Hugo Neira

Huaca: el lugar de la potencia

No solo señala un lugar religioso, sino también urbano

Huaca: el lugar de la potencia
Hugo Neira
15 de septiembre del 2025

 

¿Quién en el Perú no conoce las huacas? Decir lo que son puede parecer algo banal. Solo monumento arqueológico, recinto, sitio, lugar turístico? Algunas son más conocidas que otras, como las huacas del Sol y de la Luna en la costa norte del Perú, a pocos kilómetros de Trujillo. O las piramidales de la cultura Moche, o la huaca Pucllana, en Miraflores. Cuando son muchas, se habla de un complejo arqueológico. Se las ha declarado patrimonio cultural de la humanidad por la UNESCO, lo que no quita que muchas están abandonadas, otras en escombro. O sean víctimas de negocios inmobiliarios o invadidas por pobladores. Existe un archivo histórico logrado por la aerofotografía. Tan solo Lima tiene inventariadas unas 300 huacas pero hasta el momento en que se escriben estas páginas, se ignora la cifra total. La idea de que es un lugar con poderes sacros o, dicho de otra manera, que sea un lugar habitado por alguna forma de espiritualidad —la que mereció ofrendas especiales y sacrificios—, es la razón por la cual la tomamos en cuenta. En las más viejas fuentes, wak’a es el lugar de la potencia. 

Duviols establece los sucesivos significados del concepto. Diacrónicamente, en 1560 es solo un templo o ídolo (Santo Tomás). Es ídolo y divinidad en Garcilaso, de forma humana, o animal como la llama, o de montañas, en Bertonio (1612). Son tan numerosas que arrancan esta opinión del cronista Pedro Cieza de León: “Mucha tierra está perdida, enterrada en sepulturas de reyes y caciques”. Los españoles las perciben como sepulturas de dignatarios indígenas, y plenas de objetos preciosos. Como es natural pensar, eso —los tesoros prehispánicos enterrados— produjo el interés de la fiscalidad y el control regio de los mismos, como lo ha estudiado Miguel Luque Talaván: hubo “libros de huacas” en el periodo virreinal. Las excavaciones ilícitas arrancan pues del periodo colonial, y preocupan al jurista Juan de Solárzano Pereyra: “(…) de los tesoros, huacas y enterramientos, y si es lícito cavarlos por esta causa”. En fin, resulta evidente que el tema de las huacas cobra importancia cuando las misiones religiosas ven en ellas un lugar que permite la permanencia de la religión originaria. El culto a las huacas es tratado, como se sabe, como idolatría, y en tanto que ritual, culto y santuario y costumbre, el concepto de huaca los evoca.

¿Las huacas podían transmitir sus poderes a la población indígena y conducirla a la rebelión? Es tiempo de recordar el Taki Unquy (1564-1572), movimiento indígena casi inmediato a la invasión conquistadora, ignorado por la historiografía peruana hasta que lo rescata Luis Millones en 1964. Fue una rebelión muy singular. Por una parte se expresaba con danzas y música, y por la otra, sus seguidores la vivieron como transferencia al cuerpo del creyente del poder de las huacas. La creencia no estaba lejos de las prácticas religiosas atribuidas a los antiguos Incas, la de insuflar poder en diversos recipientes, un vegetal, unos restos, una estatua; el Inca podía transferir potencia a un cuerpo humano, a un lugar, es decir a una huaca, y esta, lógicamente, la hacía circular como un soplo sagrado en los nuevos adeptos. El Taki Unquy, posesión y a la vez insurrección del baile, no llegó a expulsar el culto cristiano introducido en los Andes. Pero en todo el periodo español del Perú virreinal, a las huacas se las vio como el origen de los cultos insurrectos.

La categoría de huaca trasciende su sentido de antiguo lugar de culto. No solo señala un lugar religioso sino urbano. Capitales políticas de civilizaciones como la mochica, o centro administrativos. Lima, la capital, fue fundada sobre diversos asentamientos y curacazgos. No es el único lugar extensamente ocupado por huacas. Si nos situamos en el complejo del Brujo, necrópolis mochica cerca de Trujillo, podríamos apreciar un horizonte de construcciones semienterradas, un campo de huacas. Y el sentido de huaca no concluye ahí. Las huacas no eran tan sedentarias, ni únicamente un lugar.

Duviols observa algo sutil, cómo los textos españoles rara vez aplican la palabra huaca a los dioses mayores de los Incas, al templo de Viracocha, el Sol y la Luna, y a algunos lugares con cadáveres sagrados; en cambio, el Manuscrito de Huarochirí, escrito en el XVII, designa como huacas a Cuniraya Viracocha, Pachacamac y Pariacaca. Esa mención no es solo topográfica, sino que extiende el concepto de huaca a transformaciones y metamorfosis de las potencias antiguas, capaces de multiplicarse y tomar forma humana. La concepción de la huaca como templo o lugar sagrado de los antiguos peruanos es republicana y finalmente, muy reciente. Pero incompleta. 

La idea de huaca como lugar o ruina histórica es una reducción. Huaca es en el origen “una presencia, una fuerza, y a la vez un receptáculo” (Duviols). ¿En qué momento el concepto solamente señala un lugar? En este punto, la contribución de Carlos Araníbar es decisiva. El origen de la tergiversación está en el cronista Gómara: “guacas, así llaman a los ídolos”. El cronista predilecto de la versión oficial española de los hechos, y que nunca pisó tierra peruana. “La ambigua lección dio pie —dice Araníbar— a un giro semántico, dejó de ser el dios, pasó a mentar ídolo y adoratorio y al fin solo el lugar”. Para Juan de Santa Cruz, no el dios sino la potencia, un sacerdote —Pachacamac— quien llevaba sobre los hombros el camac andante. Y esto, en plena instalación del poder religioso virreinal. 

Huaca es entonces donde se adora y profetiza y el camac anima. Por eso era sagrada, no por la construcción misma, por la camasca que la habita, el contenido. El concepto forma parte de un circuito de lo sacro, camac el soplo, huaca el santuario, pacarina el punto de partida, ayllu la comunidad de familias, los ceques, líneas teóricas —tan visibles como nuestros paralelos y meridianos— que irradiaban sobre los Andes a partir del templo cusqueño de Coricancha. Unas 41 líneas estudiadas por Zuidema, suerte de calendario y distribución del espacio del Tawantinsuyu en tanto que cáliz terráqueo por igual político —el Cusco al centro— como astronómico y de culto. El poder real y el profético. 

Pero el turismo hace que la Kodak derrote al Inkari.

Texto extraído de mi libro Civilizaciones comparadas, Cauces Editores / Fundación BBVA Continental, Lima, 2015, pp. 117-119.

Hugo Neira
15 de septiembre del 2025

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