Heriberto Bustos
Crónica de un solo día
Del troleo al desorden

Luego de la acertada y legal decisión del Congreso de declarar la improcedencia del pedido de adelanto de las elecciones propuesto por el presidente Vizcarra, éste tuvo una reacción poco madura en el marco de la democracia y al estilo caprichoso de: ¡te cierro! ¡te cierro! ¡te cierro!, planteó esta vez —sabiendo que por la autonomía de los poderes del Estado resultaba inconstitucional e improcedente— cuestión de confianza frente a la elección de los miembros del Tribunal Constitucional, como pretexto para llevar adelante su obsesión.
A estas alturas, y tras largos meses de insistentes tentativas de culpar a otro poder de su inoperancia e ineficacia político-administrativo, cualquier ciudadano “con tres dedos de frente” se dará cuenta de que consuma su objetivo, mediando la mentira y utilizando, por un lado, los altavoces de una prensa cuyos dueños están embarrados y comprometidos hasta el cuello con la corrupción. Y por otro, el bullicio de un grupo de ciudadanos que han tomado por asalto instituciones estatales al mismo estilo estalinista. Viola la Constitución, pasando del troleo a provocar el desorden, anunciando sin mayor fundamento la disolución del Congreso.
Era de esperarse que como reflejo —justo tal vez— de un estado de ánimo adverso al Poder Legislativo, que las manifestaciones de apoyo a esa determinación se producirían en distintos lugares del país, testimoniando un desconocimiento de las funciones que competen a los poderes del Estado, señaladas en la Constitución Política, y el grave daño que se ocasionará a la democracia en el país.
Inmediatamente, el Congreso reaccionó ante dicha afrenta, discutiendo la suspensión, de las responsabilidades presidenciales, sustentada en la incapacidad para gobernar, asumiendo la vicepresidenta Mercedes Aráoz el cargo. Ingresamos así a un escenario complicado con dos presidentes: uno de ellos al margen de la ley por sus acciones anticonstitucionales y otra ungida en su reemplazo como expresión de la defensa del Estado de derecho.
En términos políticos se configuró una especie de empate, situación que debería ser resuelta —en tanto país democrático— en el marco de la Constitución, a través del reconocimiento de las instituciones establecidas por nuestra Carta Magna, avaladas además por los organismos internacionales correspondientes, en este caso por la Organización de Estados Americanos (OEA), tránsito señalado por la presidenta Mercedes Aráoz al asumir el cargo. No obstante ello, de manera acelerada, nombrando un nuevo presidente del Consejo de Ministros y al estilo de la “criollada”, el presidente convocó a representantes de las Fuerzas Armadas para, con su apoyo, consumar un golpe antidemocrático y perpetrar la ilegalidad.
A estas alturas la suerte del país ya está echada. Y si por el momento encandila a muchos, no descartemos insinuaciones sobre la existencia, tras ello, de fuertes intereses económicos vinculados a la corrupción, donde campea el fantasma Odebrecht.
Todos sabemos que, en un Estado de derecho, la lucha por la democracia es dura, como lo señalaba Mandela (“Ser libre no es solamente desamarrarse las propias cadenas, sino vivir en una forma que respete y mejore la libertad de los demás”). Pero tras la tormenta viene la calma. En la certeza de que los cambios en el país no deben estar reñidos con la democracia, imaginémonos los compromisos a realizar por ella.
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