Jorge Varela
Tiempo de violencias y de violentos
La aceleración del vacío posmoderno

Mientras persista en algunos países de América Latina un fuerte olor a caos y violencia jacobina será difícil transitar por el camino pedregoso que conduce a la pacificación de los espíritus en nuestra región. No solo será difícil: será azaroso y peligroso. ¿Por qué tanta violencia? ¿Qué rol tienen los teóricos que con ánimo incendiario la incentivan o justifican?
Gilles Lipovetsky en un diálogo enjundioso con Mario Vargas Llosa, le decía al Premio Nobel: “no estoy completamente convencido de que la alta cultura nos preserve, nos conserve y nos proteja contra el desborde de la violencia, del totalitarismo o de violencias de cualquier otro orden”.
Nunca faltarán en tiempos convulsos, truhanes o activistas que encerrados en su propio laberinto ideológico se las ingenian para nutrirse de motivos y argumentos para practicarla. El lenguaje y argumentos ya conocidos son: desigualdad, discriminación, exclusión, racismo, clasismo, sexismo, falta de libertad, represión; vigencia de un sistema político-jurídico que protege a unos en desmedro de otros, existencia de un modelo económico injusto. Desde esta retórica entonces, subirse al carrusel de la violencia les es más fácil que bajarse de él. Baste ver el comportamiento irracional de vándalos y seres sin alma (desalmados, pero no desarmados), que semana a semana atacan, destruyen y saquean plazas y calles, sin respeto ni consideración por la vida y dignidad humana. Exigen mejor trato y alardean de dignidad y lo primero que hacen es precisamente atropellarla. ¡Salvajes!, chacales, escorias, hipócritas, nefastos, ¡miserables!: todos juntos bailando como bestias en una misma y densa salsa apocalíptica.
¿No será que esta glorificación de la violencia es consecuencia de la frustración que nace de la incapacidad moral para actuar dignamente en el mundo moderno?
Violencias modernas: ¿consecuencia de la frustración?
El filósofo francés Gilles Lipovetsky analizó con maestría en “La era del vacío”, las violencias salvajes y modernas. Para él, la revolución de los años 60 era utópica, portadora de valores; pero “hoy día, las violencias que estallan en los guetos (barrios), se apartan de cualquier proyecto histórico”, fieles al proceso narcisista. “Al licuar la esfera ideológica y la personalidad, el proceso de personalización ha liberado una violencia tanto o más dura por cuanto no tiene esperanza, ‘no future’, a imagen y semejanza de la nueva criminalidad y de la droga”. Lipovetsky afirma que la evolución de los conflictos sociales violentos es la misma que origina la droga.
De acuerdo con este enfoque a los narcisos contemporáneos solo les queda incendiar los inmuebles, arrasar las tiendas, “a mitad de camino entre el hundimiento y la rebelión”. “La violencia de clase ha cedido paso a una violencia de jóvenes desclasados, que destruyen sus propios barrios”, “como si se tratara de acelerar el vacío posmoderno”.
Según su visión las violencias sociales contemporáneas ya no entran en el esquema dialéctico de la lucha de clases articulada en torno a la organización del proletariado. A lo expuesto, me permito agregar: estamos ante jóvenes ociosos, ante vanguardias de rufianes que sienten placer al destruir, autoconvencidos de que están mostrando el verdadero camino de la redención popular.
La violencia obscena de algunos teorizantes
Hasta aquí, solo cabe coincidir con Lipovetsky. Pero vayamos por más, avancemos en la dirección exacta: ¿qué se puede pensar de aquellos que desde sus escritorios y poltronas, atrincherados en lugares apacibles sin correr riesgos de ninguna índole, azuzan y avalan la violencia? ¿Cuántos académicos desde el Olimpo de sus cátedras han instruido a jóvenes licenciados irracionales que actúan peor que bestias, y han bendecido sus acciones criminales? ¿Cuántos intelectuales y dirigentes políticos pertenecen a esta cofradía de los que piensan que la violencia es un método legítimo de acción política?
Entre ellos, un destacado profesor de derecho y miembro de la Convención Constitucional ha emitido juicios claramente controversiales acerca de la revuelta ocurrida en Chile el 18 de octubre de 2019, y su catarata de incendios, destrucción, saqueos y actos vandálicos que en cualquier lugar del mundo, –sea Venezuela, Rusia, China, Turquía o Perú–, son claramente constitutivos de violencia criminal y barbarie.
La explicación acomodaticia y legitimadora de Fernando Atria, ajustada al pensamiento del jurista alemán Carl Schmitt, –quien se autodefinía como ‘un aventurero intelectual’– contradice directamente a quienes desde la ética y la filosofía sostienen que la violencia es la cara horrible y perversa de nuestra humanidad. Para Atria la violencia de hace dos años no sería condenable, pues ella ha sido útil para lograr un fin superior. En este caso, según afirma, ésta abrió la puerta a una nueva Constitución, a una nueva institucionalidad política. O sea, estamos en presencia del regreso a la vida en gloria y majestad del mismísimo espíritu maligno de Nicolás Maquiavelo. Por nuestra parte, pensamos que ninguna violenta y maldita primavera puede justificar nada, ni fines superiores, ni contravalores, ni menos su apología. Eso tiene un nombre: se llama cinismo.
Atria y el poder que seduce
La idea nuclear en torno a la cual razona Atria –hay que decirlo–, es la del poder. Quizás después de leer a Hannah Arendt, se percató que: “la violencia no es más que la manifestación más flagrante del poder”, autora que a su vez agrega la siguiente cita de C. Wright Mills: “la política es una lucha por el poder; la forma suprema del poder es la violencia”. (“Sobre la violencia”) Habrá pues, que estar atentos a las próximas inspiraciones e ideas de este discípulo de Schmitt. El poder es demasiado seductor. En una de esas...
Como la citada Hannah Arendt escribiera: “la violencia alberga en sí misma un elemento añadido de arbitrariedad”. De ella podría dar testimonio el abogado jacobino Maximilien de Robespierre, victimario y víctima a la vez de sus propias monstruosidades.
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