Davis Figueroa

En defensa de los animales

Reflexiones sobre el animalismo y la animalidad política

En defensa de los animales
Davis Figueroa
16 de marzo del 2021

“La visión judaica considera que el animal es un producto fabricado para uso del hombre. Pero, por desgracia, las consecuencias de ello se hacen sentir hasta el día de hoy, ya que se han trasladado al cristianismo, al que por esa razón deberíamos dejar de elogiar diciendo que su moral es la más perfecta de todas. Esa moral tiene verdaderamente una grande y esencial imperfección: que limita sus preceptos a los hombres y deja el mundo animal sin derechos”.

Arthur Schopenhauer – Parerga y paralipómena Vol. II (Trad. De Pilar López de Santa María). 

Después de escuchar los argumentos de la progresía para justificar las corruptelas, y tras observar con detenimiento la negligencia del Gobierno morado, me invade un sentimiento de indignación y desesperanza sobre el porvenir de nuestro país. Una nación que, sin lugar a dudas, ha caído en las peores manos. Una gestión que, además, tiene la osadía de impedir que el sector privado importe vacunas de alta eficacia para salvaguardar la vida de millones de peruanos.

Sin embargo, esta vez no me molestaré en cuestionar la eficiencia del Gobierno de turno o en acopiar datos y cifras de la Covid-19; solamente me centraré en la animalidad metafísica a la que se refirió Schopenhauer alguna vez. Esa capacidad humana para reflexionar sobre las supercherías y lo sobrenatural. En esta oportunidad, trataré de abordar la base de una creencia religiosa tan arraigada en nuestra sociedad, su relación con el sufrimiento de los animales y la iniquidad del ser humano.

El filósofo griego Epicuro de Samos (341 a.e.c. – 271/270 a.e.c.) fue uno de los primeros en referir la incompatibilidad entre la existencia de un dios misericordioso y la existencia del mal. Planteó la disyuntiva insalvable: “O Dios quiere erradicar el mal y no puede. O Dios puede erradicar el mal y no quiere”. De las dos premisas se desprenden dos consecuencias: en el primer caso, podríamos aseverar que se trata de un ser no omnipotente. Y en el segundo caso, podemos decir que se trata de un ser malvado.

Soy un individuo que no profesa ni admite ninguna religión por innumerables razones. Debo advertir que me encuentro inerme ante las insidias y ofensas de quienes, por cuestión geográfica y cultural, se autodenominan teístas de algún tipo. Sepan que no responderé a sus agravios. Y no por falta de argumentos o porque les ofrezca la otra mejilla, sino por simple cuestión de higiene mental de estilo budista.

Se cree dentro de las comunidades religiosas convencionales que el cenit de la sabiduría se alcanza por medio de un libro sagrado. El primer paso consiste en memorizar sus textos, luego se deberá prometer garantías sublimes al prójimo y, por último, deberán espetarse amonestaciones y advertencias crueles que se cumplirán en la otra vida.

Si se me permite seguir el mismo razonamiento que el autor de Parerga y paralipómena, cuyo ingenio se exhibe al iniciar la presente columna, deberíamos inferir que a lo largo de la historia de la humanidad se han vivido pandemias de gran magnitud causadas por zoonosis (enfermedad infecciosa que se transmite de forma directa o indirecta de animales a humanos). Tales son los casos de la famosa peste negra, el Virus de Inmunodeficiencia Humana (VIH), la gripe aviar (H5N1), la gripe porcina (H1N1), la enfermedad de la vaca loca (encefalopatía espongiforme bovina) y la Covid-19. En el supuesto de que Dios existiese, pareciera que viene exigiendo respeto y compasión por los animales no humanos desde la peste de Justiniano, ocurrida entre los años 541 e.c. y 549 e.c. Más aún, si tenemos en cuenta que las epidemias de las décadas recientes fueron presumiblemente desatadas por la ingesta de carne de animales, tales como pollos, cerdos, vacas, murciélagos o pangolines. Con semejantes menús, parece que la voracidad humana no tiene límites.

Nada es más indigno que hablar de misericordia cuando no se demuestra o exige respeto y compasión hacia los animales no humanos. Asimismo, es incomprensible cuando un teísta afirma la existencia de un dios misericordioso y el advenimiento de su reino celestial, mientras que, por otro lado, exhibe el rechazo más frenético de las minorías de no creyentes y agnósticos, así como la disgregación de su propia comunidad en estamentos religiosos distintos, unos más cerrados que otros. Nótese que el germen o idea central siempre es el absoluto de Dios, lo que convierte a las religiones convencionales en doctrinas no individualizables ni perfectibles. La introspección, la autorrealización y la liberación personal son conceptos que están siempre condicionados por la idea de Dios, y se encuentran determinados por normas de conducta que deben ser aprendidas y autoimpuestas.

El cristianismo es una de las tres religiones semíticas, así como el judaísmo y el islamismo. Por mi parte, considero positivo que las enseñanzas bíblicas puedan ser cuestionadas y parangonadas con los preceptos de otras religiones o doctrinas filosóficas. Tal es el caso del Jainismo de Majavira, por citar solo un ejemplo. Esta doctrina religiosa se especializa en el perfeccionamiento de la conducta humana. Y no se basa en el culto de ningún dios sino, más bien, en la liberación del alma por uno mismo. Es decir, en la conquista de nuestras emociones destructivas para alcanzar la perfección y el autodominio. Su código de conducta se resume en cinco votos: no violencia, veracidad, no robar, castidad y desapego de lo material.

Si nos centramos en la no violencia, podemos afirmar con certeza que es algo impracticable dentro de ciertos códigos de conducta religiosos, pues se han desatado guerras genocidas a lo largo de la historia, las cuales fueron propiciadas por el fundamentalismo religioso más atroz, y cuyas consecuencias se prolongan hasta nuestros días, tanto en oriente medio como en ciertas partes de occidente. La no violencia en el jainismo abarca a todos los seres vivos y no solo se centra en el hombre (antropocentrismo) y sus caprichos. Es un sistema coherente que cultiva el respeto y la compasión hacia los animales. Tal es así que el vegetarianismo se convierte en un estilo de vida ineludible para un jaina, lo cual se entiende como instrumento para la práctica de la coexistencia pacífica. El estilo de vida ascético del jainismo es superior y se diferencia singularmente de otras clases de ascetismo por la imposición de la dieta vegetariana.

El dolor es un estado de consciencia que compartimos con los animales que poseen un sistema nervioso complejo. Nadie tiene derecho de sacrificar un ser vivo para satisfacer un capricho culinario. Si dios existiera, probablemente ha venido castigando a nuestra especie homo sapiens mendax por la matanza indiscriminada e ingesta de animales no humanos. El vegetarianismo y el veganismo son alternativas saludables y éticas, previenen el cáncer colorrectal en gran medida, así como otros tipos de cáncer relacionados con el sistema digestivo.

Por último, como reflexión final de nuestra coyuntura, debo admitir que resulta deprimente que los ciudadanos de bien no tengamos otra opción más que votar en las urnas por el mal menor. Cada cinco años los candidatos a la presidencia son más indignos e impresentables, y los peruanos siempre tendremos la obligación apremiante de elegir al mejor intérprete de la pantomima política. Se dice entre los lectores de la serie de novelas de Canción de hielo y Fuego de George R. R. Martin, y –¡cómo no!– entre los seguidores de la serie de televisión Juego de Tronos, que es preferible un eunuco capitalista como Varys (la araña), que la familia corrupta de los Lannister o, peor aún, el niñato inexperto de Joffrey Baratheon. También se dice que es aún más deseable la experiencia de un liberal como Eddard Stark, antes que situar en el trono a una autócrata revolucionaria como Daenerys Targaryen, o a un burócrata aburrido y adusto como Stannis Baratheon. ¡Qué sé yo?, como decía Montaigne.

Davis Figueroa
16 de marzo del 2021

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