Jorge Varela
La granja-estadio está revuelta
Un barrismo social disruptivo

Ahora que en Chile la carrera presidencial se ha desatado con intensidad y comienzan a aparecer figuras reconocidas del rígido y poco seductor espectro político, es posible dibujar algunos trazos que permitan aproximarse al reflejo todavía poco claro de un paisaje pre-electoral correspondiente a una realidad semoviente que está en sus primeras etapas. A veces existe la sensación de que se ha iniciado algo similar a una competencia deportiva trascendente, de esas de ‘campanillas’, motivo por el cual es inevitable bosquejar un paralelo entre ambos torneos. Pero es una sensación fugaz, demasiado fugaz.
Campos de juego, equipos y jugadores
Demos entonces, el primer puntapié analítico. En el lado derecho del estadio se divisa hasta el instante, la participación de una jugadora de aspecto duro con notorias dificultades para desplazarse por su propia área y de dos ganosos postulantes que no muestran voluntad de conformar un gran y poderoso equipo disciplinado. Incluso es probable que ingresen otros atletas menos diestros para obtener un desenlace positivo, como consecuencia del desempeño caótico de quien no ha mantenido una mesura democrática elemental.
En el lado izquierdo donde pareciera haberse definido una estrategia distinta, se ve desde la tribuna a tres exponentes de sexo femenino y a dos varones, en tanto no se cierra el plazo de nuevas contrataciones. Se percibe, eso sí, cierto nerviosismo e inusitada premura en sacar toda la mejor carne del refrigerador, antes que se pudra y se frustre la victoria. En este sector todavía hay quienes esperan que aparezca una mami protectora que pueda cobijar a polluelas y polluelos debiluchos en un único gallinero oficial.
Mientras tanto, en una cancha cercana se observa cierta actividad debido al despliegue de algunos ex-jugadores pertenecientes a equipos que suelen jugar en series inferiores, dos de los cuales se resisten a aceptar su condición de viejos cracks en decadencia, e insisten en reingresar a camarines y seguir ocupando un espacio en la banca ciudadana que ya no soporta más carga. Estos ‘troncos porfiados’ que parecieran ser habilidosos con el balón, no entienden aún la importancia que tiene el juego colectivo, pues solo les interesa el lucimiento personal. Cero solidaridad con el equipo, cero respeto por la hinchada, cero espíritu deportivo.
Esperanzas necias
Algunos de estos pseudo-cracks, que también pueden entrar en la categoría de viejos, se han devaluado al perder aptitud física a causa del desgaste muscular, de lesiones traumáticas que pretenden ocultar, o simplemente debido al transcurso del tiempo. La mayoría de ellos están convencidos de que mediante un buen manager podrían acceder a un puesto clave en clubes grandes y de este modo llenar nuevamente los vacíos materiales de su bolso, engañando a directores técnicos, a dirigentes, a periodistas especializados y a tantos hinchas nostálgicos (ciudadanos electores); estos últimos siempre dispuestos a seguir cantando y gritando apoyos y apodos, a cambio de un ticked, una selfie o un autógrafo del ídolo en decadencia.
Esta relación tóxica ha sido fatal para el destino de la actividad, para los mismos involucrados y para la institucionalidad del Estado.
Barrismo social disruptivo
No hay que sorprenderse si en tribunas y galerías miles de hinchas integrantes o seguidores de las ‘barras bravas’ apadrinadas por dirigentes obsecuentes, -junto a la tolerancia de autoridades timoratas-, se empecinan en incendiar el campo de juego, agredir violentamente al adversario y generar caos urbano, alterando el orden público y el desarrollo de otras actividades ciudadanas. De esta manera descargan esa rabia acumulada que sienten cuando el delantero de su club favorito pierde un penal o el árbitro les anula un gol y su equipo es derrotado, queriendo olvidarse de sus miserias, de su condición social, de sus frustraciones individuales, de su destino gris sin luz. ¡Ardan las calles!, es la consigna.
El presidente Gabriel Boric aludía, siendo diputado, al fenómeno de lo que denominó “barrismo social y comunitario”. ¿Qué hay tras este lenguaje? ¿Una forma de participación de la plebe en acción?, como indica Álvaro García Linera en el texto de “La democracia como agravio”.
El barrismo social que actúa en carácter de movimiento social disruptivo es una verdadera estructura molecular movilizada que bajo las órdenes de jefes irracionales, marcha, agrede, destruye y amenaza la paz. Este barrismo, refugio predilecto del sicariato, se ha convertido en un nido de ratas dispuestas a arrasar.
¿Y la hinchada pura y fiel dónde está? ¿Viendo por televisión los desmanes? ¿Todavía sobreviven aquellos hinchas sanos de antaño?
Adentro y afuera de los estadios se está viviendo un ambiente convulso y violento, donde el riesgo de perder la vida se ha convertido en parte del juego. Si el Estado no es capaz de parar esta violencia, habrá que dudar de la eficacia de la fuerza pública, de la inteligencia ágil de los poderes establecidos constitucionalmente y de la razón de ser de las instituciones que componen la estructura básica de él.
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