César Félix Sánchez
Recordando a Sardá y Salvany
Sacerdote y autor del libro “El liberalismo es pecado”

En la ciudad de Sabadell, en el interior de Cataluña, existe una pequeña plaza que tiene por nombre Sardá y Salvany. Probablemente, la inmensa mayoría de los transeúntes actualmente ignoren quién fue aquel personaje. El padre Félix Sardá y Salvany nació en Sabadell en 1844 y falleció en el mismo lugar en 1916. Perteneció a una especie ya absolutamente extinta: el párroco integrista catalán, en el contexto de una región famosa en aquel tiempo por su intenso catolicismo, especialmente en las zonas rurales. Cuántas cosas han cambiado en poco más de un siglo: ahora es una de las más descristianizadas del mundo. O tempora, o mores.
Aunque su labor periodística, apologética y literaria fue bastante extensa, su fama universal nacería de un libro, un verdadero clásico contrarrevolucionario, titulado El liberalismo es pecado (1884), que pronto sería traducido al inglés y al francés. Inmediatamente la polémica no se hizo esperar e incluso hubo un obispo que intentó, por interpósita mano, refutar sus afirmaciones. El fracaso fue estruendoso e hizo crecer el éxito de El liberalismo es pecado, que llegó a recibir elogios pontificios.
El gran acierto del libro consiste en haberse alejado de la logomaquia, de la vana pelea insustancial por etiquetas, tan común en nuestros días, al señalar el núcleo esencial metafísico del liberalismo en general, al margen de sus múltiples impostaciones: el principio de autonomía; es decir, la creencia, antifilosófica y herética, de la autonomía del hombre respecto de cualquier orden divino previo. Y también señaló la esencia del liberalismo católico: la trasposición de este principio a una eclesiología de radical separación de Iglesia y Estado, resumida en el lema de “Iglesia libre en un Estado libre”, principio engañoso cuyas consecuencias lamentables vemos a diario al comprobar la ruina de ambas sociedades en el Occidente contemporáneo.
Finalmente, contra lo que los eternos caricaturizadores puedan pensar, mosén Sardá, el cura ultra proverbial de su tiempo, era un hombre afable e ingenioso, con el seny, el buen sentido tradicional catalán, muy vivo. Porque era, antes que un intelectual reaccionario de salón, un hombre de Dios en quien el culto divino y la caridad presbiteral eran los primeros deberes. Aún en vida, donó su casa para un asilo de ancianos y siempre tuvo auxilios materiales y espirituales para todo aquel que tocase su puerta. Quiera ahora hacernos la caridad de interceder por nosotros en un momento en que tanto el orden temporal como la Iglesia parecen sucumbir ante el Anomos.
COMENTARIOS