Acuerdos y oposición en la frágil estabilidad

Los peruanos de buena voluntad tienen absoluta claridad de que la precaria estabilidad conseguida luego del golpe fallido de Pedro Castillo y las olas de violencia insurreccional es lo mejor que le ha pasado al Perú. El adelanto electoral que proponían las corrientes progresistas era un olímpico salto al vacío que hubiese reproducido el escenario de guerra política y bloqueo económico de las últimas elecciones, que nos hubiese llevado a arriesgar la democracia peruana a manos de un proyecto antisistema. Y quizá en algún momento Dios deje de ser peruano y llegue un proyecto totalitario que se entronice en el poder por varias décadas y nos obligue a emigrar. No podemos seguir jugando a la aventura.

La frágil estabilidad, por el contrario, le permite a la mayoría de los peruanos procesar de dónde proviene la tragedia. Y todo indica que la percepción general sindica al gobierno de Castillo como el inicio de la devastación, más allá de que la involución institucional y económica empezara una década atrás. Semejante percepción, más allá también de las encuestas y medios, reduce considerablemente el margen de maniobra de las izquierdas y el antisistema.

La precaria estabilidad y la continuidad del modelo económico –con algunos signos débiles de reactivación– se ha conseguido en base a la colaboración entre el Ejecutivo y el Legislativo. En otras palabras, esa convergencia de los poderes públicos posibilitó organizar la precaria gobernabilidad. Sin embargo, esos consensos dejaron pasar normas dañinas para el Estado de derecho y la economía, tales como las tolerancias a la minería ilegal y el nombramiento automático de docentes sin que existan plazas presupuestadas.

La política es el arte de lo posible. Y luego del golpe fallido de Castillo y las olas de violencia parecía imposible que se gestara un perfil opositor nítido en el Congreso. Sin embargo, luego de más de un año y medio de gobierno de Dina Boluarte, en que se conjuraron las amenazas a la gobernabilidad y cuando ya se registran los resultados de la gestión gubernamental, ignorar la urgencia de una oposición política es un boleto para la desaparición electoral en el 2026.

En la medida que la gestión de Boluarte ya empieza a ser asociada con el descontrol del déficit fiscal, por la imposibilidad de reducir los gastos del Estado, es evidente que la oposición real a la destrucción de la macroeconomía debe provenir de la derecha. En ese sentido, los rescates perpetuos al elefante blanco de Petroperú representan el escenario ideal para ratificar la defensa de la disciplina fiscal y evitar la destrucción de una de las columnas del modelo.

En este escenario Renovación, una de las bancadas de la centro derecha, acaba de plantear que si el ministro de Economía, José Arista, aprueba un nuevo rescate para Petroperú se presentará una moción de censura. En cualquier caso el descontrol del déficit es un momento propicio para el surgimiento de una oposición en defensa de una los pilares económicos de las últimas décadas. Por otro lado, la cercanía del 2025 y de las elecciones nacionales libera a las bancadas de la centro derecha de la responsabilidad de priorizar los acuerdos antes que la oposición.

La centro derecha en el país está obligada a reposicionar su ubicación política frente al Ejecutivo, porque la democracia parece haberse salvado de las estrategias aventureras del comunismo, que pretendía instalar una asamblea constituyente, y también del progresismo, que pretendía adelantar las elecciones en base a la última encuesta de la semana.