Heriberto Bustos
Alto a la discriminación y exclusión
Problemas que afectan a más de la mitad de los peruanos

Si bien la exclusión social que afecta mundialmente a millones de personas proviene de antaño, nos abandonará si y solo si decidimos abordarla de verdad; en nuestro caso, involucra a más de la mitad de peruanos que por diversas razones o motivos sobreviven enfrentando duras condiciones de vida y trabajo. Mientras persista, todos estamos en mayor o menor grado empobrecidos y marginados.
Datos del INEI sobre el último Censo Nacional (2017) pueden ayudarnos a entender la situación de marginalidad y subordinación a la pobreza existente: cerca del 6% (1.26 millones de personas) son analfabetos; de cada 100 personas en edad de trabajar, 53 son dependientes; 10% (3.5 millones) presentan alguna discapacidad; 20% (6.7 millones) viven en área rural; 16% (5 millones) hablan una lengua materna distinta al castellano. Estas cifras configuran una coyuntura que evidencia limitaciones y atropellos a ciertas libertades civiles, políticas y sociales.
Conocemos por ejemplo, que la exclusión política, relacionada con el ejercicio de ciudadanía, teniendo algunos avances, reclama aún correcciones. Lo económico, cuya relación con el trabajo es bastante cercana, evidencia un estrechamiento que complica el acceso, ahondado por el divorcio entre educación y desarrollo de capacidades laborales. Completan el complicado cuadro de vida de los peruanos las serias dificultades para lograr atención adecuada en términos de salud y educación de calidad.
Afrontar esa adversidad –presente en escenarios económicos, sociales y políticos– reclama niveles de inserción y nos recuerda lo señalado por J. F. Kennedy: “Si no podemos poner fin a nuestras diferencias, contribuyamos a que el mundo sea un lugar apto para ellas”. Sin embargo, en el discurrir de la humanidad, encontramos ejemplos en los cuales –por motivos religiosos, ideológicos, políticos, culturales o étnicos– se originaron procesos sucesivos de exclusión, que se tradujeron en muchos casos en aniquilamiento y genocidio. No obstante, evoquemos junto al escritor Rabih Almeddine que “para los nazis había gente innecesaria. Pero es algo que no solo hicieron ellos, lo han hecho y lo hacen muchos otros, y no solo a través de matar, sino a través de la marginación.”.
En este contexto, interesa considerar ciertas actitudes alejadas de la solidaridad, que emergen como expresión de sobrevivencia. Es el caso de personas, grupos o comunidades que, asumiendo espíritu de cuerpo, van afirmando dogmática y autoritariamente “sus valores” haciendo de la exclusión un instrumento de rechazo al otro, llegando a la expulsión de quienes no las aceptan. Podemos verlo, por ejemplo, en el acceso al trabajo, tanto en instituciones públicas como privadas: se es convocado si de por medio existe vínculo de ideas o niveles de amistad o consanguinidad. Otro caso que me viene a la memoria corresponde a una comunidad campesina donde la empresa minera construyó una infraestructura educativa de primer nivel. A esa infraestructura, por decisión de los comuneros, solo tienen acceso sus hijos y nada más que sus hijos. La prole de los comuneros cercanos tiene que trasladarse a otros lugares donde encontrar el servicio educativo.
El común denominador de estos y otros comportamientos, tras el verbo inclusivo y demagógico de fachada, son actitudes teñidas de exclusión. Un trastorno que –al discriminar, excluir y expresar egoísmo– debe ser frenado por quienes creemos en los valores morales, la formación familiar y la integración social. Debemos enfrentar positivamente esa contradicción con la fortaleza que otorga optar por la inclusión.
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