Eduardo Zapata

Sin honra y sin virtud

Vivimos tiempos de glorias antes que de virtudes

Sin honra y sin virtud
Eduardo Zapata
31 de marzo del 2022


Atribución y esencia. Se trata de las tantas palabras que el incesante torrente lingüístico ha asociado semánticamente en el tiempo, pero que vistas etimológicamente distan mucho de coincidencias. Pues prácticamente desde la tardía Edad Media ya se podía ser ´honrado´ sin carecer de virtud alguna.

La palabra honra viene del latín honorare u honoris. Y constituía ante todo una atribución otorgada por el pueblo –o las Autoridades– a algún personaje que podía carecer esencialmente de virtud. Algún suceso magnificado, por ejemplo, podía dar lugar a la ´honorificación´ del mismo, aun cuando fuese moralmente deleznable. Quizás los emperadores romanos –algunos– nos ilustren al respecto. Gobernantes derrotados en armas se las ingeniaban para ingresar a Roma como triunfantes y, entonces, se hacían merecedores de la honra popular.

De modo que la honra es una atribución subjetiva. A veces merecedora, otras no. Algunas veces producto verdadero del éxito, otras de un hábil manejo de la opinión pública.

En cambio la palabra virtud, etimológicamente proveniente de virtutem, sí provenía de algún rasgo objetivo que distinguía a alguna persona. En el origen ser fuerte, leal y decidido; por añadidura, ser honrado, cauto, justo… Esencias personales por lo tanto.

Pero hemos dicho que ambos términos –etimológicamente dispares– se fundieron y asociaron semánticamente. Y el reconocimiento de la honra, podía hasta asentarse en la no virtud. Tal vez, y solo tal vez, como consecuencia de las corrupciones que el Poder trae consigo. Tal vez, y solo tal vez, por la temprana anteposición del espectáculo a la vida interior. Tal vez, y solo tal vez, al triunfo de lo originariamente efímero sobre la esencia humana.

Cierto es que en la vida pública resulta un ideal que ambas palabras se asocien. Por la honestidad de la gobernanza y por la configuración de la moral pública. Pero la realpolitik, cuando no el manejo gramsciano de la lumpen politik logran imponerse.

Y aquí aterrizamos en los sucesos de la llamada vacancia presidencial.

En ocho meses Castillo no ha realizado acción alguna digna de atribuirle honra; salvo aquella presentada por su prensa adicta. Y tampoco ha mostrado virtud en el manejo de la cosa pública; por el contrario: turbiedad. ¡Precisamente en lo moral, precisamente en el ejercicio de la virtud! De modo que quienes votaron por la no vacancia –arguyendo confundir lo ético con lo legal– al parecer tampoco sabían lo que era ´moral´ (o pretendían no saberlo) lo cual constituye ya un síntoma de complicidad con la corrupción.

Vivimos tiempos de glorias antes que de virtudes. De atribuciones antes que de esencias. Demás está decir que lo efímero puede hasta acarrear éxitos transitorios, pero no garantiza sino hasta puede envilecer el ejercicio del poder y la propia moral ciudadana.

Eduardo Zapata
31 de marzo del 2022

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