Eduardo Zapata
Frutos de la educación
Ante la corrupción en el Ejecutivo algunos solo miran hacia otro lado

Las circunstancias pueden variar. Desde aquellas que nos parecen normales y aun inofensivas hasta aquellas que demandan un decir fuerte y claro. Y allí están las palabras dicentes, aquellas verdaderamente dicentes, para recordarnos su poder.
Érase 1830. Y ya en su comedia Frutos de la educación, Felipe Pardo y Aliaga nos mostraba la tristeza acomodaticia de lo que ya era nuestra clase ´dirigente´. Al parecer, perpetuada en el tiempo. La historia es simple. Una pareja de esposos decide casar a su hija por intereses económicos. Pero aparece un inglés rico que también pretendía a la dama. Obvio que los ´abnegados´ padres optaron por el nuevo pretendiente. Se trataba de una mejor alianza estratégica. Pero en una fiesta, la casamentera baila una poco aceptada socialmente ´zamacueca´. Y el inglés desiste ante el espectáculo. Y también lo hace el primigenio candidato.
Podrá sonar anticuado. Pero no lo es la sempiterna codicia por alianzas matrimoniales basadas en el interés económico. Y menos lo es la vigencia de sacrificar valores en aras del dinero. Los tiempos que corren –comedia aparte– han normalizado la abdicación de principios en aras del llamado éxito. Aunque ello signifique hipotecar proyectos de vida, dignidad y decencia.
Hoy vemos que frente a un gobierno inescrupuloso y abiertamente inmoral, clases dirigentes –agrupadas en gremios que debían ser rectores– tratan de acomodarse y mirar hacia otro lado. Hacia cualquier lado que no sea aquel de la moral, pero sí el del interés económico acaso transitorio. Y estos frutos de una educación alcanzan a una prensa vergonzante y a quienes –a pesar de las evidencias– restan valor al decir de la palabra. ¡Temen decir!
“Todo sea por la gobernabilidad”, “Hay que poner el hombro”, “La Patria nos llama”… Deplorables coartadas expresivas de una quiebra de valores ostensible. A sabiendas de que poco o nada de bueno podrá hacerse en una organización criminal de claro signo ideológico.
Me disculparán pero no se puede ser tolerante ni condescendiente con la inmoralidad. Se llama complicidad.
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