Oscar Silva Valladares
La ilusión monárquica de José de San Martín
Pensaba que sería un régimen estabilizador, transicional y pacificador
La ruta hacia la independencia del Perú en la visión de San Martín está ligada a su idea monárquica como forma de gobierno para el nuevo estado peruano. Esta propuesta, que significativamente nunca llegó a plasmarse en un texto articulado, fue expuesta en el contexto de una discusión más general dentro de las élites criollas sobre la forma política futura del Perú. En esta discusión algunos sectores no buscan necesariamente un rompimiento radical con España sino solo un reacomodamiento de la relación con la metrópoli mientras que otros, si bien aspiran a una separación definitiva, ven con aprehensión las dificultades que se presentan en la lucha contra España y en la formación de un gobierno republicano e intentan una fórmula de transición pacífica hacia la independencia con la anuencia hispana. Estos son los antecedentes del esquema monárquico con un príncipe europeo propiciado por San Martín con el apoyo de su ministro Monteagudo, quien asimismo defendía este concepto en base a su convencimiento sobre la limitada gobernabilidad que presentaba el Perú.
Pero el proyecto monárquico no es solo una respuesta a las dificultades de gobernabilidad del Perú sino además a los desafíos de una contienda militar con las tropas realistas en la cual San Martín no parece haber estado convencido de tener fuerza decisoria.
San Martín tenía fuertes prejuicios anti-republicanos por su formación en el Seminario de Nobles de Madrid y su experiencia militar europea contra los revolucionarios franceses, pero se afirma también que tuvo una convicción inicial republicana que se torna monárquica a su regreso a América al haber presenciado el desorden y las luchas intestinas en las Provincias Unidas y en Chile, así como la diversidad social peruana. Otros factores externos que influyeron en el ánimo de San Martín fueron su creencia en la necesidad de tener un alineamiento con las potencias europeas para poder enfrentar los intentos de dominación del Brasil en América del Sur y, finalmente, el plan monárquico mexicano de febrero de 1821 enunciado por el futuro y breve monarca Agustín de Iturbide.
La idea monárquica de San Martín no era novedosa. Desde fines del siglo XVIII, y en el contexto de los pasos iniciales en la lucha por la independencia hispanoamericana, surgieron proyectos similares con mayor o menor seriedad conceptual, incluyendo la propuesta de Francisco de Miranda en 1790 para establecer un estado gobernado por un descendiente de los incas presentada al gobierno norteamericano –y que incluía un monarca hereditario, caciques vitalicios como senadores y un poder judiciario también vitalicio–, la iniciativa del Directorio rioplatense de 1813 que ofrecía la corona para el “Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile” a Francisco de Paula, hijo de Carlos IV, o el plan de restauración incaica teniendo por su capital al Cuzco presentado al inicio del Congreso de Tucumán en marzo de 1816 y respaldado por Belgrano con participación altoperuana. Una iniciativa más reciente fue la propuesta en mayo de 1819 hecha por un ministro de la segunda restauración monárquica francesa para coronar al duque de Luca como rey en Buenos Aires. San Martín también intentó influir en el ánimo de Bernardo O’Higgins para que Chile apoyara una iniciativa monárquica en coordinación con las Provincias Unidas.
La opción monárquica fue una alternativa política contemplada en Europa ante la anarquía en países que se iniciaban en la vida política independiente; por ejemplo, un príncipe bávaro fue impuesto por Inglaterra, Francia y Rusia como jefe de gobierno de Grecia en 1833 al momento de su independencia, en un país peyorativamente descrito desde una antigua perspectiva colonial inglesa como “conglomerado de bandidos y pastores”.
El Perú había estado sujeto a gobiernos monárquicos por siglos, incluyendo por cierto el período incaico, y continuar alguna forma de tradición monárquica en aras de la estabilidad no era un disparate y merecía ser considerado. El proyecto monárquico de San Martín buscaba además el fortalecimiento del estado peruano frente a la creciente hegemonía inglesa y, en cierta manera, tiene semejanzas conceptuales con el esquema de reestructuración política de las colonias hispanas atribuido al conde de Aranda, ministro de Carlos III en 1783, como respuesta similar a la amenaza inglesa.
El esquema de Aranda también tomaba en cuenta, con gran visión profética, los potenciales peligros que podía traer a la América española el creciente expansionismo y las ambiciones de Estados Unidos, plan que sin embargo fue atacado por el ministro de Carlos IV Manuel Godoy por considerarlo una turbia intriga francesa. Otra ocasión emerge en 1808 cuando la casa real española consideró mudarse a América como último recurso de protección contra Napoleón, aunque el virrey Abascal había recibido instrucciones de la Junta Central para no permitir la instalación de la casa real y devolverlos a España si esto sucedía.
La propuesta de conciliación con España dentro de una monarquía peruana autónoma presidida por un miembro de la familia real española fue expuesto por San Martín al virrey La Serna durante su entrevista en Punchauca en junio de 1821, discusión antecedida por conversaciones preliminares entre los militares realistas Canterac y Valdés con el coronel rioplatense Tomás Guido, y que se dice estaba basada en el referido Plan de Iguala mexicano de febrero de 1821. El rechazo final de la Serna a esta propuesta, refrendado por la jerarquía militar española, puede ser considerado como una muestra de miopía política, pero igualmente debe tenerse en cuenta que el virrey no tenía autoridad para definir un tema tan crucial ya que aceptar la proposición de San Martín significaba el reconocimiento implícito de la independencia del Perú, lo cual era incompatible con la política de la corona y las atribuciones del virrey.
Pese al rechazo de La Serna, San Martín no abandonó su idea monárquica y en diciembre de 1821 ordena una misión diplomática a Chile, Buenos Aires y Europa en busca de un consenso regional para conseguir un candidato europeo para la corona, intento que reconocía un esfuerzo similar paralelo en las provincias del Río de la Plata y en Chile, pero hay poca documentación para entender este proceso ya que estas iniciativas luego fueron deliberadamente oscurecidas por su carácter controvertido. San Martín intenta adicionalmente establecer en el Perú las bases sociales de un sustrato de nobleza, incluyendo la creación de la Orden del Sol con carácter hereditario y con derecho a rentas vitalicias, la confirmación de los títulos de nobleza española bajo una nueva formalidad nacional y trajes distintivos para los empleados del gobierno, medidas caracterizadas como la “monarcomanía” de San Martín.
Se ha insinuado que este interés continuo de San Martín por poner en práctica sus ideas monárquicas fue producto del debilitamiento de su juicio político debido a sus afecciones de salud, pero es más entendible considerarlo como un esfuerzo genuino de búsqueda de una solución político-militar a la independencia que minimizara la violencia y la anarquía. De cualquier modo, la insistencia en su iniciativa monárquica ha sido definida como el inicio del declive de la carrera político-militar de San Martín.
El fracaso del proyecto monárquico sanmartiniano tiene varias explicaciones. En un momento inicial tuvo el apoyo de la nobleza local porque podía significar una transacción entre la ancestral sumisión a la corona española y una incierta emancipación, simpatía expresada en las ideas de los carlotistas de la Sociedad Filantrópica y de El Satélite del Peruano y que fueron estimuladas por la actividad pro-monárquica de Monteagudo al inicio del Protectorado. Riva Agüero y Osma argumenta que por su naturaleza la élite criolla peruana estaba más dispuesta a obedecer dentro de una estructura monárquica y menos capaz de contribuir positivamente dentro de una forma política republicana, opinión cuestionada sin embargo por aquellos que resaltan deficiencias en la educación y méritos de la élite criolla para desempeñar un rol político significativo en una monarquía y que concluyen que hubo una sobrevaloración de la potencial capacidad directriz de la nobleza peruana. Las medidas represivas anti-españolas de Monteagudo han sido señaladas también como contraproducentes a la necesidad de crear una base aristocrática y un consenso social para una monarquía y, por otra parte, los designios republicanos de la Logia Lautaro, a la cual pertenecía una gran parte de la jerarquía militar rioplatense incluyendo San Martín, eran opuestos a las ideas políticas de éste.
Finalmente debe destacarse en la formación de la opinión pública peruana el ejemplo disuasivo del colapso de la monarquía francesa y el ejemplo estimulante de la revolución angloamericana, opinión pública que crece paralelamente con la antipatía hacia San Martín al creerse que tenía pretensiones soberanas - pretensiones que el general Miller dice le fueron referidas a Bolívar por el propio San Martín durante su reunión en Guayaquil, pero que San Martín negó vigorosamente - que generan el recurrente apelativo que se le hacía en los corrillos limeños como “el rey José”. El desenlace de esta disputa fue el triunfo de la opción republicana que llevó a Basadre a un reconocimiento de la población de Lima, tal vez excesivo, por su “osadía” al apostar por la república en oposición a la fórmula monárquica.
La historia y la imaginación peruana han destacado los supuestos beneficios geopolíticos en favor del Perú contenidos en el proyecto de San Martín, y se afirma que la monarquía implicaba un acuerdo político-militar con España que habría permitido la incorporación efectiva del Alto Perú y aun la posibilidad de integración con las Provincias Unidas y Chile. Inclusive si esa integración regional no se concretaba, se dice que la combinación formidable del poder español con el peruano hubiera sido suficiente como poder disuasivo frente a los posibles designios antagónicos por parte de los países vecinos. Refutando esta opinión, se alega que el ejemplo republicano de Buenos Aires, Chile y Colombia habría sido un factor de inestabilidad y violencia en un Perú monárquico, tal como Bolívar señaló. El ejemplo de Colombia –cuya constitución fue repartida profusamente a la llegada de la misión presidida por Joaquín Mosquera a Lima en mayo de 1822– ha sido también argüido como factor en la derrota final del plan monárquico sanmartiniano.
Pese al atractivo que podía tener un sistema monárquico como elemento estabilizador, transicional y pacificador entre el poder español y el nuevo estado peruano, no es difícil alegar que este sistema habría en gran medida continuado o aún agravado las tradiciones culturales de servilismo y sometimiento existentes desde la sociedad incaica y reforzados durante el virreinato, tradiciones que en cierta manera continuaron durante la república sin necesidad de la presencia de un príncipe europeo en el gobierno.
A la salida de San Martín del Perú y la llegada de Bolívar, el presidente Riva Agüero insistió con La Serna en un esquema monárquico cuya divulgación aceleró su caída política. En último término, el proyecto monárquico perdió validez con la restauración del absolutismo por Fernando VII, pero emerge tenuemente luego de la independencia en las ideas políticas del expresidente Riva Agüero en sus Memorias en 1858 y en el apoyo de sectores de la aristocracia criolla peruana a la intervención francesa en México en 1862.
Se dice que había en el Perú y en Hispanoamérica en general una voluntad instintiva hacia el republicanismo, por el ejemplo de la revolución angloamericana y por la preferencia ideológica republicana entre numerosos criollos, y una aversión a cualquier designio monárquico por la identificación del régimen español en América con la monarquía. Pero la implantación de la forma republicana, independientemente del fracaso francés y de la ilusión estimulada por el ejemplo norteamericano que tenía muy pocos ejemplos tangibles en el mundo, fue el resultado del vacío político luego de las salidas tanto de San Martín como de Bolívar, lo que permitió que, “roto el dique,” la opinión pública se manifestara mayoritariamente a favor de la república.
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