Heriberto Bustos
¿Mediocridad o negligencia?
Tienen estrecha relación con lo deficitario y negligente de la educación

Constantemente somos agobiados por noticias como: el Perú ocupa el último lugar en rendimiento académico de estudiantes, el Estudio de Impacto Ambiental adolecía de una serie de imprecisiones, colapsó un puente en la vía X, nuestras universidades no figuran entre las 100 mejores del mundo, periodistas tergiversan la información, murieron 30 niños por falta de incubadoras, la exportación de productos agrícolas ha disminuido, congresistas no tienen la menor idea de lo que viene ocurriendo en el país; autoridades comprometidas en malos manejos económicos, presidente reconoce sus limitaciones para gobernar y pide adelanto de elecciones, el crecimiento económico disminuirá, etc.
Anuncios como los señalado, están vinculados a escenarios y situaciones deficitarias de distinta naturaleza, cuyo contenido es consecuencia de acciones humanas. Vale decir, que en esos resultados están comprometidas personas en quienes hemos depositado nuestra confianza, de manera directa o indirecta. No obstante, en la búsqueda de las razones, por lo general se hace referencia a la existencia de negligencia, sea de empleados o funcionarios; reduciéndose la magnitud del problema a una simple ocurrencia, a un error involuntario, una falta de cuidado en el cumplimiento de una obligación.
Interpretaciones de esa naturaleza, engañosas de por sí, poco ayudan en la determinación de las verdaderas causas, en tanto dejan de lado un hecho real: la falta de condiciones, cualidades o aptitudes, especialmente intelectuales, para el desempeño de un cargo o ejercicio de una determinada tarea. Nos estamos refiriendo a la mediocridad, que caracteriza a personas de poca inteligencia, talento, o de escaso mérito, para ser eficaces.
José Ingenieros(*), en su obra El hombre mediocre, nos recuerda que las personas somos resultado de dos procesos el genético y el social, asumiendo la vinculación de este último con la educación. Para ser más claros debemos decir que la mediocridad existente en nuestra realidad tiene estrecha relación con lo deficitario y negligente de la educación, responsabilidad del Estado y de su administración: el gobierno. La relación entre educación y acción individual, la sustenta el autor mencionado en su afirmación: “Esta acción educativa es, por consiguiente, una adaptación de las tendencias hereditarias a la mentalidad colectiva: una continua aclimatación del individuo en la sociedad”.
Una sociedad donde la corrupción campea ofrece condiciones ampliamente favorables para el asentamiento de la mediocridad. Por ello, no resulta extraño que ineptos personajes, valiéndose de sus relaciones económicas o “familiares”, se hallen conduciendo los destinos del país en escenarios locales, regionales y nacionales, mientras que quienes se irritan ante ello, tan solo se limitan a mirarlos en silencio y con desprecio a través del rabillo de los ojos, sumándose por comodidad, sin darse cuenta, a esa especie.
El silencio en este contexto no resulta el mejor consejero. La historia se escribe con hechos, con acciones honestas, con palabras, posponiendo o superando muchos temores, huyendo con valentía de la complicidad. Para desterrar la mediocridad hay que comprometer esfuerzos en la lucha contra la corrupción, para hacer de la educación un pilar básico en la práctica de valores y, ciertamente, en el eje central del desarrollo democrático del país.
¡Que la historia no nos persiga ni juzgue por nuestro silencio frente a la mediocridad!
*Giuseppe Ingegnieri, médico, psiquiatra, psicólogo italo-argentino
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