Mariana de los Ríos
Emilia Pérez: una fallida ópera rock
Crítica de la película nominada a 13 premios Oscar

La ópera rock cinematográfica ha sido, desde sus inicios, un terreno de experimentación radical en el que los excesos, la teatralidad y la transgresión han dado lugar a algunas de las piezas más extrañas del cine musical. Desde la transformación de un hombre ciego, sordo y mudo en un líder espiritual, en Tommy (1975), hasta la frialdad conceptual de Annette (2021), pasando por la irreverente celebración del camp en The Rocky Horror Picture Show (1975) o la parodia operística del Phantom of the Paradise (1974), estas obras han combinado la narrativa fragmentada, el grotesco visual y la energía musical con una exploración de la identidad y la alienación. En este linaje se inscribe, no sabemos si intencionalmente, Emilia Pérez, la película musical dirigida por Jacques Audiard (París, 1952), que acaba de hacer historia al obtener 13 nominaciones a premios Oscar, entre ellos los principales: mejor película, mejor director, mejor fotografía, mejor guion adaptado, etc.
Desde su premisa, la película se lanza a una ficción extrema: un temido capo del narcotráfico mexicano, Manitas del Monte (interpretado por la española Karla Sofía Gascón), decide desaparecer para siempre y renacer como Emilia Pérez. Para ello, contrata a Rita (Zoe Saldaña), una abogada desencantada, quien se convierte en la arquitecta de su transformación. Lo que sigue es una sucesión de escenas en las que el melodrama se entrelaza con números musicales de una cursilería a ratos desconcertante, que remiten tanto al Broadway clásico como a una versión estilizada del kitsch almodovariano.
Sin embargo, el problema central de Emilia Pérez no es su osadía temática o su apuesta por el musical, sino su incapacidad para unificar sus elementos en una propuesta coherente. Audiard parece debatirse entre el thriller de denuncia social, la fábula y la ópera rock, pero nunca encuentra un tono que haga convivir esos elementos con fluidez. A diferencia de Tommy o Annette, en los que la música es el hilo conductor que unifica los excesos visuales y la narrativa fragmentada, en Emilia Pérez los números musicales parecen insertados más como un recurso de distanciamiento que como un verdadero motor expresivo. Los momentos de canto, en lugar de potenciar la emoción o la psicología de los personajes, a menudo interrumpen el ritmo o resultan involuntariamente cómicos, especialmente por las pésimas performances vocales de algunos de los protagonistas.
La artificialidad de la propuesta se hace aún más evidente en su tratamiento de los personajes. Emilia, pese a ser el centro de la historia, se siente más como un concepto –una mujer que busca redimirse de su pasado sangriento– que como una persona real. Esa falta de profundidad emocional deja un vacío difícil de llenar, que resulta más notorio por la pobre actuación de Gascón. Y más superficial y esquemático, rozando lo caricaturesco, resulta el retrato de la sociedad y la cultura mexicana; desde la violencia de los narcotraficantes y la búsqueda de los “desaparecidos” hasta la religiosidad popular.
Mientras que momentos como la falsa "muerte" de Manitas y el renacimiento de Emilia poseen una grandilocuencia que podría inscribirse en la mejor tradición de la ópera rock, otros segmentos parecen más bien una parodia involuntaria. La decisión de hacer que Emilia regrese con su familia disfrazada de "prima" de su antiguo yo la convierte en una versión gangsteril de Mrs. Doubtfire, desdibujando la fuerza simbólica de su transformación. Y el trágico y efectista final, con el retorno de Emilia a sus orígenes violentos, borra de golpe todo el proceso de redención del personaje.
A pesar de sus defectos, Emilia Pérez no carece de interés, aunque se siente siempre, especialmente a partir de la mitad de la historia, como un experimento fallido. Audiard ha intentado llevar la ópera rock a un nuevo territorio, mezclándola con el melodrama social y la crítica al crimen organizado; pero la estética exagerada, la narrativa inverosímil, la superficialidad y el tono errático hacen que el experimento fracase estrepitosamente.
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