Jorge Valenzuela

70 años

70 años
Jorge Valenzuela
06 de agosto del 2014

A propósito del cese de los docentes universitarios mayores de 70 años

En la segunda parte de su ensayo Sobre la libertad (1859), titulado “De la libertad de pensamiento y discusión” Mill se ocupa de la defensa de la libertad de opinión como el mecanismo más efectivo para hacerle frente a los gobiernos tiránicos y corruptos, pero también a cualquier tipo de fundamentalismo ideológico o de opinión cerrada o sin fundamento. Para Mill es inaceptable que cualquier gobierno o partido político quiera imponerle ideas a la sociedad y, peor aún, que considere que haciéndolo, le hace un bien. La libertad de opinión, dice Mill, es esencial para la democracia porque permite cambiar el error por la verdad o hacer que la verdad brille con la fuerza que le proporciona la evidencia.

Para Mill, la libertad de opinión permite que los seres humanos puedan desarrollar un juicio y someter lo que creen al escrutinio de los que piensan lo contrario, algo que, por cierto, una parte significativa del actual Parlamento no entiende, aferrándose a verdades a medias sin considerar el daño que puede causar una norma o una ley. Nadie, pues, tiene la verdad absoluta y cualquier negativa a la discusión, al acallar la libertad de opinar de los demás, supone una absurda infalibilidad cuyo precio se paga con el sufrimiento de la población.

La nueva Ley Universitaria, con el inaceptable destierro de los profesores mayores de 70 años a sus casas, perpetra un abuso contra los derechos de quienes, en el ámbito educativo, pueden seguir enriqueciendo con su experiencia y conocimientos a las jóvenes generaciones. Suponer que el solo hecho de cumplir 70 años inhabilita a alguien para la docencia e investigación, e incluso para la creación intelectual, es un disparate que no soporta el menor análisis y que da pie a que la nueva norma universitaria no sea tomada en serio o sea vista, simplemente, como un vil instrumento político para beneficiar a aquellos que estuvieron detrás de su promulgación. De este modo, esta nueva ley, que en su artículo 84 permite ese abuso, demuestra en los hechos, como sostenía Mill, que cualquier verdad, cuando se sostiene en el espíritu sin la debida discusión racional o se convierte en el instrumento de la iniquidad, termina adoptando el semblante de una creencia, de un prejuicio y hasta de una superstición que, cuando es llevada a la práctica puede llegar a ser inhumana.

¿Acaso no somos conscientes del daño físico y mental que se le produce a una persona mayor cuando se le despoja de la posibilidad de aplicar y compartir sus cualidades intelectuales y se la somete a un proceso de aislamiento social? ¿Queremos ver a nuestros mejores periodistas (pienso en César Lévano, por ejemplo), poetas, lingüistas, biólogos, matemáticos morir, literalmente, en la soledad de sus hogares privados de la fuente que estimula su inteligencia, esto es, el diálogo con la juventud?

Por ello, para evitar tropelías e injusticias de este calibre, el cultivo de nuestro entendimiento debía consistir, según Mil, en averiguar los fundamentos de nuestras propias opiniones, en primer término, como de las opiniones contrarias, sin proceder a su intolerante descalificación. De este modo, es decir, atendiendo a los fundamentos tanto en pro como en contra, las verdades que tenemos como tales bien pueden ser mejor comprendidas. Ese es el ejemplo de la dialéctica socrática, dice Mill, que consistía en una discusión negativa de las grandes cuestiones de la filosofía y de la vida, dirigida con un arte consumado a convencer a aquellos que meramente habían adoptado los lugares comunes no meditados ni bien racionalizados (en este caso el parecer del Ministerio de Economía que ve en el cese de docentes mayores de 70 años un ahorro para el Estado) sin atender a sus verdaderos fundamentos o razones.

Para Mill lo importante, y esa es también nuestra tarea, es que aquellos que son incapaces de cambiar lo hagan a la luz de las evidencias y que, finalmente, entiendan que la democracia, en la que todos tenemos el derecho de discrepar, es esencial no solo para nuestra supervivencia política, sino también para nuestra supervivencia como especie humana.

Por Jorge Valenzuela

Jorge Valenzuela
06 de agosto del 2014

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