César Félix Sánchez
Ahí viene el Señor por las calles
Por segundo año consecutivo no habrá procesión en Lima

Siempre es bueno –y en ocasiones imprescindible– ir más allá de la política, «esa Circe que transforma a los hombres en cerdos», como diría un autor, y elevarnos hacia lo Imperecedero. Aunque el permanente espectáculo grotesco que da el gobierno con el que hemos sido castigados los peruanos, gracias a los caviares y otros fariseos, nos llame a distracción permanente, sea para la risa o para la cólera.
Una de las características del reino de la cantidad, de la Kali Yuga en la que vivimos es la sobrevaloración del activismo. Incluso entre el clero, la otrora casta de los contemplativos, «hacer cosas» se ha convertido en la mayor de las urgencias, por sobre la vida interior. Y entre los laicos, especialmente los «comprometidos», es aún peor. Lo más curioso de todo es que «hacer cosas» últimamente consiste en cultivar el dudoso apostolado de «emitir opiniones» en las siempre riesgosas aguas de las redes sociales, que muchas veces no son más que ocasiones de desahogo emocional barato y a veces de narcisismo. De ahí que, contrariamente a lo que señalaba el Santo Cura de Ars –«nada bueno puede hacerse después de las diez de la noche salvo dormir y rezar»–, tengamos a activos capellanes de whatsapp mandado «mensajes espirituales» o incluso meros chismes de sacristía a horas dudosas de la madrugada.
Pero sobre el hacer está el ser. Y sobre la multiplicidad de entes contingentes y caducos está el Ipsum Esse Subsistens, el Acto Puro, la Mente Que Se Piensa A Sí Misma, el Primer Motor Inmóvil y la Causa Incausada, es decir Dios.
Hoy, por segundo año consecutivo, en muchos lugares del Perú no saldrá el Señor de los Milagros. Y aunque ya hay eventos públicos masivos permitidos, los contagios y los muertos, igual que en la primavera del año pasado, han caído, y la vacunación, esa cada vez más dudosa panacea, avanza, parece que la procesión sí sería un evento contagioso, el único de esta índole.
El año pasado, en pleno vizcarrato, el país tuvo el dudoso honor de ser aquel en que las limitaciones a la libertad de culto fueron más drásticas y extensas temporalmente en el mundo. Mientras regiones de Bolivia y Ecuador volvían a las misas públicas en julio y Colombia y Chile lo hacían a nivel nacional en septiembre, se tuvo que esperar a la vacancia de noviembre para que recién el Estado levantase las restricciones para el culto de manera oficial. Además, a diferencia de países gobernados por la izquierda como España o Argentina, no se permitió expresamente la circulación de ministros religiosos entre los exceptuados de la inmovilización social obligatoria. Los sacerdotes y pastores tuvieron que circular o bien de manera clandestina o bien mediante la reserva mental de considerarse «cuidadores de personas ancianas».
Aun en octubre de 2020 podría haberse establecido algún tipo de circulación del Señor de los Milagros que no entrañase necesariamente un riesgo sanitario real o imaginario. Desde la posibilidad de transportarlo en un vehículo apropiado que circule extraordinariamente en la noche después del toque de queda, para que los devotos puedan verlo desde sus casas, hasta lo que se hizo con la Virgen de Chapi en Arequipa en mayo de ese mismo año, durante tiempos de cuarentena dura: un paseo en helicóptero por la ciudad financiado por la caridad de la empresa privada. Pero nada de eso se hizo en Lima. Y no solo por la hostilidad del poder temporal (que, al fin y al cabo, podría haber sido quebrada), sino también por la misma hostilidad de algunos jerarcas católicos hacia la piedad popular.
Al igual que con la polémica de la imposición de la comunión en la mano, aquí estamos ante designios teológicos que, con el pretexto de la crisis sanitaria, buscan imponer determinadas praxis modernistas en un pueblo todavía tradicional en algunos de sus gestos de piedad. Las devociones populares y, en sí, toda la vida sacramental tradicional de la Iglesia deben ser reemplazadas, según estos heterodoxos a veces en puestos muy encumbrados, por una gnosis, una especie de conocimiento salvífico orientado exclusivamente a la praxis política posmoderna: ecología, «acompañamiento» a las múltiples «diversidades» y globalismo. Eso sería lo único importante.
Pero Stat crux dum volvitur orbis! La cruz permanece mientras el mundo gira. Y más temprano que tarde, el Crucificado volverá a recorrer Lima, ciudad de la que es guarda y custodio jurado por proclamación ya multisecular del cabildo. Y el viejo y evocador cántico de las sahumadoras –¡Ahí viene el Señor por las calles!– volverá a escucharse, para confusión de los anticristianos de fuera y dentro de la Iglesia.
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