Heriberto Bustos
Acechando la meritocracia
Para evitar el deterioro del magisterio

Ahora que el prestigio del maestro peruano, por ciertas actitudes distanciadas del profesionalismo, ingresa negativamente en una especie de caída libre, debemos en primer lugar mostrar nuestra indignación por la pretensión de funcionarios del Ministerio de Educación de eliminar la meritocracia bajando el nivel de exigencia de la prueba de ingreso a la carrera. Y en segundo término expresar preocupación por el silencio cómplice de instituciones como el Consejo Nacional de Educación y de quienes aducen representar intereses educativos nacionales: Foro Educativo y Defensoría del Pueblo, entre otros; sin olvidar instituciones internacionales “comprometidas”, cuyos equipos mayoritariamente subsisten con recursos del Estado.
Si algo de identificación con el progreso del país queda en nosotros, importa rescatar la verdadera imagen del buen maestro y la trascendencia de su cercanía a los estudiantes que marcha estrechamente relacionada con las expectativas y confianza que los padres de familia ponen en él. Ocurre que cualquiera no puede ser profesor. Recordemos que José Antonio Encinas (1932) afirmaba: "Cuando la sociedad actual se sacuda del egoísmo y los prejuicios que aniquilan sus más vitales funciones y cuando el maestro dé su parte, deje de lado la rutina y se transforme en líder social, entonces el magisterio habrá sobrepasado en importancia a cualquier actividad humana".
Siendo tarea educativa la formación integral de los futuros ciudadanos, resulta oportuno transcribir el contenido de una carta (vigente y adecuada en la actual coyuntura), dirigida por Abraham Lincoln (1830) al profesor de su hijo, invocándole:
Querido profesor, mi hijo tiene que aprender que no todos los hombres son justos ni todos son veraces, enséñele que por cada villano hay un héroe, y que por cada egoísta hay un generoso; también enséñele que por cada enemigo hay un amigo y que más vale moneda ganada que moneda encontrada. Quiero que aprenda a perder y también a gozar correctamente de las victorias. Aléjelo de la envidia y que conozca la alegría profunda del contentamiento.
Haga que aprecie la lectura de buenos libros, sin que deje de entretenerse con los pájaros, las flores del campo y las maravillosas vistas de lagos y montañas, que aprenda a jugar sin violencia con sus amigos. Explíquele que vale más una derrota honrosa que una victoria vergonzosa; que crea en sí mismo y sus capacidades, aunque quede solito, y tenga que lidiar contra todos; enséñele a ser bueno y gentil con los buenos y duro con los perversos. Instrúyalo a que no haga las cosas porque simplemente otros lo hacen, que sea amante de los valores; que aprenda a oír a todos, pero que, a la hora de la verdad, decida por sí mismo. Enséñele a sonreír y mantener el humor cuando esté triste y explíquele que a veces los hombres también lloran.
Enséñele a ignorar los gritos de las multitudes que solo reclaman derechos sin pagar el costo de sus obligaciones; trátelo bien pero no lo mime ni lo adule, déjelo que se haga fuerte solito. Incúlquele valor y coraje, pero también paciencia, constancia y sobriedad… Entiendo que le estoy pidiendo mucho, pero haga todo aquello que pueda.
Ser maestro no solo implica enseñar, también significa aprender de quienes nos rodean. Allí radica la importancia de la meritocracia que, al complementarse con el ejemplo y la acción comprometida, evitará el desprestigio o deterioro de nuestra profesión.
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