Arturo Valverde
Las minas de oro
Sobre un capítulo de la novela “Los hermanos Karamásov” (1880)

Querida hermana:
Mi impresión acerca de este personaje Mitia (Dmitri Fiódorovich Karamásov) es la de un hombre afectado y alterado. Su carácter, en ciertos momentos, es impulsivo, lo cual se muestra con mayor profundidad en el capítulo tercero, del libro octavo, de la novela Los hermanos Karamásov.
Este capítulo, también denominado Las minas de oro, evidencia los rasgos psicológicos de este hombre, quien, durante una visita a casa de Grúshenka, acaba discutiendo con ella por un préstamo de tres mil rublos. “Estoy desesperado… en el último grado de la desesperación. He venido para pedirle que me preste tres mil rublos, pero con una garantía segura, una garantía segurísima, señora, segurísima. Perítame solo exponerle…”, le dice Mitia a la mujer.
La manera nerviosa de hablar de Mitia, que lo llevan a repetir las palabras, crean mayor tensión.
“Yo le daré más, incomparablemente más, yo le salvaré, Dmitri Fiódorovich, pero hace falta que me escuche”, le dice ella, confiada en que puede manipular o controlar a un hombre desesperado. ¡Vaya error! “¡Señora, señora!... otra vez volveré para hablar con usted de eso… incluso muchas veces… pero ahora esos tres mil rublos que usted tan generosamente… me sacarían de apuros, y si pudiera ser hoy… Es decir, verá, ahora no dispongo ni de una hora, ni de una hora…”, le contesta Mitia, bastante alterado.
“¿Tres mil rublos? Oh, no, yo no dispongo de tres mil rublos (…) No me ha entendido, Dmitri Fiódorovich. Si es así, no me ha entendido. Yo me refería a las minas…”. “¿Y el dinero? ¿Y los tres mil rublos?”. Hablan entre ellos.
La desesperación de Mitia acaba con un rotundo puñetazo sobre la mesa. Es el gesto de la desesperación. Bien pudo arrojar algo contra la pared, quizás violentar a la mujer que tenía ante él, pero Mitia descarga toda su furia propinando un golpe al mueble, y lo hace con tal fuerza que, Grúshenka, se asusta con su violenta reacción.
A partir de ese momento, la desesperación de Mitia, parece pasar a un estado más fuerte, la violencia. Así, pues, cuando camina por la calle y se cruza con la criada de Kuzmá Kuzmich, a quien por poco atropella en su apuro, describe a Mitia con una sola y rotunda frase, una frase que refleja la impresión de la criada: “¡Ay, Dios mío, quiere matar a alguien!”.
En ese momento, Mitia ha dejado de ser el hombre desesperado, para convertirse en un hombre sin límites. Capaz de lo peor.
“Las minas de oro” es uno de los capítulos mejor logrados a lo largo de esta novela, y que merecen ser releídos con un lápiz en la mano.
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