Heriberto Bustos
Marionetas averiadas
Ante el avance del desorden, la manipulación y la anarquía

En algún momento de nuestra historia, empezó la costumbre de acompañar los festejos del aniversario patrio con la presencia en distintos puntos del país de los circos, espectáculos artísticos que mostraban, entre otros, a acróbatas, malabaristas, animales amaestrados, payasos y titiriteros. Estos últimos son los de mayor deleite para los niños por tratarse de muñequitos manejados mediante hilos por una persona de gran habilidad, que los encandilaba con historias diversas y falsas.
Con el respeto que se merece el espectáculo referido, hace varios años, envuelto en almíbar, llegó con su carpa sudamericana, competencia titiritera y tufillo izquierdista, el fantasma de la corrupción: Odebrecht, captando y construyendo sus propias marionetas con material de las “altas” esferas públicas: presidentes, ministros, gobernadores regionales, alcaldes, jueces, fiscales, legisladores, miembros de la mal denominada “sociedad civil” y los infaltables comunicadores. La corrupción se tomó pausadamente el tiempo necesario para hundir al país en la más grande inmoralidad, el deterioro de los valores y la destrucción de la vida social.
Salvando momentos y distancias, en esta coyuntura de franco deterioro de la democracia somos partícipes, en términos de gobernabilidad, de un espectáculo que, en lo social, económico y político, constituye una vergüenza para el país. ¿Cómo explicar que ello ocurriera en nuestras narices y sin darnos cuenta, siendo seres sociales? ¿Cómo dejamos de entender que el individuo, además de ser un animal social, es animal racional? Aristóteles, en su época, advertía que el hombre necesita de la vida social en un escenario de justicia, y que su naturaleza racional lo empuja a buscar lo justo como una virtud social. Aunque todos los hombres son sociales y racionales, no todos los seres humanos son ciudadanos. Estos últimos son individuos que participan del gobierno y de la justicia; es decir, son personas que intervienen en la vida política del país.
En nuestro caso, la contribución en política vía los partidos se fue deteriorando paulatinamente desde los años setenta. Las banderas de reivindicación que caracterizaban y constituían la esencia de las organizaciones políticas fueron arriadas por “extraños” a la causa: a los denominados “de izquierda”, les fue arrebatada por Velasco (1968) con las reformas agraria, educativa e industrial; mientras a los de derecha, Fujimori (1990) “les tomó ventaja” al asumir el neoliberalismo como fundamento del desarrollo nacional.
Llevamos medio siglo de languidecimiento, frustración y oportunismo de quienes participaron en política, e inexperiencia en los hoy cincuentones que aprendieron a vivir sin mayor interés social, buscando en su mayoría “oportunidades” para sobrevivir. Ellos constituyeron el escenario adecuado para que la corrupción fuese sembrada, creciera y diera sus frutos.
Partidos políticos no renovados, poderes del Estado debilitados, ausencia de grupos pensantes y comprometidos con el desarrollo del país, incremento de la ilegalidad, narcotráfico e inseguridad, silencio comprometido de sectores de la prensa, ONG subordinadas y grupos intelectuales oportunistas al acecho del poder, constituyeron la materia prima de las hoy averiadas marionetas de Odebrecht. marionetas que, en un escenario circense, pretenden vendernos el cuento de un futuro mejor a cambio de que se olvide sus responsabilidades, tratando de despacharnos la famélica idea del adelanto de elecciones como sinónimo de perfección.
En esta atmósfera de confusión, difícil de por sí, para frenar el avance del desorden, la manipulación y la anarquía en curso, necesitamos superar el silencio cómplice y la inacción, y afirmarnos en el respeto a la Constitución, la defensa del Estado de derecho y el compromiso por fortalecer la democracia. Vale decir, intervenir activamente en la vida política del país, ejercitando nuestros derechos ciudadanos.
COMENTARIOS