Jorge Morelli
Todos han perdido
Ante el mecanismo avasallador del Foro de Sao Paulo

Es hora de decirle a los que se empeñaron, contra viento y marea, en la vacancia de la Presidencia en el 2018 que lo que hicieron fue abrirle al enemigo las puertas de la ciudad que habíamos guardado y defendido durante 30 años. Y el enemigo introdujo su Caballo de Troya. Es la complicidad del enemigo con los de adentro lo que hace sospechoso el presente griego.
Hace año y medio tan solo, muchos creyeron que se puede derrocar al poder sin consecuencias, y que el vacío respetará las formas escritas en un papel. Cuánta ingenuidad. La consecuencia no prevista es la que hoy vemos: el pueblo desprecia a toda la clase política. Todos cayeron en la trampa de la corrupción también montada por el enemigo. Si una empresa se rehusaba a entrar, quebraba. Si un partido se negaba, perdía. Lo devoró todo el mecanismo operado por la empresa brasileña obedeciendo a su patrón del Foro de Sao Paulo, de Caracas, de La Habana.
Dos elementos de juicio permiten suponer fundadamente que esto fue así. El encargado de los negocios de la empresa en el Perú tuvo en un momento reparos en entregar una suma enorme al candidato de izquierda, con cuyas ideas no comulgaba. Pero su jefe –que tampoco comulgaba– lo obligó, porque estaba evidentemente bajo presión. Y el indicio de que lo estaba es que cuando el jefe fue finalmente encarcelado, su propio padre, el viejo patriarca de la empresa, declaró públicamente que si su hijo era encarcelado fueran preparando dos celdas más: una para el expresidente brasileño, hoy en la cárcel, y otra para su sucesora. Esto demuestra a las claras que era el poder político el que mandaba y no a la inversa.
La historia de esto se remonta a los años setenta, cuando el mercantilismo proteccionista se convirtió en el modus operandi brasileño en todos los sectores de la economía y la sociedad, tanto hacia afuera del inmenso país como hacia adentro. Y fue detectado y analizado por los estudiosos de sociología de la época, que llegaron a identificar a las argollas de poder económico que cerraban los mercados para sí, con el curioso nombre de “panelinhas”, de lectura obligatoria para los estudiantes de Antropología Política de la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Católica, casi 50 años atrás. Bien visto, no era un secreto para nadie.
Ya mucho antes de eso, sin embargo, era posible para los interesados en geopolítica sospechar que el imperialismo brasileño podía resultar peor aún que el yanqui. Existía el elocuente antecedente histórico de los “bandeirantes”, que penetraron los territorios de las misiones abandonadas por los jesuitas expulsados del Imperio español a fines del siglo XVIII: lenta, silenciosa, incesantemente, como la avanzada comercial de un plan política de apropiación del territorio. Doscientos años después, se organizaría la penetración del mercado peruano y otros de la región de forma encubierta, reclutando cómplices, subordinando empresas y partidos al mecanismo avasallador del Foro de Sao Paulo y la izquierda del Partido de los Trabajadores de Brasil: empresa que no entraba, quebraba; partido que no entraba, perdía inexorablemente.
Pero hay que tener claro que fue el plan político el que instrumentó la acción de las empresas, y no a la inversa, como en el imperialismo tradicional. Y hasta hoy no se halla del todo al descubierto. Sus aliados políticos locales siguen disimulando, callando, medrando.
Hasta hoy utiliza el enemigo la debilidad de sus adversarios, que le han abierto las puertas de la ciudad. La imprudencia trágica de este acto no pasa inadvertida para el pueblo peruano. Por eso no hay ni habrá nunca ganadores en este conflicto. Todos han perdido.
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