Eduardo Zapata
Apreciación de situación
La diferencia entre “guardar las formas” y mentir groseramente

El lenguaje y sus hablantes saben de eufemismos. Saben entonces que –en oportunidades– conviene suavizar ciertas expresiones a fin de que no resulten socialmente chocantes o que puedan ser interpretadas como agresivas. Los viejos son entonces personas que mueren sino fallecen, no se pare sino se da a luz, no somos ciegos sino invidentes… Vistas así las cosas los eufemismos serían una suerte de respeto al ´otro´ en aras de no herir una moral individual o colectiva.
Sin embargo, en los últimos años –sí, en estos últimos tiempos– ocurre que los puentes no se caen sino se desploman, las tesis no se plagian sino se copian, la ausencia de meritocracia suple confianzas desmedidas, no se secuestra sino se retiene, no hay coimas sino ´adelas´, y –por esa vía– llegamos a la emisión inorgánica de palabras, a la falsificación lingüística. A inventarnos términos y expresiones que precisamente no constituyen respeto al otro o a un hecho –como en el caso de los eufemismos– sino todo lo contrario: afrenta, mentira pública descarada, inmoralidad o amoralidad franca y abiertamente dicha. Con ´alguna dosis de originalidad´ (como en la famosa tesis y ratificado por una universidad) o como en la reciente ´apreciación de situación´ esbozada sin rubor por el recientemente extinto señor Ministro del Amor. Dicho sea de paso, término que en un momento sirvió mediáticamente para ´justificar´ el ascenso inmerecido de un ser querido gracias al edulcorado amor.
Y resulta claro que hay una diferencia entre ´guardar formas´ y ´respetos´ y mentir groseramente. Pues aquello que se invocaba como moral deviene en abiertamente inmoral al compás de un lenguaje que más es lo que pretende ocultar que aquello que dice. Asunto grave cuando se habla de gestión pública.
En un reciente evento organizado por la Pontificia Universidad Javeriana y la Universidad de los Andes, titulado el “Simposio Internacional sobre Mentira y Engaño en la Política”, el profesor Juan Manuel Santos, de la Javeriana, subrayó:
“Mediante la propuesta que defendí en este trabajo busqué articular la intuición de que la mentira política es peculiar porque, además de transmitir creencias falsas o fracturar la confianza social, se caracteriza por estropear las condiciones de posibilidad o la calidad de las discusiones sobre los problemas que nos afectan a todos. Esto no implica que la mentira política, así concebida, sea inexistente en regímenes no democráticos, pues no hay orden político que no descanse en mayor o menor grado en la opinión de los gobernados. Pero sí implica que no debemos sorprendernos de que las democracias constituyan un suelo fértil para las mentiras políticas. Porque la democracia es el régimen en el que la discusión política depende, más que en cualquier otro, de frágiles esquemas de formación colectiva de creencias y opiniones; es el régimen en el que las mentiras políticas son más frecuentes. También en el que pueden ser más grandes y más graves”.
Para a continuación terminar diciendo:
“Así, es urgente despertar a una ciudadanía crítica para que tome distancia de la ira, indignación y odio producidos por la mentira política para identificar a quiénes están moviendo las pasiones y emociones del país; una ciudadanía capaz de comprender la realidad histórica, que sea hábil para interpelar a sus gobernantes y sus propuestas…”
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