Manuel Gago
Sincerar la política en lugar de buscar alianzas
En política, no hay amigos, hay eventuales intereses compartidos

La realpolitik no es para los calichines, para las divisiones inferiores, para los “políticos” acostumbrados a las improvisaciones. La política real es dura, no es estática; es dinámica, se adelanta a las peores intenciones de los adversarios.
Hoy, las noticias de primer orden son las relacionadas con Donald Trump y el cumplimiento de sus promesas de campaña. Trump, abiertamente, se lleva muy bien con Vladimir Putin. Ambos son pragmáticos y autocráticos, y sus decisiones cambian las posiciones geopolíticas. En Europa, la OTAN estaría en veremos. En nuestra región comenzaría la debacle del chavismo. Trump ordenó que la petrolera Chevron abandone Venezuela, y los militares que manejan los recursos del petróleo venezolano se quedarán sin parte de ese privilegio. Pero Nicolás Maduro es aliado de Putin.
El conflicto Rusia-Ucrania, después de una década, desde que Rusia anexó Crimea en 2014, ha entrado en una nueva etapa. Trump le quitaría el apoyo a Zelensky, y el presidente ucraniano estaría obligado a firmar un acuerdo de paz. Los miles de millones entregados para el triunfo de Ucrania no sirvieron para nada. Trump ha sincerado los escenarios dentro de Norteamérica y el mundo, descolocando a la izquierda mundial; la confunde, y la hace perder espacios.
En Perú, los sinceramientos llegarían en 2026, si el elector no es víctima de las mentiras orquestadas. La política ha sido reducida a carpetas fiscales por la progresía, que tiene del cogote al Ministerio Público con el apoyo de la gran prensa. El reto de la real politik es vencer esos obstáculos. Lo cierto es que, el adversario común de las “derechas” e “izquierdas marxistas” es la progresía que se pinta de moralmente pura.
Pensando siempre en un mal menor, los progres votaron por Pedro Castillo en la última elección. En el poder, con Dina Boluarte, esa izquierda marxista mutó. Y Boluarte es atacada con saña y sin piedad por esos medios afines a la progresía. ¿Cómo, entonces, construir alianzas con la alta volatilidad política, con cascarones inscritos en el JNE y con personajes poco transparentes, ganados por esa ideología que pretende poner al país en sintonía con las organizaciones mundiales dominadas por el llamado neomarxismo?
La progresía tiene poco o nulo interés por los proyectos de desarrollo, la construcción de infraestructura productiva y la reducción de la pobreza. Su interés es seguir gobernando por intermedio de otros para imponer agendas políticas manejadas por cúpulas extranjeras. Y, por supuesto, por los millones que ganan por asesorías y consultorías que no conducen a nada.
¿Quién garantiza a las “derechas” que otro Rafael Belaunde u otra Marisol Pérez Tello, surgiendo del PPC, ahora puntal de la progresía, no estén por allí camuflados? Rafael Belaunde se ha esforzado mal por demostrar que es liberal y de centroderecha. Es un progre más, siendo Gino Costa y Harvey Colchado sus amiguetes. En 2005, el papá de Rafael, hijo de Fernando, fue el fugaz candidato presidencial de Perú Posible, del corrupto Alejandro Toledo.
En política, no hay amigos, hay eventuales intereses compartidos. A los aliados hay que someterlos al microscopio. Las alianzas políticas, conformadas para enfrentar procesos electorales, son temporales y circunstanciales, solo para ganar votos. Y sabemos cómo acaban. En 1990 el poderoso Fredemo, liderado por Mario Vargas Llosa –del grupo Libertad, junto a Acción Popular y Partido Popular Cristiano– fue un desastre, entre otras razones, por el exagerado protagonismo de sus integrantes. El peso específico del ahora Nobel no fue suficiente para vencer al desconocido, al “intruso” de la política: Alberto Fujimori, que surgió de los sectores populares y sinceró la realidad, como hace ahora Trump en su país y el mundo.
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