Cecilia Bákula

A un año del inicio de la pandemia

El detonante de una crisis que nos golpeó brutalmente

A un año del inicio de la pandemia
Cecilia Bákula
14 de marzo del 2021


Hace un año, el mundo se debatía ante la incertidumbre de cómo se debía afrontar una epidemia que rápidamente se convirtió en pandemia, amenazando la vida humana en todo nuestro planeta y obligando a los Estados a tomar acciones inmediatas, sin que hubiera mucho tiempo para la planificación. En esos momentos iniciales, la respuesta del Perú fue muy acertada, y mereció el reconocimiento de otros países. Empezamos a vivir un tiempo nuevo, en una estricta cuarentena que, si bien se reconoció como eficiente y oportuna, solo fue eso, un inicio.

Hace un año que el país vive en una zozobra sin igual; o por lo menos, sin que nuestra memoria, por limitada y frágil que resulte, recuerde algo semejante. No hay una sola persona, por iluminada, imaginativa o visionaria que hubiera podido prever que el 2020 fuera de tanto dolor, miseria, muerte, desesperanza, angustia, desazón, impotencia, asombro, desgobierno, crisis política y escándalo. Si la cruda realidad sanitaria nos golpeó brutalmente fue solo, creo, el detonante de una crisis que se mostró con toda crudeza en casi todos los ámbitos de la actividad nacional,  en todas las regiones. Afectó, sin lugar a dudas, a toda la Nación e hirió el alma del pueblo.

Creo que más que la pandemia misma, ha sido la crisis institucional de casi todas las instancias del Estado lo que ha motivado que el año 2020 pueda ser considerado como el peor año de las últimas décadas. Esa crisis de personas, de valores, de principios ha castrado, en mucho, nuestras justas esperanzas de desarrollo y de prosperidad y truncó cualquier posibilidad de que se afianzarán los mínimos indicios de crecimiento económico.

Ahora que se cumple un año desde el inicio de este infierno, podemos mirar hacia atrás y ver cómo es que estamos sufriendo no solo una pandemia que afecta la salud de todo el mundo, sino las consecuencias de 10 años de caos político, de incapacidad, improvisación, corrupción, marchas y contramarchas, desplome económico, crecimiento de la pobreza extrema y falta de planes realizables. Y lo peor, en estos 10 años se entronizaron los antivalores, el robo, la coima, la mentira, el aprovechamiento y la usura. A lo que agregamos, lamentablemente, la pérdida de fe de los ciudadanos en sus autoridades y en sus instituciones. Hemos visto cómo el Estado no estaba preparado para hacerse cargo de los ciudadanos que son su responsabilidad; comprobamos un sistema educativo cada vez más pobre. Y muchos, miles, sufrieron la inexistencia de sistemas de salud pública.

No obstante, como un milagro divino, así como vimos casos de deshonra, impunidad, traición y grotesco afán de aprovechamiento, en esta pandemia han aparecido también héroes, luchadores, personas que han hecho gala de resiliencia. Y así como hay individuos que sobresalen por sus virtudes, hemos visto aparecer las peores sombras y lo más deleznable de la condición humana.

Este año nos ha permitido tomar conciencia del valor de la vida, de la necesidad de ser solidarios, de ver más allá de nuestras propias narices y de ser empáticos con el prójimo, con esos miles de peruanos que han perdido vidas, trabajo, esperanzas y futuro. Hemos aprendido a valorar la libertad frente al encierro; y todos, de una u otra manera, hemos puesto en la balanza lo indispensable frente a lo accesorio.

No cabe duda de que podemos, todos, sacar enseñanzas de esta experiencia. Y ya que nos enfrentamos, además, a un proceso electoral, vale la pena recordar que somos responsables de nuestra única forma de participación política directa. Por ello, en esta oportunidad más que en cualquier otra, estamos decidiendo, de verdad, el destino del Perú. No se trata de que haya una opción parecida a la otra, se trata de que se podría estar poniendo en juego el sistema de gobierno y las pautas de nuestras formas políticas. Recordemos que el futuro depende no solo de quien gane las elecciones, sino de que esa persona sepa gobernar, quiera gobernar y entienda que gobernar es servir y no atrapar el poder cual botín.

¿Cómo olvidar que en un año hemos tenido tres presidentes, con lo que ello significa de enfrentamientos, desgaste, retroceso, pérdida de credibilidad? ¿Cómo olvidar que se nos ha mentido con un desparpajo nunca antes visto; que se nos ha engañado? Y ha sido tanta la falsedad que pareciera que, como sociedad, quedamos catatónicos e imposibilitados de despertar a tiempo, porque las reacciones colectivas que hubo en un momento no fueron más que el resultado de unos titiriteros. Y contra los que reaccionaron y se expresaron en oposición, ha habido intentos furibundos por hacerlos callar.

Sin embargo y dentro de ese panorama, vivimos también la circunstancia de la conmemoración del bicentenario de la independencia nacional. Es, sin duda, una oportunidad no solo para reflexionar, sino para soñar; para aferrarnos a la certeza, por pequeña que resulte, de que el futuro sí existe para el Perú, que no somos ni un país fallido ni una mala experiencia política en América. Que no somos una república inconclusa, sino una Nación joven que busca, con denodado esfuerzo, el camino hacia un mañana de luz.

Cecilia Bákula
14 de marzo del 2021

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