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En Cajamarca, una región marcada por la paradoja de la riqueza mineral y la pobreza persistente, el proyecto Michiquillay, en el distrito de La Encañada, se perfila como una de las apuestas más ambiciosas para transformar la economía local. Con una inversión estimada de US$ 2,500 millones, a cargo de Southern Perú Copper Corporation, esta operación promete convertirse en un motor de crecimiento sostenible si logra sortear los desafíos históricos de la minería en el país, conflicto sociales, leyendas antimineras y desconfianza.
Michiquillay forma parte del llamado “cinturón de cobre del norte” y, según las proyecciones, producirá 225,000 toneladas métricas anuales de cobre concentrado durante al menos 25 años. Además del cobre, se extraerán subproductos como molibdeno, oro y plata, lo que incrementará significativamente la rentabilidad del yacimiento. Se estima que la fase de construcción, prevista para comenzar en 2027, generará alrededor de 83,000 empleos directos e indirectos, una cifra que podría aliviar en parte los altos niveles de desempleo que golpean a Cajamarca.
Pero el valor del proyecto no se limita a su volumen de producción o al dinero que moviliza. En una región donde el 44.5% de la población vive en situación de pobreza —y donde se concentran 16 de los 20 distritos más pobres del país—, la posibilidad de que Michiquillay funcione como catalizador de desarrollo ha despertado grandes expectativas. Southern Perú ha insistido en que Michiquillay no será una mina más, sino el núcleo de un ecosistema productivo regional. La visión de largo plazo contempla la creación de un clúster minero que integre proyectos cercanos como Galeno y La Granja. En conjunto, estos podrían generar hasta 1.5 millones de toneladas de cobre anuales, posicionando a Cajamarca como un polo minero de alcance global.
Para lograrlo, será indispensable una apuesta decidida por infraestructura compartida, como una vía férrea que conecte los yacimientos con el puerto de Bayóvar. Este eje logístico permitiría reducir costos de transporte y abrir nuevas rutas de exportación, haciéndole frente a las limitaciones estructurales que históricamente han aislado a la región. Esta estrategia recuerda al modelo de Antofagasta (Chile), donde la minería fue el punto de partida de un ecosistema industrial diversificado.
El clúster propuesto no solo movilizaría minerales, sino también conocimiento, tecnología y servicios. La articulación con universidades, institutos técnicos y proveedores locales es una pieza central del plan. Así, Cajamarca podría dejar atrás su rol pasivo como simple extractora de materias primas para convertirse en un actor importante del desarrollo tecnológico e industrial.
La historia reciente de la minería en Cajamarca está marcada por un nombre: Conga. El fallido proyecto, paralizado en 2011 tras fuertes protestas sociales, es el recordatorio más claro de lo que ocurre cuando se hace caso alas leyendas antimineras del progresismo. Michiquillay busca evitar ese destino.Desde el inicio, Southern Perú ha implementado el Fondo Social Michiquillay (FSM), una herramienta para canalizar parte de los beneficios del proyecto hacia las comunidades cercanas. Este fondo busca financiar proyectos de salud, educación, infraestructura y capacitación, con el objetivo de convertir a los pobladores en socios del desarrollo y no en simples espectadores. Sin embargo, el éxito del FSM dependerá menos de cuánto dinero se reparta y más de cómo se gestionen esos recursos: con participación real, con rendición de cuentas y con respeto a las prioridades de cada comunidad.
Otro componente crítico del proyecto es su impacto ecológico. Cajamarca es una región con alta biodiversidad y fuentes hídricas sensibles, por lo que la operación minera deberá demostrar que es posible extraer recursos sin comprometer el medio ambiente. El Estudio de Impacto Ambiental (EIA) aprobado es un paso inicial, a él se sumarán tecnologías limpias, monitoreo constante y participación ciudadana en la fiscalización de las operaciones. La minería del siglo XXI no puede permitirse errores del pasado.
El contexto internacional también juega a favor. La transición energética mundial está disparando la demanda de cobre, y los precios globales reflejan esa tendencia. Perú, uno de los principales productores mundiales del metal rojo, tiene la oportunidad de capitalizar esta coyuntura. Pero el beneficio solo será sostenible si se construye desde adentro: con legitimidad social, visión estratégica y gestión eficiente.
Cajamarca no necesita más promesas. Necesita resultados tangibles: empleo digno, educación técnica, salud de calidad, caminos transitables, agua potable. Michiquillay puede ser un parteaguas. Un proyecto que no solo sume puntos al PBI nacional, sino que transforme realidades concretas en una de las regiones más olvidadas del país.
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