¡Sin reforma de la educación todo es ilusión!

Es indiscutible que el futuro en el mediano y largo plazo se definirá en la calidad y la potencia de nuestra reforma educativa, y también en la capacidad del Estado en invertir en ciencia y tecnología. Vale precisar que una reforma integral de la educación no puede caer en el cientificismo, sino que también tiene que incorporar la reforma cultural y las humanidades. El Perú del mañana no solo tiene que participar de las grandes tendencias de la IV Revolución Industrial, sino también debe ser una sociedad abierta, un sistema republicano que controle los excesos del poder y garantice la libertad.

Planteadas las cosas así, la reforma de la educación puede llegar a serlo todo. Para graficar la importancia de la transformación educativa señalemos la crisis de infraestructuras que se han presentado con la falta de un puente para conectar el nuevo aeropuerto Jorge Chávez, el más moderno de Sudamérica, y con la caída de otro puente que conectaba con el megapuerto de Chancay, un hub portuario entre el Asia Pacífico y la región. 

Para enfrentar estos problemas –la falta de puentes– que crean islas de eficiencia, prosperidad, modernidad y tecnología, rodeadas de pobreza y exclusión de siglos pasados, el Estado peruano podría reformarse eliminando la burocratización general. Igualmente podría relanzar las asociaciones público privadas para enfrentar los déficits de infraestructuras y desarrollar otras reformas que podrían superar los enclaves de prosperidad cercados por la pobreza. Con estas reformas el Perú se podría integrar físicamente con estas islas de modernidad de la inversión privada y avanzar en su desarrollo.

Sin embargo, sin una reforma educativa integral todo sería insuficiente, porque las ciencias, las tecnologías y la modernidad que traen estas inversiones no se replicarían en la sociedad por falta de una fuerza laboral educada, capacitada, con el poder de innovar, tal como sucedió en los países del Sudeste Asiático (Hong Kong, Singapur, Taiwán, Corea del Sur, entre otros). Volvería a emerger la imagen de islas de prosperidad rodeadas por el atraso porque la sociedad no podría engancharse a las nuevas tendencias tecnológicas.

Allí, pues, reside, la gigantesca importancia de una reforma educativa que, en nuestro país, no avanza o avanza a paso de tortuga por el papel de las izquierdas, ya sea por la oposición del colectivismo a la meritocracia docente o por la tendencia progresista a priorizar la ideología de género o la llamada agenda woke.

Felizmente, en cuanto a la meritocracia docente se ha avanzado un buen trecho. De un total de 420,000 docentes alrededor del 80% ya pertenece a la Carrera Pública Magisterial (CPM). En otras palabras, la mayoría de los maestros pertenece a la docencia o ha ascendido entre las ocho categorías de la CPM, por concursos, evaluaciones de méritos y capacitaciones. Sin embargo, este proceso debería considerarse el primer escalón de una larga escalera para alcanzar una educación de primera calidad mundial. Los docentes de la CPM necesitan seguir capacitándose en matemáticas, ciencias, tecnologías, cultura y humanidades para tener la educación que demanda el siglo XXI.

En otras áreas de la reforma educativa –tales como el desarrollo de las infraestructuras, de laboratorios, el desarrollo de la malla curricular– existe un retraso aterrador que nos resta cualquier posibilidad en el futuro. Por ejemplo, el 95% de los colegios está en situación precaria; es decir, carecen de mantenimiento y algunos ni siquiera tienen agua potable ni desagüe.

En cualquier caso, la reforma de la educación debería ser una de las claves de la agenda electoral del 2026. Nadie debería eludir el tema.