Arturo Valverde
Las tradiciones cambian, padre
Acerca de las costumbres y rituales de Semana Santa

Estamos de Semana Santa. Salvo el bacalao, otros peces pueden nadar despreocupados, mientras que su salado compatriota marino se sirve en la mesa de los hogares peruanos de firmes tradiciones. El año pasado, medio kilo del tradicional pescado rebasó los ochenta soles.
Hay tradiciones que, hoy por hoy, parecerían impensables para las imberbes generaciones de este siglo. Por ejemplo, que los bodegueros cubran con papel periódico sus vitrinas en las que exhibían sus botellas de licores (agua bendita del borrachín como agua maldita para el párroco del barrio), como muestra de respeto. ¡Eran tiempos más santos, padre!
La usanza de envolverse las carnes en vestidos y trajes negros, el color del luto, no pudo zafarse del olvido. Su destino era perecer en el tiempo frente a la procesión de coloridos jeans, zapatillas y camisetas de la multitud, que ha convertido las empedradas calles en una variopinta escena del centro histórico de Lima.
¡Ay, quien dijera lisuras! Su desobediencia podía ser castigada con cólera de soldadesca romana. Porque estaba tajantemente prohibido que los muchachos hablaran groserías los días en que se rememoraba la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Empero, qué se le va a hacer, las lisuras son parte del rosario popular en las calles.
Al ayuno no podíamos exigirle demasiado. Hizo lo que pudo. Durante muchos años, contrajo las tripas de muchas almas cumpliendo su propósito espiritual. Nos hemos desacostumbrado lentamente a esta tradición.
La asistencia a misa y el recorrido de las siete iglesias quizás es una de las pocas tradiciones perpetuadas por fervorosas familias, que peregrinan de iglesia en iglesia, de la Catedral de Lima a la Iglesia de las Nazarenas, de las Nazarenas a Santo Domingo, pasando por las de San Pedro y Santa Rosa.
Las tradiciones cambian, padre. Lo único que se conserva intacto es la fe ardiente del pueblo católico, que se persigna la frente, la cara y el pecho, con los ojos fijos en la cruz del Cristo crucificado. Amén.
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