Jorge Varela
La nueva izquierda radical
Una alternativa peor a lo ya conocido

Después del derrumbe del régimen comunista que imperaba en la URSS y en los países de Europa Oriental, y del abandono por parte de China de la escuela económica marxista tradicional (y su adscripción a un sistema de mercado híbrido con olor y sabor a neocapitalismo que convive a placer con el centralismo político) la primera pregunta que surge es: ¿cómo se explica la supervivencia de una idea cuyos estertores resultan evidentes? Es oportuno constatar que en aquellos países donde aún rige un comunismo ortodoxo de tipo residual –como Cuba, Venezuela o Etiopía– subsiste un estado de opresión y miseria, signo indeleble del totalitarismo y de la obsoleta planificación marxista.
El cuestionamiento no es menor. ¿Cómo se entiende que quienes se declaran comunistas –viejos o jóvenes– no sean capaces de dar un argumento racional que les permita justificar la tremenda contradicción entre sus convicciones y el gran fracaso de lo que se supone es para ellos el único modelo válido para construir una nueva sociedad?
El viejo y negativo mensaje comunista
Muchos de los comunistas que han disfrutado del poder y otros que aún circulan por los pasillos interiores del mismo (o deambulan ‘montados a caballo’ por accesos cercanos, plazas y orillas diversas, asumiendo su condición de tales u ocultando su identidad), persisten en difundir engaños aprendidos, mediante mentiras, evasivas y falsedades. En opinión de Gabriel Tortella, economista e historiador español, la única explicación consistente es que el viejo mensaje comunista se funda en una ideología de índole oscura y negativa, “una fachada que esconde un sentimiento de puro rechazo a la sociedad capitalista. Esta fachada se ha venido abajo y lo único que queda en pie es lo único verdadero y auténtico de la extrema izquierda: un repudio instintivo, atávico, total y totalitario, de la sociedad desarrollada en que vive una parte grande y creciente de la humanidad” (¿“Es posible otra izquierda?”, El Mundo, España, 10 de abril de 2021).
La nueva izquierda radical
En un escenario como el descrito, la denominada nueva izquierda ha acumulado la odiosidad suficiente para echar abajo los pilares del modelo vigente: la democracia, el Estado de derecho, la convivencia civilizada, la libertad social, el dinamismo del aparato económico, el acervo cultural histórico. Ocurre que esta izquierda radicalizada, jactanciosa de las soluciones que propone, es demasiado hábil en su afán perverso de demoler con rabia lo que se opone a su avance. Este utopismo irreflexivo y funesto (antisistema, anticapitalista) es impulsado por ideólogos e intelectuales que ven en los excluidos una base social fértil que puede, en circunstancias propicias, llevarlos al poder.
Uno de los mayores riesgos que presenta la irrupción de experimentos como el del Frente Amplio chileno o el de Perú Libre y otros, es que la inconsciencia política, más el estado anémico del socialismo democrático, abra paso a la consolidación de una izquierda radical que repudie a los moderados y los divida, algo que ya está aconteciendo en esta parte del cono sur.
El trayecto hasta ahora recorrido por ella y la peligrosa irracionalidad de sus consignas y acciones directas, anticipan un horizonte caótico, pues estas son la proyección de un preámbulo atentatorio contra el progreso y futuro bienestar de los integrantes de toda una comunidad nacional. El destino final de esta praxis se presiente y está demasiado claro; en algunos países ya comenzó o se acerca (Perú y Chile son dos ejemplos).
¿Qué hacer?
La sociedad latinoamericana necesita de partidos que afronten con honestidad cuestiones tan importantes como la injusta distribución de la renta y el cúmulo de desigualdades sociales; el término de los monopolios que asfixian a la sociedad y al mercado; la reforma de la educación, no en beneficio exclusivo de los sindicatos de profesores, sino de toda la sociedad en su conjunto; la falta de viviendas; las deficiencias sanitarias. También se requiere un cambio profundo a la legislación que regula la naturaleza y funcionamiento de los órganos políticos y del sistema electoral.
Las sociedades latinoamericanas –entre ellas la peruana y la chilena– necesitan de partidos políticos que se preocupen de las verdaderas demandas de todos los componentes del cuerpo social y no den cabida a los intereses oportunistas de sus dirigentes.
Por eso, si se considera que la dicotomía derecha-izquierda tiene cada día menos trascendencia y sentido profundo, la forma de enfrentar y mantener a raya a las nuevas izquierdas es acordar –a través de un amplio consenso social– una auténtica alianza socialdemócrata de izquierda racional y moderada que lleve a cabo políticas concretas de justicia e igualdad social, de lucha contra la exclusión social y la cesantía.
La desesperanza de una alternativa socialdemócrata
El denominado socialismo democrático, que pretendió en el curso del siglo XX humanizar al modelo capitalista (adaptándolo y reformándolo) pareció convertirse en la gran alternativa al marxismo ortodoxo; pero el tiempo se ha encargado de demostrar lo contrario. La opción socialista democrática se encuentra a punto de la decadencia en Europa Occidental y también en América Latina.
La falta de perspectivas y de claridad estratégica de sus dirigentes, ha colocado a esta ‘tercera vía’ en minoría en el Reino Unido y Alemania; y ha debido sufrir zozobras en Italia y Francia, a pesar de una historia de logros y de haber alcanzado varios objetivos. A su turno, en España el Partido Socialista Obrero (PSOE) carece de un programa y una conducción sólida, situación que está siendo utilizada con astucia por los aliados radicales de Podemos. Algo parecido ha ocurrido y está ocurriendo en países de nuestra América. El añoso socialismo chileno se ha convertido en un partido vacío, desorientado y sin programa. En Perú acaba de quedar sin representación parlamentaria el Partido Popular Cristiano, un golpe duro que afortunadamente no conoció en vida su gran fundador, Luis Bedoya Reyes.
¿Es posible que aparezca una coalición o alianza de naturaleza semejante (democrática, progresista, moderada, orientada a la consecución del bien común) en los dos últimos países mencionados? Parece que no, pero apostaría para que ella fuera una pronta y luminosa realidad.
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