Carlos Rivera

Historia nacional de la infamia

Aníbal Torres: de la respetabilidad a la prepotencia

Historia nacional de la infamia
Carlos Rivera
27 de julio del 2022


Suele el fanatismo obligarnos a mentir ante la cruda realidad para salvaguardar alguna “robusta” idea de un personaje con el cual convivimos o le otorgamos nuestra ciega admiración. Nos negamos a los elementos racionales y hasta cuando la soberana conciencia (crítica) nos ilumina un poco recurrimos a escarbar nuestra resentida memoria caprichosa para no torcer la dirección de nuestro entusiasta sentimentalismo.

Los izquierdistas son expertos en utopías, falsificaciones históricas y aberraciones en pos de una sociedad igualitaria. Incluso creen en criminales como el Che Guevara, por el simple hecho de empuñar un fusil y matar a los inocentes en la hazaña de un bien superior (una sociedad igualitaria). Así negaron los exterminios de Stalin, creen en la democrática Cuba, envidian la visión revolucionaria y continental de Hugo Chávez. Son campeones objetando los abusos de Estados Unidos y su imperialismo, o calificando de dictadura al gobierno de Alberto Fujimori (1990-2000); pero no dicen ni una palabra de los encarcelamientos a políticos y abusos de Daniel Ortega en Nicaragua.

Durante la audiencia pública sobre la apelación de nulidad ante los magistrados del Jurado Nacional de Elecciones (junio,2021), Lourdes Flores Nano y Gino Romero, abogado de Fuerza Popular, tuvieron una sostenida exposición y fueron respetuosos ante los magistrados y la audiencia que los observaba. Todo lo contrario a lo hecho por Aníbal Torres, quien en atropellada exhibición recurrió a un lenguaje simplista y nada propio en mentes lúcidas, acostumbradas al razonamiento y a una clara argumentación, como se esperaba de un referente del derecho peruano. ¿Pero cómo un prolijo autor de textos –hay que ser hidalgos en reconocer, de muy solvente escritura– podía caer en esos vicios?

La izquierda apoyó aquella sapiencia chotana abogadil de tan atrevida personalidad ante los “opulentos y oligarcas” abogados de Fuerza Popular. Un momento que la intelectualidad progre definió en bandos bien marcados: limeños versus costeños, pobres versus ricos, malos versus buenos. Hasta sesudos ensayos y artículos le dedicaron al asunto; o hermosas crónicas neoindigenistas. Todos como repitiendo el mantra “200 años…”, “un educador rondero y provinciano a Palacio”. Pedro y sus compañeros nunca cambiaron y siguen promocionando la Asamblea Constituyente. 

Esta ficción política facilista y cargada de resentimiento anidó los corazones progres y antifujimoristas,  que se inventaron un gobierno de todas las sangres y de todos los derechos, y con las mentes más lúcidas. Aníbal Torres Vásquez era uno de sus representantes que empezó a ser aclamado como un magnífico académico. Escarbaron sus viejas hazañas en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos donde fue un destacado docente y autor de obras que las generaciones aún recuerdan. Pero como asesor jurídico de Perú Libre se convirtió en un vendaval de frases vacías. Al periodista Mario Bryce, que solo le preguntaba sobre sus propias declaraciones (“Si están intentando un golpe, correrá mucha sangre, pero no lo van a lograr”), le respondió agresivamente: “A mí no me vas a atarantar, muchacho tonto”(Expreso TV/ 4 de julio,2021). Como ministro de Justicia mantuvo esas maneras de responder sobre los actos políticos del gobierno, y trató a la oposición con bravatas salidas desde el rencor y la fobia. 

¿Qué había pasado con ese profesor universitario respetado y admirado? El poder hizo su tarea, sumado a todas aquellas sombras oscuras que vivieron con él y que se dispararon cuando ya era imposible controlar sus demonios. El poder y el resentimiento nublan la razón y aniquilan la conciencia. Ortega y Gaset decía: «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo». El Aníbal Torres académico ha mutado en el político autoritario que insulta por cualquier cosa No tiene discurso, tiene odio; no tiene ideas de Gobierno o de Estado, tiene construcciones desfasadas de un país de comienzos de siglo XX y se refugia en sus aborrecimientos de clase.

Como decía Bernardo Monteagudo, “el odio es un maestro muy estúpido para dar lecciones a los que necesitan de ellas”. Torres aun así es moralista, y en vez de cultivar ideas unificadoras, que la crisis pospandemia reclama, lanza dinamita con su verbo agresivo. Por eso no tuvo ningún empacho en insultar al cardenal Barreto, intentando una mofa de olvido coloquial y mezcló dos cosas: el registro histórico (el padre Valverde del cual ya sabemos su papel en la conquista) y no recordar su nombre adrede para llamarlo miserable y justificarse en las costumbres de las personas. Eso refleja su capacidad de rencor contra quien le pueda dar un poco de sensatez o de gobernanza.

Aníbal Torres calibrado su infierno desplegando todos su ser en el objetivo de aplastar a quien sea (Cerrón, Bermejo y la mayoría de líderes de izquierda comparten esa vecindad con el terror político para cumplir sus objetivos), atizando ese mismo “concho telúrico” (Héctor Velarde, dixit) en las gentes que esperan pan, trabajo y un mejor futuro. No le importan los modales democráticos ni las formas legales o constitucionales, si se trata de la defensa de su gobierno; e invoca a un pueblo por el cual ni su presidente ni él, como premier, hacen algo que valga pena. Solo designar a cuestionables ministros o dar puestos de trabajo en el Estado a sus parientes.

Dijo alguna vez uno de sus seguidores por Twitter que a Torres lo apodaron “caníbal” porque motivaba a sus alumnos a ser “caníbales de conocimiento” y “analizar con la razón y encontrando en la razón respuestas lógicas”. Lástima que el actual premier sea un pésimo ejemplo de las ensoñaciones de sus admiradores. Torres se regodea en su pobre vanidad de hojalata.

 

Carlos Rivera es un activista cultural de Arequipa.

 

Carlos Rivera
27 de julio del 2022

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