías para las cuales sus heridas no se curan en verdad con palabras.
Tratar de pararse sobre las puntas de los pies no nos hará más altos; usar prótesis en el calzado, tampoco; y visibilizarnos con un sombrero de copa infinita permitirá tal vez que algún extranjero despistado sienta ´simpatía´ por el originario que llegó al poder. Pero aferrarnos al simbolismo para victimizarnos fuera y al animismo de la letra para redimirnos dentro no ayudará a construir la patria que todos los peruanos merecen.
Son tiempos de ponderación racional, no de pasiones desenfrenadas. A las pretensiones absolutistas se les debe oponer estrategias precisamente racionales. Sin concesiones.
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