Carlos Hakansson
Repensando la regionalización
Un proceso complejo y de largo aliento

La piedra de toque de la reforma política debería ser corregir las deficiencias de la regionalización. Un proyecto nacional que fue abordado con un acto normativo (convertir por ley los departamentos en regiones y delegar competencias), cuando en realidad debería ser un proceso de progresiva revisión en el tiempo mediante un plan de corto, mediano y largo plazo. Se trata de armonizar el Estado unitario con un modelo descentralista viable.
En ese sentido, un país con costa, sierra y selva nos brinda la primera señal sobre cómo organizarlo en torno a su geografía, considerando sus diferencias y respetando la cosmovisión de sus pobladores como signos de diferenciación con otras regiones. Los elementos integradores deben promover la unidad del país: origen, historia, símbolos patrios y tradiciones en común. Coincido con el profesor José Agustín de la Puente que comprendía al Perú como pluricultural y uninacional. La peruanidad que Victor Andrés Belaunde explicaba en su obra.
La pluriculturalidad de las zonas que comparten costumbres, una idiosincrasia y territorio puede reconocerse en un Estatuto Regional basado en la identidad que las distingue, sumada a las competencias de gobierno territorial con aquéllas que comparte con el Estado central. La Constitución se ocupa de reconocer los derechos fundamentales y la forma de gobierno nacional a través de los principios y reglas que todos aceptamos. En resumen, la suma de estatutos regionales que juntos promueven la unidad en la diversidad.
La Constitución es el pacto que simboliza la firmeza de un proyecto político colectivo nacional. La Carta de 1993 puede abrazar el compromiso de respeto a los principios y reglas comunes con las reformas que hagan falta. Nos quedaría corregir las deficiencias de una regionalización para una efectiva descentralización y gobierno desconcentrado bajo una norma con rango de ley que resalte las diferencias interregionales (Estatuto Regional), su riqueza pluricultural que admita ajustes y correcciones en el tiempo y resueltas localmente, pero que juntas reconozcan un acuerdo fundamental compuesto por principios y reglas básicos para un proyecto unitario a perpetuidad (La Constitución peruana).
Los símbolos patrios (bandera, escudo, himno nacional) no pueden estar reñidos con otros similares de tipo local o regional que manifiestan su identidad histórica y cultural, en la medida que se respete la lealtad hacia el Estado unitario que es la peruanidad. El tipo de gobierno local y regional que organice el ejercicio de poder también puede admitir algunas variantes de acuerdo con la realidad cultural, pero respetando los derechos fundamentales y los principios que inspiran la democracia (elecciones libres, representación política y alternancia en el poder).
Por ejemplo, la armonía de gobiernos parlamentarios en las regiones, pero un modelo presidencial a nivel nacional. A nivel regional se generaría la necesidad de partidos regionales con arraigo y permanencia; a nivel nacional se justificaría un Senado que represente los intereses territoriales de todo el país. La política de Estado para promover jueces de paz letrados y no letrados podría contribuir positivamente en territorios donde el Estado no tiene presencia para administrar la debida justicia en cada caso concreto.
Es cierto que estas ideas no agotan la discusión, solo repensamos un proceso descentralista a partir de nuestras diferencias y semejanzas para proponer salidas que justifiquen el debate. Se trata de algunos planteamientos a discutir e implementar en un plan a corto, mediano y largo plazo, con claridad para saber dónde comenzar, cuáles ajustes a realizar y las metas a conseguir progresivamente en el tiempo. Por eso, la regionalización es un proceso de largo aliento, no la concreta decisión política producida que se consume en un solo acto.
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