Heriberto Bustos
La resignación y el silencio no tienen cabida
Para no estar a contracorriente de los destinos e intereses del Perú

Llevamos cerca de un mes y las protestas sureñas en torno a Tía María se mantienen sin una clara respuesta por parte del Ejecutivo. A pesar de ello, y en un escenario de diferencias en términos de objetivos políticos económicos y sociales, emerge un punto de coincidencia: la demanda de empresarios, autoridades, pobladores y activistas a las instancias correspondientes para la inmediata solución del problema, pues demoras de esta naturaleza frenan las inversiones, generan inseguridad de diverso tipo, y dañan estructuralmente a las instituciones democráticas y emocionalmente a las personas.
En este contexto, se viene operando en términos económico-sociales, una especie de focalización del conflicto: el inicial “contagio” a otras regiones, no obstante haber evidenciado la gestación y crecimiento de posiciones antimineras —promovidas por organizaciones civiles y políticas contrarias, sin saber por qué— y al modelo económico imperante en el país, no tuvo mayor trascendencia. A nivel de la confrontación política Ejecutivo-Legistativo, forzado por la necesidad de diálogo y el respeto a la Constitución, pareciera estar disminuyendo la obstinación por el adelanto de elecciones.
Completa el escenario, en el ámbito jurídico, el cada vez más insostenible acuerdo de la Fiscalía y la Procuraduría con la mafia de Odebrecht: el acogimiento a la figura de colaboradores eficaces de los Graña, socios de Odebrecht en el Perú, pondría en peligro la tranquilidad de muchos ex ministros, funcionarios allegados a ellos y miembros del Club de la Construcción, aclarando a la vez el enrarecido escenario del accionar virginal de los fiscales y prensa comprometida con la defensa y apañamiento de la corrupción.
La actual coyuntura política permite visualizar el verdadero trasfondo económico, social y político de las engañosas confrontaciones con las que fuera confundida la población. Que el país requiere reformas políticas, institucionales e incluso organizativas, es objetivamente real, pero que ellas se azucen en circunstancias de esclarecimiento y lucha contra la corrupción imperante en los distintos niveles públicos, privados y personales, resulta una ingenuidad o una farsa. Sin embargo, no olvidemos que la porfía aún aplaudida puede llevarnos al infortunio.
Debemos asumir que no se trata de una confrontación entre izquierdas y derechas, tampoco de defensa de los amigos, compañeros, correligionarios, hermanos, compatriotas, camaradas, et. etc., sino de la ubicación que asumimos como personas en la lucha contra la corrupción. Si somos conscientes de lo que viene ocurriendo y optamos por permanecer al margen, manteniéndonos disimuladamente en el lugar donde los beneficios individuales son mayores, estamos a contracorriente de los destinos e intereses del Perú.
En los momentos actuales, la resignación pragmática (silencio y aceptación) con que muchos actuamos constituye una debilidad ética que necesita ser revertida. En ese sentido necesitamos primero renunciar a ser manipulados; es decir, informarnos, analizar las circunstancias y tomarnos el tiempo necesario para responder. Luego, frente a esos sucesos que vienen destruyendo al país y, por tanto, a quienes vivimos en él, tomar una actitud proactiva, ejerciendo responsablemente nuestros deberes y “contagiando” a quienes nos rodean con ejemplos decentes. Hoy en el Perú, la resignación y el silencio no tienen cabida.
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