César Félix Sánchez
Una agrupación humana de complejidad mínima
Orientada a permanecer en el poder lo más que pueda

En poco más de seis meses, el gobierno de Pedro Castillo ha pasado de un gabinete comunista mafioso a un gabinete caviar mafioso, luego a un gabinete mafioso a secas y finalmente a un gabinete de supervivencia también mafioso. Hago un caveat necesario: entiendo por mafia política toda asociación que pervierte los fines propios de la política hacia el bien particular de los gobernantes en el sentido más craso y cortoplacista por sobre cualquier interés general. No quiero decir que este régimen haya sido el único con presencia de estructuras mafiosas. Lamentablemente –y por citar solo casos de los últimos treinta años– tuvimos los casos de la llamada mafia «fujimontesinista» y de los múltiples clanes corruptos que rondaron a los gobiernos subsiguientes.
Pero la diferencia es que todos los anteriores gobiernos –con excepción quizás del fujimorato crepuscular de 1999-2000– eran algo más que una mafia. La supervivencia y, hasta cierto punto, la estabilidad de esos regímenes estaba mucho más asegurada que la del presente sainete de Pedro Castillo. Y en medio de los escándalos y las mediocridades usuales, había una cierta eficiencia, por lo menos en algunos islotes del aparato estatal, y una visión más o menos compartida por todos los actores políticos de asegurar una serie de políticas a largo plazo, orientadas al crecimiento económico y al fortalecimiento institucional.
Nada de eso se ve en el gobierno de Castillo. Todo parece estar estructurado para asegurar la pervivencia de un chiringuito, como dirían los españoles, una suerte de agrupación humana de complejidad mínima orientada a, mediante el chantaje y complicidad mutuos, permanecer en el poder lo más que se pueda para obtener beneficios particulares, por lo general materiales, de cualquier índole. Es decir, que van desde el diezmo en licitaciones públicas hasta incluso una silla, una gaseosa o un florero. Para los peruanos del interior del país este tipo de fenómenos no nos son extraños: todo lo contrario, son cíclicos e inevitables como las lluvias de febrero, sea en camarillas que controlan gremios o universidades o en gobiernos regionales. Ahora esta maldición ha caído sobre el gobierno central.
Cabe señalar que, junto con la incompetencia y la inédita opacidad de gran parte de los ministros, hay algo que ha permanecido en todos los gabinetes: la presencia de representantes de Vladimir Cerrón. Eso no cambia ni cambiará. Porque Castillo también es una suerte de representante de Cerrón, por más que, de forma inexplicable e infinitamente estúpida, cierto sector del progresismo lo siga negando. Incluso sus devaneos anticaviares ocurren siempre bajo los auspicios del dueño de Perú Libre.
Y así, cuando esta agrupación humana de complejidad mínima que es el gobierno de Castillo sucumba definitivamente, será también por obra de Cerrón y sus acólitos, cuando vean que no ya no queda nada portátil que pueda ser acarreado. Salvo que el Congreso deje el cortoplacismo, se ponga las pilas y actúe, claro está.
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