Mariana de los Ríos

El brutalista: la arquitectura del desarraigo

Con diez nominaciones, es una de las grandes protagonistas de la ceremonia del Oscar 2025

El brutalista: la arquitectura del desarraigo
Mariana de los Ríos
25 de febrero del 2025


El cine de Brady Corbet (Arizona, 1988) se ha caracterizado por su ambición desmesurada, y
El brutalista no es la excepción. Con una duración de más de tres horas, esta película es un ejercicio estilístico que busca capturar la complejidad de la experiencia migratoria, el trauma del Holocausto y la naturaleza ambigua del éxito en el contexto estadounidense. A través de la historia del arquitecto húngaro László Tóth, interpretado con sobriedad por Adrien Brody (Nueva York, 1973), Corbet construye una narración que oscila entre el drama personal, la exploración sobre la naturaleza del arte y el proceso de asimilación social.

Desde su deslumbrante secuencia inicial, en Ellis Island, donde la imponente Estatua de la Libertad aparece invertida, la película establece un tono de desorientación y desencanto. El sueño americano, lejos de ser un refugio seguro, se revela como una serie de compromisos forzados y humillaciones veladas. László, aclamado en Europa, se encuentra en Estados Unidos con un mundo que lo tolera a regañadientes, dispuesto a explotarlo siempre que se ajuste a su molde. La relación entre él y la familia Van Buren, especialmente con Harrison Lee (un excepcional Guy Pearce) y su hijo Harry (Joe Alwyn), refleja esta dinámica: una mezcla de admiración y dominación, en la que el talento del inmigrante solo es valioso en la medida en que sirva a los intereses de los poderosos.

El brutalismo arquitectónico, con su estética austera y su funcionalidad implacable, se convierte en una metáfora del viaje de László. Sus construcciones son testimonios de su pasado y su resistencia, pero también cárceles simbólicas que lo encierran en un papel predefinido. El edificio que erige en Pensilvania, financiado por los Van Buren, es una manifestación de esta paradoja: un monumento a su propio sufrimiento, malinterpretado por quienes lo encargan. La cinta sugiere que el arte, cuando es instrumentalizado por el poder, corre el riesgo de ser una forma más de encarcelamiento, un recordatorio perpetuo del precio de la asimilación.

Corbet y su coguionista Mona Fastvold dividen la historia en tres actos y un epílogo, abarcando varias décadas y ofreciendo un retrato matizado de la evolución de László. La primera mitad de la película es su punto más fuerte, marcada por una energía visual vibrante y una narración ágil que captura la lucha del protagonista por establecerse. Las decisiones estéticas, como el uso del formato VistaVision y la partitura disonante de Daniel Blumberg, refuerzan la sensación de monumentalidad y desarraigo. Sin embargo, la segunda mitad pierde parte de su ímpetu inicial. La película se vuelve más convencional en su desarrollo narrativo, confiando en convenciones melodramáticas que restan fuerza a su discurso inicial.

Uno de los aspectos más problemáticos de El brutalista es su manejo de ciertos personajes secundarios. El papel de Isaach de Bankolé como Gordon, un padre soltero afroamericano que establece un vínculo con László, parece diseñado para resaltar la compasión del protagonista sin desarrollar una identidad propia. Del mismo modo, la dinámica entre László y su esposa Erzsébet (Felicity Jones) no alcanza la profundidad que sugiere su premisa. Erzsébet, al igual que otros personajes femeninos en la película, queda relegada a un papel de apoyo, lo que contrasta con la complejidad con la que se exploran los conflictos del protagonista masculino.

A pesar de estos problemas, El brutalista es una obra que deja una impresión duradera. Su exploración de la asimilación como un proceso de servidumbre disfrazada de oportunidad es contundente, y su representación del arte como un espacio de resistencia, aunque ambigua, es fascinante. Corbet no ofrece respuestas fáciles: la película cuestiona si el éxito de László es realmente una victoria o simplemente otra forma de opresión. En su escena final, cuando el arquitecto recibe un homenaje tardío por su obra, la película deja en el aire una pregunta: ¿ha valido la pena el sacrificio?

El brutalista es una película imperfecta pero ambiciosa, una meditación sobre el precio del reconocimiento y la fragilidad de la identidad en un mundo que exige constante adaptación. Su grandilocuencia puede resultar agotadora, y su estructura narrativa podría haber sido más equilibrada, pero su impacto visual y temático es innegable. Corbet ha creado un filme que desafía, incomoda y, en sus mejores momentos, deslumbra.

El Brutalista tiene diez nominaciones al Oscar 2025: Mejor Película, Mejor Director (Brady Corbet), Mejor Actor (Adrien Brody), Mejor Actor de Reparto (Guy Pearce), Mejor Actriz de Reparto (Felicity Jones), Mejor Guion Original, Mejor Fotografía, Mejor Banda Sonora, Mejor Diseño de Producción y Mejor Montaje.

Mariana de los Ríos
25 de febrero del 2025

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