Jorge Varela

Ángeles y hadas del mal

Personajes característicos de nuestro tiempo

Ángeles y hadas del mal
Jorge Varela
27 de junio del 2023


¿Cuál es el conjunto ideal de principios que un padre o madre diligente debería seguir con la finalidad de educar armónicamente a su prole, inculcándoles valores éticos universales? ¿Sería correcto que él y ella no intervinieran de manera directa en esta delicada misión de forjar el futuro de una nueva generación o dejarles abierta la posibilidad de que se comporten con liviandad como meros consentidores?

La náusea en lo público 

No es necesario ir muy lejos para hallar casos ilustrativos de conductas y actitudes que prescinden de normas elementales de convivencia humana en el ámbito familiar-comunitario, las que al proyectarse a la vida política, social o empresarial generan climas huracanados y turbulentos. Diversos conflictos actuales comenzaron a gestarse al interior de hogares y espacios domésticos debido a la falta de una dirección orientadora y a la carencia de timoneles dotados de fortaleza moral.

Es en el espacio público –ese gran anfiteatro cubierto de vitrinas y espejos en el cual resulta imposible esconder la basura e impedir al mismo tiempo que se expanda el hedor nauseabundo que revolotea cerca del despacho personal, oficina, gabinete, actividad profesional, productiva o de servicios– donde se percibe en su real dimensión los efectos dañinos de una mala formación familiar.

Se atribuye al argentino Néstor Kirchner haber expresado que “para hacer política se necesita plata”. Sin plata, no se pueden financiar prebendas, y sin prebendas no hay lealtades ni recursos materiales para procurarse impunidad. Es el dinero como factor de poder e instrumento de dominación (Alfredo Sábat, “El mayor de los riesgos: naturalizar la corrupción”. La Nación, 17 de junio de 2023). 

La corrupción como mal endémico 

“La constante exposición a estos quebrantamientos groseros de las normas está sembrando en las mentes de muchas personas ajenas al poder la idea de que la corrupción es inevitable, de que forma parte de la escena política… Ese es el verdadero peligro que corremos: naturalizar la corrupción como un mal endémico con el que hay que convivir porque no tiene solución” (Alfredo Sábat, “El mayor de los riesgos: naturalizar la corrupción”) . 

“Los ciudadanos… saben del profundo mal que representa la corrupción, pero lo perciben lejano. Están impelidos a resolver problemas mucho más inmediatos y angustiantes en lo personal y familiar: la falta de trabajo, la dilapidación del esfuerzo de toda una vida, la economía personal en ostensible decadencia y una inseguridad apabullante que podría terminar con sus vidas y las de sus seres queridos”.

Desalmados, corruptos y corruptores 

Hemos leído acerca de situaciones tremendamente nefastas para el bien común de la sociedad, protagonizadas por personajes que no han sabido distinguir lo malo de lo bueno o que, sabiéndolo, han preferido enredarse en operaciones poco claras para el bienestar de la sociedad. Se trata de discípulos de una escuela amoral que les ha graduado para que actúen como seres facinerosos, deshonestos y corruptos con licencia para cometer tropelías. 

Hay grandes casos de corrupción a nivel continental, y que involucran a empresarios, funcionarios públicos, dirigentes políticos y presidentes. Llámense Alejandro, Rafael, Néstor, Luiz Inácio, Nicolás, Daniel o Jorge, lo que importa no son sus dichos, sino los hechos y el desenlace de los mismos, las consecuencias. En un mundo contemporáneo áspero –materialista y éticamente retorcido– siempre habrá un hada madrina o un ángel malvado dispuesto a cualquier truco o negociación para favorecer a un compadre predilecto o a un hijo consentido; nada ni nadie le detendrá para sacar del camino a quienes se interpongan en la meta del regalón preferido. Aunque simule tener un trato suave y afable, esmerándose por exhibir modales delicados, su naturaleza falsa indicará de qué barro está hecho su ser miserable. 

El calificativo de mero ‘consentidor’ no parece pues, que sea la palabra exacta para referirse a ese gobernante o funcionario indecente que abusa de su rol, función o autoridad con el objetivo perverso de obtener provecho personal y beneficiar a sus parientes, camaradas, compañeros, socios o amigotes. Incluso los términos de ‘protector’, ‘padrino’, ´jefe de jefes´ o ‘tío’ no sirven para expresar cabalmente su verdadera naturaleza: la de ser un abusador, un deshonesto, ‘un chorro’, estafador, mafioso, corrupto y corruptor (‘chorro’: ladrón, en Argentina).

Jorge Varela
27 de junio del 2023

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