Juan Villaran E.
¿Qué nos depara el destino a los peruanos?
En las elecciones generales de 2026
Estados Unidos se ha salvado. Durante meses, los peruanos comunes y la prensa le han prestado muy poca atención a este hecho, que es y seguirá siendo un evento crucial, capaz de transformar no solo el futuro de Estados Unidos sino también la geopolítica global e, incluso, el destino de la humanidad. Su impacto se sentirá en todos los ámbitos, desde lo militar hasta lo económico y comercial.
Solo ahora, con el presidente ya electo y con los tres poderes del Estado en sus manos, todos –como en una especie de cámara lenta y fuera de sincronía– comienzan a dedicarle todo el espacio posible.
A nivel local, temas como los casos judiciales, la corrupción en la policía, el proyecto de Talara, el tráfico de oro ilegal que financia a gobiernos locales y hasta a congresistas, y el espectáculo mediático representado por figuras como Chibolín, ocupan los titulares. Estas problemáticas, junto con la incertidumbre sobre si Dina logrará o no terminar su mandato, y otros temas de coyuntura, mantienen al país sumido en una inercia negativa, en una queja constante y sin un horizonte claro que inspire o emule el sentido de propósito y esperanza que hoy sienten los estadounidenses.
A un año y medio de las elecciones generales, las numerosas propuestas de quienes aspiran a la presidencia o al Congreso resultan, en su mayoría, vacías y carentes de sustancia. Parecen ignorar que lo que cambió el panorama electoral en la hasta ahora "casi" primera potencia mundial fue la polarización y el deseo de un cambio radical. El mensaje de esperanza en Estados Unidos no se basa solo en la competencia industrial o comercial, sino en valores humanos expresados en su Constitución, principios que buscan recuperar el espíritu que los fundó como nación.
En Perú, hemos llegado a un punto de inflexión en el que no basta con discursos que prometen cambios, ni con declaraciones lógicas o voces molestas que participarán en la próxima contienda. Se necesita más. Se requieren palabras que hablen al corazón, que lo conmuevan y lo inspiren.
Necesitamos discursos que no solo prometan transformaciones, sino que ofrezcan un abrazo fraternal a un pueblo que necesita a alguien que camine a su lado, que ría, sufra y luche junto a él, no en busca de una meta individual, sino de un objetivo colectivo.
Urgen propuestas que comprendan profundamente cada sufrimiento y anhelo de la gente, y que estén imbuidas de una autenticidad inspiradora. El cambio es necesario, pero debe llevar la pasión de una sangre que hierve y, al mismo tiempo, la prudencia de saber que un error puede ser irreversible.
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