Editorial Política

Un Perú sin acuerdos nacionales ni consensos

En democracia no es posible el desarrollo sin consensos nacionales

Un Perú sin acuerdos nacionales ni consensos
  • 07 de agosto del 2024

 

De alguna manera, con una institucionalidad erosionada, con una desaprobación sin precedentes de los poderes con soberanía (Ejecutivo y Congreso elegidos en sufragio) y con un desprestigio sin precedentes de la clase política, el Perú avanza hacia una sexta elección nacional bajo el marco de la Constitución de 1993. Ya no es posible hablar acerca de que avanzamos hacia una sexta elección nacional sin interrupciones, porque el cierre inconstitucional del Congreso perpetrado por Martín Vizcarra y el golpe de masas en contra el gobierno constitucional de Manuel Merino representan evidentes golpes de Estado.

Sin embargo, una de las características de todas las elecciones de las últimas décadas –y al parecer también de la que se escenificará el 2026–, es la falta de un acuerdo nacional, la ausencia de consensos sobre cómo enrumbar al país y la preeminencia de la guerra política y la polarización. La continuidad de los enfrentamientos entre buenos y malos, finalmente, terminó encumbrando en el poder a Pedro Castillo, el peor candidato de la historia republicana y el menos preparado para el cargo. 

Desde el gobierno de Vizcarra la erosión de la institucionalidad se agravó, y con la elección de Castillo el asunto adquirió ribetes dramáticos. En ese contexto, la polarización política terminó deteniendo el milagro económico peruano que sorprendía al mundo, no solo por sus tasas de crecimiento sino también por su capacidad de reducir la pobreza.

La mala política, pues, destruye las posibilidades republicanas del Perú. Es imposible construir instituciones democráticas, el gobierno de las instituciones para controlar el poder, si la política sigue las reglas de la guerra: identificar enemigos irreconciliables y buscar la eliminación del adversario. En el Perú la política ha seguido las reglas de la guerra, sobre todo con la brutal judicialización de la política.

En este escenario suena a ingenuidad o, como se dice, a wishful thinking, seguir planteando un acuerdo nacional, un camino de convergencias y entendimientos para superar la polarización nacional, sobre todo porque en las derechas y las izquierdas no parecen existir los interlocutores adecuados. Finalmente, la fragmentación de la política, la balcanización de la representación y la ausencia de partidos políticos –en el sentido clásico– imposibilita que se construyan entendimientos y acuerdos nacionales.

Vale recordar que las sociedades que lograron el desarrollo y la prosperidad, generalmente, son aquellas que construyeron entendimientos nacionales –incluso luego de guerras civiles devastadoras– tal, como por ejemplo, sucedió en los Estados Unidos y en Inglaterra. España logró el desarrollo cuando fue posible un pacto nacional y Chile se acercó al desarrollo también por un consenso nacional. En ambos casos las derechas e izquierdas superaron los enfrentamientos y se pusieron a construir sus respectivos países. Sin embargo, en el siglo XXI las izquierdas iberoamericanas involucionaron, y hoy Chile y España parecen estar de regreso a la polarización y escenarios de guerras civiles sin balas.

Por todas estas consideraciones, seguir insistiendo en un acuerdo nacional entre los principales actores del espacio público, más allá de sus imposibilidades, es parte de la buena política a desarrollar. Desde las derechas y las izquierdas deben surgir sectores que defiendan irreductiblemente el Estado de derecho y la Constitución, que propongan eliminar una de las más feroces judicializaciones de la política de la región y promuevan la defensa de la economía de mercado y la inversión privada.

A partir de esos consensos es posible construir políticas públicas que trasciendan a geografías políticas de izquierdas y derechas, a los gobiernos instalados y que se conviertan en políticas de Estado, en normas directrices del proyecto de peruanidad. El Perú tiene todas las condiciones para convertirse en una potencia mundial, pero necesita consolidar su Estado de derecho, algo que es absolutamente imposible en medio de las guerras políticas actuales.

  • 07 de agosto del 2024

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