Manuel Gago
Un acto de fe: creer en la inocencia
La tarea es resistir y confrontar
Estamos notificados una vez más: la izquierda es capaz de manchar honras con alevosía. Después de la publicación del diario español El País, la gente poco enterada cree que monseñor Juan Luis Cipriani es un pedófilo. ¿Quién le quita ahora el sambenito?
El golpe infame tiene una clara intención: atacar al sector conservador de la Iglesia católica, enrarecer todavía más la política peruana, demoler la figura de Rafael López Aliaga y dejar mal parado al papa Francisco. La nota, cargada de argumentaciones políticas, direcciona la falsa acusación.
Sin los códigos que la decencia exige, el neomarxismo anuncia su manera sucia de enfrentar las elecciones 2026. No seamos ingenuos, la tarea no es solo resistir sino confrontar: “Manso como la paloma, astuto como la serpiente”, es también mandato divino.
El neomarxismo es ateo, no es temeroso de Dios. La difamación sin remordimientos, está en su ADN. El montaje contra monseñor Cipriani ha sido armado por la izquierda católica y la progresía –la que nunca gana elecciones–, adversa al Opus Dei, del que Monseñor Cipriani es parte. Pero no es solo una lucha interna dentro del catolicismo. La foto de Cipriani al lado de Rafael López Aliaga, que El País acompaña a su nota, no es gratuita, intenta envilecer la política peruana relacionando al alcalde de Lima y potencial candidato a la presidencia, con un –según el diario– pedófilo.
La nota repetitiva dice que Cipriani abusó de un joven “no identificado de 16 o 17 años, huérfano de padre y con problemas escolares y de conducta, ahora de 58 años”. En 2018, el supuesto abusado, denunció que en 1983 –treinta y cinco años antes– sufrió “tocamientos, caricias y besos”. Agrega que “el Papa intervino porque no era la primera vez que había acusaciones de este tipo contra Cipriani” y enseguida añade: “una que no tuvo recorrido”; es decir, desestimada. A todas luces, la denuncia es vacía, floja, sin sustento; en esencia: una calumnia. Si estuviera sustentada, el morbo estaría detallado, como les gusta a los woke. Si fuera cierta, ¿por qué el Vaticano no la hizo pública en su momento? ¿El silencio del Papa sería condenable?
Sin demorar –como hacen los inocentes– monseñor Cipriani desmintió la acusación. Declara que, en 2018 fue informado de una acusación y, sin que hubiera un proceso, se le comunicó verbalmente las penas impuestas por el supuesto delito cometido y castigado por el Papa con el exilio, obligado a abandonar Perú, no hacer actividades sacerdotales, no usar hábito, ni símbolos cardenalicios y prohibido de hacer declaraciones. Como buen hijo de Dios, Cipriani perdona, “no guarda rencor al abusador y reza por él”.
Por un acto de fe, porque soy cristiano, no católico, creo en la inocencia de Cipriani, convencido de la canallada armada. Pero para los comunistas y neocomunistas, todo vale en contra de sus adversarios. Intuimos qué vendrá después, de cara a las elecciones generales del 2026. Urge, entonces, la unidad de los políticos ubicados en la misma orilla. El avance mundial de la sensatez, que procura proteger a la humanidad, no es suficiente para inclinar al electorado peruano contra las corrientes totalitarias. Se necesitan acciones propias y contundentes.
Los enemigos de la fe creen ser inmunes contra todo mal, y han hecho costumbre destrozar la vida de sus opositores. Que el ataque contra Cipriani sirva para entender cuán sucio actúa ese enemigo.
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