Heriberto Bustos
Sí a la tecnología, no a la autodestrucción
La educación como complemento de la revolución tecnológica

La tecnología ha ido de la mano con el proceso evolutivo del hombre. Sus creaciones para adaptar o adaptarse a la naturaleza fueron pasando de herramientas simples a máquinas cada vez más complejas, siendo en sus inicios —y hasta buena parte de su evolución— su finalidad cuidar a la familia (el clan) y mejorar las condiciones para la sociedad en su conjunto. Su objetivo constituía una riqueza colectiva.
Si bien la tecnología integra un conjunto de conocimientos que permiten la mejora del contexto para hacer más fácil la vida, resulta que en algunos casos afecta la convivencia humana. Pareciera que el discurrir de la humanidad, transita por una vía donde los avances tecnológicos resultan más útiles para el enriquecimiento de un grupo, el crecimiento de la vanidad de otros y la exclusión de la mayoría. Todo ello, dejando de lado la afirmación como persona; es decir, como ser social.
Por ejemplo, en el caso de la influencia y expectativas de los móviles en la educación y en las relaciones sociales, recordemos que UNESCO (*), al relacionar las tecnologías digitales a la calidad educativa, afirmaba sobre su importancia y trascendencia:
“Durante los últimos 30 años las tecnologías digitales han tenido un desarrollo explosivo en la sociedad. La popularización de las computadoras —cada vez más accesibles en tamaño, precio y facilidad de uso—, el surgimiento de internet y la ampliación de las posibilidades de comunicación y conexión han creado nuevas industrias, nuevos empleos, nuevas realidades sociales y culturales, y han modificado irreversiblemente el paisaje de nuestras relaciones, nuestros conocimientos y nuestras formas de interactuar en sociedad”.
Cierto es que el desarrollo explosivo de la tecnología nos deja atónitos por el incremento, perfección y multiplicidad de uso, entre otros. Pero también por la “negligencia” en la orientación educativa y social de su utilidad. En ese aspecto, nos ha ido mostrando su peligrosidad para la vida en familia y colectividad, y para nuestra calidad de vida en general.
Una rápida pincelada de lo que ocurre en el escenario social muestra que la introducción en mundos virtuales como las redes afecta la socialización en la vida real. Y además crea una visión distorsionada de la realidad, porque el mundo virtual se va imponiendo verdadero. Las personas, al ir tomando distancia unos de otros, dejan de lado aspectos elementales de convivencia, como la empatía. Vale decir, la comprensión de la vida emocional de los otros, la escucha activa y el apoyo emocional que se expresa en las relaciones interpersonales, no tienen cabida en las circunstancias actuales. El habla se va perdiendo, y la comunicación entre las personas se ha reducido a tal punto que estando juntos —compartiendo espacios familiares, laborales o de servicios, entre otros— casi ni nos conocemos.
Entre tanto, a nivel personal se vienen generando estilos de vida que dejan de lado el ejercicio físico y propiciando el sedentarismo, perjudicial para la salud. Se abandona la relación con los demás, produciéndose el aislamiento, puerta de ingreso a enfermedades de naturaleza mental. Los teléfonos móviles te facilitan tanto las acciones que no necesitas salir de casa para realizar tareas relacionadas con pago de servicios, compras en el mercado y en muchos casos hasta realizar estudios. Es más, no estimulan el ejercicio mental y producen problemas de memoria. Ya no nos acordamos de los nombres de las personas, sus números telefónicos ni las fechas de nacimiento de nuestros propios hijos, entre otros.
La tecnología es necesaria para vivir mejor y sentirnos personas importantes en la sociedad. De allí que se requiera esfuerzos educativos que posibiliten su uso adecuado y que nos sirva para vivir como humanos, no para autodestruirnos.
*UNESCO (2016) Tendencias digitales al servicio de la calidad educativa. Una propuesta de cambio en el aprendizaje para todos.
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