Manuel Gago
Alberto Fujimori y los millennials
¿Cómo hacerles entender?

Las elites abandonaron a las masas. No hay manera de que yugos desiguales vayan juntos hacia el mismo norte. Las personas educadas, en el contexto de la palabra, rehúyen a las medianías. Se alejan de las mediocridades, las abandonan a su suerte en sus espacios, sin mirar más allá de sus narices.
A mis veinte años –cuando un teléfono fijo era un privilegio y, por azúcar y leche, había que hacer largas colas– leía a Jean-Francois Revel en La Prensa. En una de sus columnas, el filósofo francés señalaba que se avecina una denominada “miamización” de la cultura. Un estándar nada halagador cortaría con la misma tijera a la humanidad entera. El pronóstico se ha hecho realidad. El Gran Hermano tuvo su versión en alemán. El mismo formato que los consumidores de televisión local vieron en los programas de Magaly Medina.
Los políticos y las ideologías se enfrentan para lograr el control de esa masa. Y por lo que se ve, va ganando el socialismo. El lenguaje que utiliza y las causas que lidera atraen más a los jóvenes en este mundo globalizado. Principalmente logran conmover con relatos vinculados al medio ambiente y la igualdad de género. Desprevenida la inmensa mayoría –como es de suponer, carentes de cultura política, social y económica–, abrazan brisas socialistas y son conducidos sutilmente hacia el vendaval prometido para la región Latinoamericana por el chavista venezolano, Diosdado Cabello, el número dos de la dictadura. La miamización y el ideario del marxismo renacido conducen a los pueblos hacia otras venezuelas y cubas. Profesores, como Pedro Castillo, desde las aulas, contribuyen enormemente a este escenario.
Para el promedio de los millennials, la historia de la humanidad comienza el día que nacieron. No hay nada antes de ellos, lo que es una condición perfecta para conducirlos por el camino que el marxismo ha preparado para las generaciones venideras. Esto, bajo la mirada indiferente de las elites económicas –las que soportan la viabilidad de los pueblos– todavía aisladas en sus apartados y enclaves; sin percatarse de que, tarde o temprano, las riquezas se destruyen en aquellas sociedades insatisfechas y hambrientas.
¿Cómo hacerles entender a los jóvenes que son descaradamente engañados? Protestan contra la ratificación del indulto otorgado al ex presidente Alberto Fujimori por parte del Tribunal Constitucional (TC). Con escasas excepciones, no leen ni escuchan a los constitucionalistas que aseguran que no hay marcha atrás.
No obstante, los antifujimoristas y organizaciones de derechos humanos pueden apelar la resolución del TC una y mil veces. Ellos están pendientes para ver si la Corte IDH desdice su anterior resolución sobre el indulto: “la controversia debe verse por la justicia constitucional en sede nacional”. En este devenir, no llama la atención que abogados antifujimoristas deshonren el derecho por el que juraron, haciéndoles más caso y, con artimañas, a sus posturas políticas de talante irreconciliable.
Y así, la historia es transformada y los hechos olvidados. Relatos distintos son machacados de tal manera que para los desorientados jóvenes los senderistas son los héroes; y quienes, pusieron el pecho para defendernos, los canallas.
Por más de 20 años, una bien montada estrategia nacional e internacional ha destruido, en la evaluación de los resultados, lo bueno que los peruanos heredamos de la gestión de Fujimori. Sobresalen la recuperación económica, la pacificación y las obras públicas. Quien mucho hace, tiene más probabilidades de equivocarse y de cometer errores, infracciones y delitos. Quien nada hace, aparece blanqueado, como un sepulcro.
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