Eduardo Zapata
UMBERTO ECO Y MÁS…

Relato personal sobre el semiólogo italiano
Mi primera clase con Umberto Eco fue en un palazzo del siglo XVII. Barroco y frescos en los techos abovedados. Eran los setentas, restricciones derivadas de la crisis del petróleo, calefacción apenas suficiente. Alumnos fumando plácidamente y dos alumnas sentadas en el suelo con sus perros.
Era la sede del Instituto del Arte, la Música y el Espectáculo en la ciudad de Bologna. Una propuesta académica dirigida por Eco que buscaba una convocatoria multidisciplinaria en saberes y haceres para que la palabra semiológica no estuviese encapsulada en la fórmula repetitiva, sino que anduviese en las aulas, pero también fuera de ellas. La vida es un espectáculo. Umberto Eco no le temía a esta palabra. Pensaba –y lo decía incesantemente- que había que saturar de cultura todos los instantes.
Llegado a Bologna gracias a la beca que Umberto Eco contribuyó a gestionar, empecé a vivir un concepto de universidad que me sedujo. Desde un espacio físico clásico, pero informalizado –y por eso libre- quedaba atrás el concepto de universidad entendida como alineamiento seriado de aulas pretendidamente impolutas. Para dar paso a un espacio dicente de una relación horizontal maestro/alumno. Un espacio donde las voces eran de los estudiantes, venidos de países distintos, convocados y guiados por la voz de un profesor con autorictas.
Pero la situación de la Italia de aquel entonces forzaba necesariamente a que las clases y las conversaciones continuasen fuera del Instituto. El pretexto podía ser compartir algún dulce en la vieja y acogedora Ditta Tamburini. O acaso un pretexto más empeñativo como compartir ideas y banderas a favor de la aprobación de la ley del divorcio. Todas estas voces y quehaceres bajo el manto de la acción colectiva. Diría yo del anonimato y nunca del protagonismo.
Si comparto estos recuerdos, lo hago no solo como memoria de y a un gran Señor. Lo hago por lo que tiene la vivencia de extrapolable para nuestros tiempos. Lo hago porque una auténtica universidad no son sus aulas, su marketing más o menos exitoso, ni publicaciones apresuradas. Se trata de profesores dueños de sus dominios, con discursos propios y no prestados; y se trata de alumnos con curiosidad intelectual, vocación y disciplina. Sabedores todos de que la palabra y el acto académicos son asuntos públicos y por eso espectáculo. Pero nunca entrega al ditirambo, a la primera persona y menos al diploma, título o grado: estos son y deben permanecer silentes. Voz y acto son los que nos definen.
Son tiempos de definiciones para la universidad peruana. Ningún organismo externo a ella debe expropiar su voz y menos pensar y decidir por ella. Bastará con que acreditadoras serias sean convocadas y seleccionadas. Bastará con que se acrediten los que quieran hacerlo. Bastará con que la sociedad –impregnada de un concepto cabal de universidad- dé las espaldas a los falsificadores de la vida universitaria. Que pueden estar entre aquellos que dicen querer revivirla.
Eduardo E. Zapata Saldaña
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