Jorge Varela

Allende: seductor hasta el final

Su sello distintivo fue una mezcla de seducción y arrogancia

Allende: seductor hasta el final
Jorge Varela
12 de junio del 2023


¡Allende, Allende, Allende solo Allende!, era el grito bajo el cual durante años marcharon disciplinadamente las huestes socialistas, los camaradas del Partido Comunista, los seguidores de la Unidad Popular, junto a militantes de izquierda radical y sectores populares, hasta que finalmente el ¨Chicho¨ -así le decían sus amigos- logró instalarse en La Moneda y sentarse en el sillón presidencial de O’Higgins para iniciar un gobierno controvertido, de los más trágicos de la historia de Chile.

Hace más de 50 años el vecino país sudamericano se internó por una vía de la cual aún no ha podido zafar. En dicha época (año 1971) Fidel Castro pensaba que la llamada revolución chilena tenía una clara debilidad ideológica. 

Un caudillo atildado

Allende fue un caudillo político tenaz, extremadamente obstinado. Se propuso ser presidente y lo logró. Campeón de las esperanzas frustradas quiso ser el conductor único de una ‘revolución con sabor a empanadas y vino tinto’, no obstante que un sector numeroso de sus camaradas y compañeros tenía la vista puesta en los cañaverales del Caribe, muy lejos de los huasos de Santa Cruz, Lontué, Parral, Sagrada Familia o Quillón; sus adictos preferían vestir el uniforme verde olivo de los combatientes de Sierra Maestra, antes que usar poncho y sombrero campesino. 

Mientras fue senador nunca le faltaron ganas ni condiciones para imponerse, pero éstas no serían suficientes para ascender a ‘comandante revolucionario’. A veces, como es sabido, las puras ganas no son fructíferas. 

Demasiado petimetre y atildado, al doctor le gustaba vestir elegante y deslizarse por los pasillos del Parlamento dejando la estela de su perfume, para que nadie dudara que era él quien acababa de pasar por los salones del recinto. Difícil olvidar esa descomunal y desproporcionada plancha de bronce con su nombre: “Salvador Allende Gossens, senador por la agrupación provincial de Aconcagua y Valparaíso”, período 1961-1969, la que antecedía el ingreso a su gabinete situado en la sede legislativa de calle Morandé.

Su sello distintivo fue esa mezcla embrujadora de seducción y arrogancia que conquistó por igual a damas distinguidas y a obreros del carbón o de la construcción, quienes creyeron en el contenido del relato y en el ideario de sus discursos llenos de fuego viril. Es posible que pasen años y años antes que las generaciones futuras sean testigos o partícipes de la elocuencia de un tribuno encendido y convincente como Allende. Con las carencias de comprensión intelectual existentes, -proyectadas en el tiempo-, será un obstáculo detectar a un caudillo que tenga semejante carisma y talento retórico. 

¿Servirá la lección de Allende?

Para la mayoría de sus partidarios es mejor quedarse con la imagen mítica del compañero Salvador, ese presidente que al inmolarse asumió las culpas del ‘fracaso colectivo e individual’, como líder solitario de una idea de izquierda romántica sin vértebras ni sustancia medular. 

Es complejo e irreverente adentrarse en la psiquis de quien adoptara una decisión de tal magnitud, pues éste no es el único caso de un Jefe de Estado que decide acabar con su vida en nuestra América Latina. Luis Corvalán, secretario general del partido Comunista, creía que “él lo pensó muy bien, creo que él dejó una lección”.

En 1891 el recordado presidente José Manuel Balmaceda tomó un revólver y se suicidó en la sede de la embajada de Argentina en Santiago. También el brasileño Getulio Vargas eligió la muerte por acto propio en 1954. 

¿Cómo no meditar entonces que en el instante del estruendo mortal, cuando el espíritu del mandatario abandonó su cuerpo, estalló simultáneamente la historia de un pueblo, fracturando una vez más el alma en llamas de la República? 

Por eso aquel gesto sacrificial de Allende y el martilleo de sus palabras ese infausto día de septiembre de 1973, repercuten en la conciencia de quienes no vivieron la época ni sufrieron en su carne el dolor y las inclemencias de muchos chilenos durante ese tiempo oscuro de mil días duros. Como dijera Garcia Márquez, la muerte trágica es la expresión muy triste y muy dolorosa de que nuestra América Latina cree en los muertos. Creer más en los muertos que en los vivos ha devenido en un acto necesario de fe y prudencia, si uno aspira a salvaguardar la plenitud de la vida y siente que esta se encuentra en peligro.

Jorge Varela
12 de junio del 2023

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