Carlos Adrianzén

A doble cachete

La demagógica tentación del control de precios

A doble cachete
Carlos Adrianzén
25 de mayo del 2020


En momentos tan aciagos como los actuales, abundan las propuestas para controlar los precios de artículos de primera necesidad: medicamentos, intereses o pensiones. Tanto casi como los aparentemente empáticos personajes que las proponen. En estas líneas nos preguntaremos si controlar el precio de algún bien o servicio –por decreto u ordenanza– resulta algo bondadoso; o si estas iniciativas solo disfrazan afanes de popularidad (demagogia) u oscuros arreglos entre burócratas y privados (oenegés y mercaderes).

Pero, ¿cuáles son los efectos económicos de controlar un precio? La respuesta que le dará cualquier libro de texto de economía es directa. Los controles de precios racionan la oferta de los bienes y servicios sobre los que se aplican. Y que es muy difícil hacerlo óptimamente. De hecho, fijar un precio es una tarea en la que donde el error es la norma. La posibilidad de controlar un precio exactamente sobre su valor justo (léase óptimo) es cero. Es una opción entre infinitas posibilidades. 

Si se controla el precio por encima de su valor de mercado (la opción mercantilista), se empobrece a los consumidores cobrándoles más de lo que se debería y se enriquece a un amiguito del burócrata; obligando, por disposición gubernamental, a que le paguemos mucho más por lo que el mercader vende. Al final se consume mucho menos de ese bien o servicio. En este caso, el mercader sonríe temporalmente y la sociedad pierde.

Si, por el contrario, se controla el precio por debajo de su valor de mercado (opción demagógica), los ofertantes reducen su oferta, generándose colas y desabastecimientos. No olvidemos el control de precios obliga a que se pague menos. Al final aquí también, dada la retracción de la oferta, se consume mucho menos de ese bien o servicio. En este otro caso, el consumidor sonríe temporalmente, hasta que el producto desaparece del mercado, aparecen las colas y el mercado negro y la sociedad pierde. Si hablamos de medicamentos, algunos fallecen: si hablamos de intereses, algunos quiebran. Claro, invisiblemente.

Pero los controles de precio tienen otra característica. Constituyen una fuente empática para propiciar más corrupción burocrática. Los gobernantes demagogos saben cómo engañar al pueblo y arreglarse con los mercaderes turbios. Por un lado, ofrecen controles de precios, pensiones o intereses, bajitos. Pero luego, cuando los bienes controlados desaparecen del mercado, llegan las oscuras negociaciones entre los burócratas y los mercaderes (incluyendo a sus oenegés). Y con ellas, los cambios de calidad, de denominación y hasta los famosos paquetazos o desembalses de precios. 

En simple: empobrecen al consumidor y enriquecen a los burócratas corruptos y sus mercaderes patrones. Y todavía nuestra gente rara vez se da cuenta que ha sido esquilmada por el político –y ciertas oenegés de defensa del consumidor– que no pocas veces medra de denunciar y hacer propuestas demagógicas, mientras luego intima con ciertos mercaderes involucrados.

Una característica fundamental de los gobernantes marxistas y marxistoides (y de su variante light, los progresistas) es que detestan la libertad de la gente. Les quieren disponer qué consumir y a qué precio. En estos afanes, ellos fluctúan en sus devaneos con la demagogia y el mercantilismo. Para ello se convierten en los grandes vendedores de los controles de precios; a los que etiquetan como parte de su lucha contra los monopolios y los abusos contra los consumidores. Respecto a los monopolios, nos esconden convenientemente, que estos solo persisten gracias a las barreras legales (controles, licencias, etc.) que ellos –desde la burocracia– les proveen. Que, en ausencia de barreras de acceso a todos los mercados, los monopolios son una suerte de perros con bocado. Y sostienen además que en casos de guerra (como en el caso actual de la guerra contra el virus proveniente de la China) es necesario controlar precios. Esconden a nuestro pueblo la realidad: que los controles de precios siempre lo dañan. Generan, además de corrupción, desabastecimiento, colas y mercados negros.

En la actualidad, en medio de la severa recesión causada desde el Gobierno a nombre de combate al virus oriental, mucha gente ha perdido ingresos y/o empleos. Frente a este cuadro, lo peor que podríamos hacer en generar racionamientos –escasez– de productos de primera necesidad, vía los controles de precios. Controlar los precios de los medicamentos necesarios para combatir el Covid-19 implica más que una barbaridad. Costaría vidas humanas. A esto agreguémosle, los cantinflescos protocolos que dejan fuera del mercado a los mercaderes pequeños, lo cual reduce el mercado, encarece los precios y maximiza las coimas y las dádivas.

Por esto, para enfocar este caso con propiedad es bueno recordar dos puntos. El primero es que si una cadena hoy ejerce abuso (de posición de dominio) contra el consumidor, los contribuyentes contratamos a miles de burócratas en el Indecopi y fuera de él para que esto no suceda nunca. Pero nuestros burócratas lucen pintados y culpan a firmas con alta participación de mercado. Segundo, existe una regulación que obliga a las cadenas farmacéuticas a tener un stock apropiado de medicamentos genéricos –a precios bajos– y obliga meridianamente a cientos de burócratas a monitorear ejemplarmente que esto suceda. Pero también estos lucen matizados y sus oenegés supuestamente involucradas con la defensa del consumidor (que también maman de la misma teta) no dicen nada, culpan a los ofertantes y piden racionamientos, escasez de medicamentos, corrupción burocrática… perdón, controles de precios a los medicamentos. 

Pareciera que, incluso dentro de la dolorosa pandemia y la recesiva acción estatal en su nombre, a estos burócratas y sus oenegés solo les interesa su platita. Medran a doble cachete con demagogia y mercantilismo.

Carlos Adrianzén
25 de mayo del 2020

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