Jorge Varela
De Guzmán a Atria
Dos teóricos de la polarización institucional en Chile

¿El capitalismo siempre es mejor?, ¿o hay un punto en que el capitalismo puede llegar demasiado lejos?, se preguntaba el diario The New York Times para referirse a lo que estaba pasando en Chile durante octubre de 2019. “Para el exterior, parecía que el milagro chileno continuaba, pero para los chilenos, ese crecimiento de la economía venía con un asterisco”. Y este asterisco era que “ese crecimiento era para los ricos, los de clase media y los pobres no veían mejoras en sus vidas” (“Capitalism on Trial in Chile“, The New York Times, 16 de noviembre de 2019).
Sirva esta introducción para explicitar un elemento determinante del origen de los sucesos desencadenados a partir de la insurrección social ocurrida en la fecha mencionada y entender una clave del proceso constituyente que está comenzando a tener lugar en el país austral. No es el único acelerante; otros han sido expuestos en comentarios anteriores.
Desde hace al menos cinco décadas Chile es un campo de experimentación y prueba de ideas-narrativas posmarxistas y de fórmulas liberales neocapitalistas. Miles de jóvenes han sido iniciados en la lectura de Gramsci, Laclau, Mouffe, Lacan, Foucault, Derrida, Althusser, Zizek, Sloterdijk, Hobsbawm, por adictos seguidores de estos teóricos ensayistas del pensamiento contemporáneo. Mientras el neoliberalismo optó preferentemente por el crecimiento económico y el desarrollo del libre mercado, el neomarxismo orientó su trabajo hacia el cambio cultural y la penetración ideológica de las mentes. Los frutos y la cosecha están a la vista. Si a ello se agregan otras influencias: provenientes del secularismo, feminismo, animalismo, ecologismo, etc., es posible ver la panorámica completa del mural de ideas pintado día a día con obstinación y paciencia por los acólitos del hegemonismo de izquierda radical en plena expansión.
Dos ideólogos en espesa salsa constituyente
Entre los ideólogos destacados de la ola antineoliberal radicalizada que está derribando los pilares de sustentación y muros de contención de la alicaída institucionalidad surgida en 1980, se encuentran el constitucionalista Fernando Atria y el sociólogo Carlos Ruiz, entre otros personajes. El mérito del primero ha consistido en abrir el cauce legal y darle forma al cúmulo de demandas y aspiraciones desbordadas. Atria es la antípoda de Jaime Guzmán, aquel fallecido inspirador y artífice mayor de un ordenamiento jurídico controversial que tiene más de 40 años.
Para comprender la dimensión de lo que acontece es oportuno trazar el perfil de ambas personalidades.
El citado Jaime Guzmán Errázuriz, quien fue formado en un hogar de fe religiosa, se distinguió desde joven como un sobresaliente estudiante de derecho de la Pontificia Universidad Católica de Santiago. Desde allí como dirigente se proyectó y dedicó a la tarea política mediante la creación del Movimiento Gremialista que se transformaría tiempo después en la Unión Demócrata Independiente (UDI), partido de derecha conservadora que apoyó a Pinochet y gobernó con él. Murió asesinado por un comando de izquierda, mientras era senador de la República. Su mayor contribución es haber concebido un modelo de sociedad y de institucionalidad que cuajó en la Constitución de 1980, cuerpo jurídico cuya vigencia está amenazada de caducidad por voluntad soberana de los ciudadanos, siempre –eso sí– que se apruebe en un próximo plebiscito el nuevo texto engendrado por la Convención Constituyente elegida.
Por su parte Fernando Atria Lemaitre, también de religión católica, es hijo de un matrimonio de sociólogos. Nació en Nueva York y estudió en la Universidad de Chile donde se desempeña como académico; es abogado. Militó inicialmente en el Partido Socialista colectividad a la que renunció para fundar Fuerza Común, un intento por ahora fallido. Es considerado el ideólogo de la movilización estudiantil de 2011 y no obstante su derrota electoral parlamentaria el año 2017, acaba de ser elegido convencional constituyente el mes pasado. Atria es sin duda, el teórico que encabeza y aglutina a un vasto sector de constituyentes dispuestos a poner término al orden institucional vigente. Para dolor de muchos, algunos renombrados constitucionalistas de centro que podrían haber puesto una mejor porción de equilibrio y mesura al debate, como Jorge Correa y Patricio Zapata, no fueron elegidos y quedaron fuera de la Convención. Quizás el filósofo agnóstico y ex rector universitario Agustín Squella, junto al ex senador Felipe Harboe, sean en este aspecto los baluartes visibles del sentido común para aquellos sectores temerosos de un retroceso imparable en la vida de las instituciones. Aquella fiel seguidor de Hans Kelsen y de Norberto Bobbio, ha calificado a este último como ‘un hombre fiero y justo’; es lo que se espera de él en estos momentos. Fiero que significa que no se somete a la arbitrariedad y al abuso, a las modas intelectuales, a la liviandad de juicio, a la ausencia de rigor(*).
Dos posiciones definidas y distantes
De las breves reseñas expuestas es posible deducir que en Chile hay dos posiciones definidas y distantes, cuyas figuras referenciales son estos dos académicos católicos –aunque uno de ellos falleció– de oratoria envolvente y calvos –por añadidura–, como si la falta de cabello permitiera que las ideas penetren con mayor facilidad a sus mentes, y desde ahí se proyectaran relucientes hacia quienes son sus discípulos bien amados.
Atria ha señalado que la participación ciudadana es importante para darle realidad a la representación: “no creo que sea útil oponer la democracia directa o participativa a la democracia representativa”. No las ve como contrapuestas (La Tercera, 3 de junio de 2021). Afirma que “la idea de representación ha ido deviniendo vacía en la experiencia de los ciudadanos”. No obstante, la cuestión es: ¿cuál es la esencia genuina de la democracia representativa? o ¿acaso Atria descarta lo que ocurre en otras realidades concretas, donde se denomina ‘democracia directa’ y ‘participativa’ a la antidemocracia vociferante de las asambleas conocida como ‘democracia radical’? Es fácil hacer juegos retóricos y confundir a los débiles convertidos ya en dominantes, cuando la evidencia de lo real-concreto indica precisamente lo contrario y aunque no sea esa la intención.
Si la naturaleza de la democracia es lo determinante, quiérase o no, habrá que trabajar para construir un nuevo orden político de carácter democrático-representativo abierto, libre, plural y sólido, sin tutelas, sin fisuras a través de las cuales introduzca su cabeza el dogmatismo perverso de la antidemocracia hegemónica. De modo pues, que además de la clave económica, hay todo un trasfondo ideológico-político que fundamenta los acontecimientos en evolución.
* Ernesto Ottone, en la presentación del libro de Squella, mayo de 2005.
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