LA COLUMNA DEL DIRECTOR >
Las condenas a Alberto Fujimori
La polarización fujimorismo versus antifujimorismo

Es interesante anotar cómo una narrativa dominante se expresa en algunos medios y sectores que celebran como un acontecimiento histórico, que refleja la consolidación de una democracia y la independencia de poderes, la condena de Alberto Fujimori por el caso Barrios Altos y la Cantuta. ¿Y si en realidad a partir de ese acontecimiento empezó esta perpetua crisis política que aflige al espacio público? El relato predominante señala que las nebulosas de “la autoría mediata” —un verdadero muñeco jurídico—, que sirvieron para la condena de Fujimori, fundaron una especie de tradición democrática en el Perú.
Sin embargo, el maniqueísmo en esta narrativa sobre la reciente historia debería contrastarse con otras hipótesis, con posibles ucronías, para enriquecer el debate público. Todos sabemos que las condenas a Alberto Fujimori —más allá de la corrupción y las evidentes violaciones de Derechos Humanos que hubo— en realidad fueron sentencias políticas. ¿Cómo Fujimori pudo dirigir un “aparato centralizado de exterminio” si encabezó la mayor alianza entre el Estado y las masas campesinas de nuestra historia? Sin la irrupción de las muchedumbres rurales que molieron al aparato de guerra comunista, el Perú estaría empantanado en el terrorismo, como Colombia.
Argumentos más, argumentos menos, para el zurcido de “la autoría mediata”, vale hacerse la siguiente pregunta: si en vez de tomar la decisión política de condenar y encerrar a Fujimori —con una sentencia discutida fuera de los tribunales— se hubiera avanzado a una forma de pacto, ¿habrían existido Toledo, Humala, PPK y Villarán, por ejemplo? Sin esa condena que inauguró tres décadas de polaridad fujimorismo versus antifujimorismo no habría surgido tanto esperpento político, y en el Perú existirían una derecha y una izquierda modernas, tal como acaeció en España y en Chile.
Y seguramente el fujimorismo hubiese mutado hacia una derecha moderna, porque una de las condiciones de ese pacto habría sido que Alberto Fujimori no regrese a la política. Y con una derecha e izquierda modernas —luego de haber sido fundadores del modelo chavista con el velascato, la hiperinflación, y el terror comunista— el Perú habría sobrepasado largamente a Chile y la pobreza peruana estaría por debajo de los diez puntos.
Sin embargo, los marxistas, los socialistas y los anticapitalistas de las últimas tres décadas, tenían que vengarse de Alberto. No porque fuese autoritario o dictador, porque para ellos la democracia es un asunto de correlación de fuerzas (ya lo vimos en el referéndum), sino porque el fujimorismo le quitó a los pobres, los dejó con los barrios mesocráticos de la Costanera y demolió el sistema velasquista —que forjó una clase media estatalista— obligándolos a trabajar por más de una década.
Como Alberto no había construido partidos, por su visión mesiánica de la política y había contribuido a desaparecerlos, la venganza marxista se consumó. Si hubiese habido partidos quizá el Perú habría enrumbado hacia un pacto a la española o chilena. Triste.
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