Heriberto Bustos
¿Destruir para construir?
En la línea de Lenin y Hitler

Cuando observamos los acontecimientos políticos que vienen ocurriendo en el país, expresados en los dimes y diretes entre subvaluados “actores”, que a manera de juego pretenden esconder sus relaciones directas o indirectas con la corrupción imperante en esferas cercanas a los poderes del Estado, resulta muy difícil prever qué vendrá, qué ocurrirá mañana.
Cumpliendo con la tarea de sembrar el desconcierto y el caos, para acompañar el ocultamiento de la verdadera causal del barullo, un conjunto de ciudadanos, sin propuestas a futuro, elevando voces congeladas en el pasado y jugando cual pequeños púberes a la destrucción de una democracia de la cual viven y a la vez reniegan, ululan: ¡que se vayan todos!, ¡que cierren el Congreso!, ¡que se adelanten las elecciones!, recurriendo a su vez, al sambenito del ¡pueblo lo pide!. En ese lance, son escoltados por las voces entusiastas, irresponsables y comprometidas de cierta prensa —aún mayoritaria— que, a manera de martirio social, pone en nuestros oídos e imaginación la necesidad insensata de destruir el país y sus instituciones para, según ellos, construir algo nuevo.
Cierto es que los cambios ocasionados en un mundo cada vez más globalizado, el adelanto de la ciencia y tecnología, al igual que las nuevas exigencias de competitividad, obligan a la realización de cambios acelerados relacionados con la economía de los pueblos. Y siendo la política clara expresión de lo económico, está presionada a innovar. En ese sentido, las mutaciones en los partidos políticos y en la propia institucionalidad democrática no pueden estar al margen, requieren ser abordados con urgencia. Sin embargo, ello de ninguna manera puede fomentarse por la vía de la improvisación; peor aún, destruyendo la democracia
Salvando distancias y respetando capacidades, no resulta difícil encontrar en la historia de la humanidad planteamientos teóricos y prácticos sobre orientaciones o acciones destinadas a la destrucción del viejo aparato del Estado burgués, por grupos que asumen representar a la mayoría de la sociedad. Recordemos opiniones como las de Lenin, que abogaba por su extinción y relevo por la dictadura del proletariado; de Hitler, que en su momento señalaba tener una misión histórica delegada por la providencia y que su cumplimiento requería asumir la fuerza, pues con humanidad y democracia nunca habían sido liberados los pueblos; del anarquismo, doctrina política que aboga por la desaparición del Estado y de sus organismos e instituciones representativas, propalada en el país por Manuel Gonzales Prada, entre otros.
El optimismo en las horas cruentas que vivimos, no debe abandonarnos; es momento de emular lo escrito por Ana Frank en su escondite de los nazis: “No abandono mis esperanzas por absurdas e irrealizables que sean. Continúo creyendo en la bondad innata del hombre. No se puede construir sobre la base de la muerte, la miseria y la confusión”. Pensando en el futuro del país, al igual que en la defensa de la democracia, jamás olvidemos que el individualismo agresivo, la obsesión por los cambios sin sentido, no cimenta el progreso. Por el contrario, lo destruye.
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