La comisión de Constitución del Congreso de la R...
Pese a desconfianza en instituciones y descrédito de políticos, vamos al cuarto proceso electoral.
Una de las preguntas frecuentes de los sociólogos y politólogos extranjeros que estudian el Perú tiene que ver con la persistencia de la democracia y la economía de mercado, no obstante la crisis de las organizaciones políticas, el descrédito y anemia institucional del país. ¿Cómo así avanzamos hacia nuestro cuarto proceso electoral ininterrumpido? ¿Cómo así continuamos con la economía de mercado por más de dos décadas?
En otras sociedades de la región donde prosperan la libertad y la economía libre como en Chile y Colombia, por ejemplo, las respuestas son relativamente sencillas: los sistemas de partidos y fortalezas institucionales explican los círculos virtuosos. En nuestro país, las organizaciones políticas se inviabilizaron porque no fueron protagonistas de las grandes transformaciones sociales del siglo pasado que, para bien o para mal, impulsaron el velascato y el fujimorato. Los grupos políticos y la propia democracia contemplaron desde el balcón y perdieron legitimidad histórica. La economía libre, que nos ha permitido reducir la pobreza y la desigualdad como nunca en nuestra historia, se desarrolló con la resistencia e indiferencia de los políticos. Era evidente, pues, que las organizaciones políticas entraban a vagar en el desierto de la orfandad política.
No obstante la falta de credibilidad de las instituciones, el desprestigio de los políticos y el desborde de la delincuencia, enrumbamos al cuarto proceso electoral ininterrumpido. ¿Cómo? A pesar de la desaceleración económica y el frenazo a las inversiones ya consolidamos más de dos décadas de economía libre. ¿Cómo? La respuesta no está en el espacio público sino en la sociedad, en el mundo emergente que, si bien tiene varios rostros, es la única explicación de nuestra persistencia con la democracia y el mercado.
Todos los presidentes de la democracia post fujimorista ganaron enfilando críticas feroces en contra de la economía libre. Quizá el ejemplo paradigmático es el triunfo de Humala el 2011: un líder que el 2006 e, incluso, en la primera ronda del 2011, representaba el programa chavista latinoamericano. Sin embargo todos los mandatarios post Fujimori apenas llegaron a la Casa de Pizarro gobernaron con la mano derecha y se dedicaron a preservar el modelo. Si bien no desarrollaron las reformas políticas y económicas que nos habrían permitido despegar a velocidad de crucero, no se atrevieron a tocar las vigas maestras de la economía de mercado. El piloto automático funcionó. ¿Se imaginan una medida en el sentido inverso? Por ejemplo, establecer el control de precios en algunos sectores de la economía. En el Perú medidas contra el mercado no solo habrían tenido una respuesta social de los grandes empresarios sino habrían representado la ira de millones de emprendedores de Gamarra, del Cono Norte, de Villa el Salvador, de Huancayo, de Puno y de una vasta red de mercados populares.
Por diversas razones que los sociólogos deberían desentrañar, en nuestro país, los conceptos de mercado, empresario e inversión privada, no solo se pueden atribuir a las grandes empresas -que dominan el sector privado de Occidente o, hablando de lugares cercanos, de Chile, Colombia o Panamá-, sino, sobre todo, son atributos de legiones de emprendedores populares que, dentro y fuera de la formalidad, han comenzado a moldear el nuevo rostro del país. En otras palabras, si vas contra el mercado vas en contra del mundo popular. ¿Qué político se atreve, pues?
Después de la caída del fujimorato, la economía libre del país se matrimonio con la democracia y quizá allí resida la explicación de la persistencia institucional. De alguna manera cualquier intento de torcer los pilares del mercado siempre colisionará con la Constitución de 1993 y el sistema institucional. Durante el siglo XX solíamos mencionar una especie de maleficio político: el Perú estaba condenado a diez años de democracia seguidos de diez años de dictadura. Hoy, ese maleficio no parece existir más. El protagonismo del mundo popular, pues, nos permite contemplar con optimismo el futuro de la democracia y el mercado.
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