Jorge Varela
Zorros, mentiras y falacias
En el imperio de la contra verdad

Antaño un buen orador solía tener enorme y notoria ventaja en su faena de seducir al electorado y obtener apoyo ciudadano mayoritario preferente. Podía ser corto de ideas u oscuro de luces, pero si era abundante de palabras tenía muchas posibilidades de lograr su objetivo de convertirse en parlamentario y hasta colocarse la banda de presidente de una nación. Más allá de sus méritos incuestionables, los casos excepcionales de José María Velasco Ibarra en Ecuador, de Alan García Pérez en Perú o de Arturo Alessandri Palma en Chile, son suficientemente ilustrativos.
Hoy los encantadores de serpientes –estuve a punto de escribir ‘embaucadores’–, cuentan además con la ayuda profusa de medios tecnológicos, un factor contemporáneo que favorece la proyección y cercanía popular a tantos demagogos, contribuyendo a potenciar su influencia y peligrosidad en otra de las facetas nefastas del populismo que se extiende por estas tierras.
El historiador mexicano Enrique Krauze ha propuesto algunos rasgos nocivos específicos del populismo –entre 10– que es oportuno destacar: el populista usa y abusa de la palabra, se apodera de ella; el populista fabrica la verdad; alienta el odio de clases; moviliza permanente a los grupos sociales; desprecia el orden legal; mina, domina, domestica y pone término a las instituciones y libertades de la democracia (texto de “El pueblo soy yo”). Como escribiera Krauze: ”el populismo es la demagogia en el poder. La demagogia es la tumba de la democracia”.
Tiempo de zorros, mentiras y falacias
En tiempos decadentes como el actual deambulan cientos de predicadores falsos, los que, actuando con astucia de zorros en el espacio democrático vigente, cometen excesos y tropelías, logrando engañar a generaciones jóvenes con mensajes perversos o utopías torcidas. Es el caso de quienes en su afán de adornar el pensamiento colectivista de Marx exaltan en demasía ‘lo societario’ –privilegiando su forma de organización– por sobre la identidad e individualidad de las personas, convencidos de que es más fácil alterar la estructura social que la realidad, si se tergiversa el uso del lenguaje y se maneja con maquiavelismo la propaganda.
Como la democracia no puede ser vacunada contra la falacia, persistirán en su empeño, aunque sea recurriendo a la mentira y el engaño. Si a lo dicho se agrega la toxicidad ideológica anexa al discurso de estos especímenes, es aconsejable huir de ellos o pedir pronto auxilio antes de caer en sus redes y ser envenenado. La última falacia que los ha unido y entretiene a nivel casi continental es aquella referida al cambio de los pilares sobre los que se sustenta nuestra institucionalidad constitucional, como si una nueva Carta Fundamental fuese la gran receta para poner fin a todos los males y dolores que padecen nuestros pueblos. Perú, Colombia y Chile representan un ejemplo claro de lo expuesto.
El imperio de la contra verdad
Federico Nietzsche decía: “A los jóvenes les gusta lo interesante y singular, sin preocuparse hasta que punto es verdadero o falso. A los espíritus más maduros les gusta de la verdad, lo que hay en ella de interesante y singular” (Nietzsche, “Humano, demasiado humano” I, parágrafo 609). Este juicio es todo un presagio de las noticias falsas (fake news) que inundan las redes digitales y medios informativos actuales, como una verdadera plaga de la que ni siquiera escapa el periódico o noticiero de mayor prestigio mundial. ¿Será que en una realidad circundante tan agitada –como la que vive la sociedad, la cultura, la política, la economía, la información– no hay tiempo ya para digerir los frutos maduros del desarrollo y la evolución? Por falta de reposo y reflexión nuestra civilización corre a toda velocidad de regreso hacia la barbarie. ¿Una vez más?
José Ortega y Gasset sostenía que la política es el imperio de la mentira, pues la política es pensar de modo utilitario, y la mentira implica hacer de la utilidad verdad. Por eso es difícil encontrar políticos que no mientan, que no sustenten una postura y al día siguiente argumenten la contraria. El hombre necesita de la verdad, un mundo que no se contradiga, que no falsee; un mundo en el que no se padezca de falta de fe en la verdad. Podría llegar el día en que esta interpele al político y le diga: !oye tú!, “embustero redomado, ¿qué tengo yo de común contigo?”. (“Humano, demasiado humano”) Es la gran pregunta que estos mesías y narcisos contemporáneos –conscientes de su condición–, no se atreven a contestar, pues les provoca temor.
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