A través de la prensa de los Estados Unidos se acaba de...
Cuarenta años atrás América Latina superaba en casi todos los indicadores económicos y sociales a Asia en general. Hoy la región latinoamericana apenas representa el 8% de la economía mundial, en tanto que las economías asiáticas (incluyendo China, Japón y la India) alcanzan el 35% del PBI del planeta. Y todos las cifras y datos revelan que la región latinoamericana ha perdido cuatro décadas en relación con el avance asiático.
Hoy, por ejemplo, América Latina está rezagada con respecto a todas las áreas y continentes del mundo en cuanto a inversión, excepto el África subsahariana, y no hay indicios de que estas tendencias se vayan a modificar. Las narrativas y relatos en América Latina pretenden enrostrar el estancamiento a la “falta de políticas de industrialización”, “el neoliberalismo que abrió los mercados” y otras narrativas colectivistas. El triunfo de las izquierdas y los posteriores fracasos de estos sectores forman parte de esta lógica que envuelve a la región.
Las economías asiáticas desarrollaron una lógica central en sus modelos: el sector privado y la innovación tecnológica se convirtieron en los actores de la transformación social que contemplamos en las últimas cuatro décadas, y han llevado a muchos países asiáticos a alcanzar el desarrollo. En los señalados países se materializaron las reformas económicas de primera generación que, igualmente, han desarrollado casi todos los países de América Latina: ajustes macroeconómicos, desregulación de precios, mercados, y comercio internacional y papel subsidiario del Estado en la economía. Sobre esos pilares en los países asiáticos el Estado lideró una alianza público-privada en la investigación de ciencia y tecnología, desarrolló una reforma audaz en la educación y en el sistema de salud, y multiplicó las inversiones en infraestructuras.
De alguna manera la Guerra de Corea, la derrota de los Khmer Rouge en Camboya y las reformas pro mercado en China en el siglo pasado inmunizaron a los países asiáticos contra el colectivismo y la demonización del sector privado. En esos países a nadie se le ocurriría plantear el fetiche de la estabilidad laboral sobre la base de la brujería marxista que señala que los trabajadores crean la riqueza.
En América Latina también hubo ajustes macroeconómicos, desregulación de precios, mercados y comercio internacional. Sin embargo, en el preciso momento en que esas reformas llevaron a la región a convertirse en sociedades de ingreso medio, todas las reformas se paralizaron por los relatos y narrativas colectivistas. Es lo que sucedió de alguna manera en Brasil, Argentina, México, Chile, Perú y Colombia. Otros estados como Venezuela y Bolivia no solo detuvieron un nuevo ciclo de reformas, sino que saltaron al vacío con los modelos colectivistas que se derrumbaron el siglo pasado en los ex países de la Unión Soviética.
La región ha perdido casi todas las ventajas con las que contaba para intentar el desarrollo y destacar entre las áreas emergentes, incluso la población empieza a envejecer y la sociedad pierde el bono demográfico. Latinoamérica padece la prisión de los relatos, de las fábulas y las narrativas colectivistas, que impide comprender que el desarrollo y la erradicación de la pobreza solo provienen de la movilización de la inversión privada y los mercados.
Y solo es posible movilizar a la sociedad y a los mercados cuando una sociedad construye instituciones y predictibilidad que promueven y garantizan los contratos y el respeto a la propiedad, tal como sucedió en Asia; cuando la educación permite crear trabajadores calificados e innovadores que se enganchen en la revolución tecnológica, informativa y digital que sacude al planeta; cuando el sistema de salud garantiza la continuidad y la salud de los actores de la economía y cuando las infraestructuras posibilitan seguir expandiendo la innovación y los mercados.
Si bien es cierto que Asia incluye interrogantes como el futuro de China y las relaciones con la libertad, resulta incuestionable que la experiencia asiática confirma que el desarrollo y el capitalismo son la suma de capital institucional, capital humano y capital físico y material. América Latina se aleja por completo de esas variables.
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