César Félix Sánchez
¿Castillo caviar?
El cuestionable y polémico nuevo gabinete ministerial

Cada semana, entre los resultados de la primera vuelta y «ahorita no más», Ideele Reporteros, el tuiter progresista y muchos otros bienpensantes anunciaban la primicia: «Castillo rompe con Cerrón ya definitivamente»; «se parte la bancada de Perú Libre», etc. Pero no era más que un wishful thinking, mecanismo fundamental en la mentalidad de muchos «dignos» y que equivaldría o, mejor dicho, sería una suerte de parodia de la virtud teologal de la fe, que es la certeza de lo que no se ve. Porque luego de eso vino el gabinete Bellido, el blindaje presidencial a Maraví, etc., etc.
Hasta que La Razón el viernes 17 de septiembre anunció en portada que Castillo trabajaba en secreto un cambio de gabinete no le di mayor credibilidad a ese wishful thinking. Ahora, se ha consumado este cambio. Pero, ¿qué nos dice sobre Pedro Castillo esta circunstancia?
En primer lugar que, como dijimos en un artículo anterior, Castillo no es marxista ni cristiano, sino marxiano, de la línea del pensamiento Groucho. Castillo, a lo largo de su carrera pública, no dudó, ante audiencias del interior del país y de Lima, en rechazar la ideología de género y manifestar su oposición al matrimonio gay y al aborto, pero ahora no se le movió el sombrero ni un centímetro en juramentar a progresistas cada vez más desafiantes de sus supuestos valores más profundos. Más aún, la premier Mirtha Vásquez fue una de las propulsoras en el anterior congreso de un proyecto de ley abortista, junto con su correligionaria, y de la casi primera presidenta marxista del Perú, Rocío Silva Santisteban.
La República tituló en primera plana el día siguiente del cambio de gabinete algo así como «Castillo vuelve a tomar el mando». Más wishful thinking. En primer lugar, no sabemos si alguna vez lo tuvo. En segundo lugar, aun si admitimos la hipótesis de una ruptura real con Vladimir Cerrón, eso no significa que ahora él mande. Quizás ahora lo mande Verónika Mendoza o Pedro Francke o cualquier otro, pero dudo bastante que Castillo haya mandado, mande o vaya a mandar en algún momento a alguien. La impresión que me resulta evidente respecto de Castillo, desde los tiempos de la «parábola del pollo» hasta su gira internacional, es que se asemeja a una res nullius, a un objeto que anda suelto en el espacio, listo para ser acarreado por algún reciclador ni siquiera extraordinariamente astuto.
Dije que la ruptura con Cerrón no consta. Tampoco con los organismos de fachada seudosindicales del Movadef. Hemos pasado de un gabinete con defensores políticos de Cerrón a tener al mismísimo abogado de Cerrón y de otros personajes de Perú Libre como ministro del interior. Personaje que, además, se caracterizó por acumular un sinnúmero de sanciones durante su desempeño como oficial de la policía y que, por si fuera poco, tiene la costumbre de acompañar a una serie de personajes indeseables a los valles cocaleros a incentivar en los pobladores la desobediencia a los organismos del Estado. Por otro lado, el ministro de Educación pertenece a la misma trinchera sindical «clasista» y «combativa» de Iber Maraví. La ministra de Cultura, víctima de una atroz tragedia familiar durante el tiempo del terrorismo, parece que en su juventud tuvo cierta afición a participar en listas estudiantiles repletas de figuras de la izquierda «no electoralista» y «antirrevisionista» (léase Pukallakta y…. paremos de contar). Qué gran cambio.
En lo que respecta a la bancada, es difícil decir si ocurrirá una ruptura real, más allá de los flechazos tuiteros. Bermejo, Waldemar Cerrón e incluso Bellido pasan de denunciar una traición a señalar su deseo de colaborar y «dejar trabajar» al gabinete cada 24 horas.
La cosa más llamativa es que, como siempre, los perdedores de siempre con porcentajes ínfimos son los que acaban gobernando. Igual que con Vizcarra y Sagasti. El Frente Amplio de Mirtha Vásquez se despeñó absolutamente en las elecciones, bordeando el 1%. Juntos por el Perú de Verónika Mendoza, viniendo de un tercer puesto expectante en el 2016, pasó a ser derrotado incluso por figuras nuevas como López Aliaga hasta en su supuesto bastión de Arequipa, quedar sexto y tener una microbancada repleta de figuras extravagantes. Pero ahora son gobierno. Cosas del Perú. Los últimos dos gobiernos han tenido como ministros a cuadros explícitamente vinculados a estas fuerzas (Víctor Zamora, Oscar Ugarte, etc.) con los resultados que todos conocemos.
Parece entonces que, en una nueva traición a su electorado, Castillo se apresta a ser un Vizcarra III pero aún más degradado por su ambiente extremista y mísero intelectual y técnicamente. Pero todo está fríamente calculado. Recordemos que Mirtha Vásquez, junto con Silva Santisteban, pertenecían a la izquierda globalista que, junto con el minúsculo Partido Morado, se jugaron el todo por el todo contra la vacancia de Vizcarra. Y esta constatación nos lleva a la siguiente pregunta: ¿qué gana Castillo con este gabinete?
Una lógica meramente política nos revelaría que, en su torpeza, Castillo prefirió propiciar a una minúscula bancada caviar (Juntos por el Perú) que 1) ya lo apoyaba y 2) que no le sumaría nada en el supuesto terrorífico de que solo le queden 13 congresistas «magisteriales» luego de la supuesta ruptura con Cerrón, en lugar de hacer un gabinete directamente centrista comprometiendo a AP o APP. Ahora solo gana el apoyo de lo que algunos autistas consideran como la opinión pública: el entusiasmo de algunos tuiteros progresistas decepcionados ayer no más por el malvado Bellido. Y quizás de nuevo a La República. Nada más.
Sin descartar que sea así y que estemos ante un nuevo tropezón castillista atribuible a un nuevo Pepe Grillo caviar y torpe que lo manipula totalmente, quizás la verdad se encuentre en torno a Óscar Maúrtua de Romaña y, más allá de nuestras fronteras, en Luis Almagro, mandamás de la OEA, ministerio de colonias, como diría el Che, de los EE.UU. de Biden. Y, maravilla de las maravillas, a pesar de todas las terribles convulsiones y del repudio o indiferencia de los electores que se repite en cada elección, los mismos globalistas centroizquierdistas de siempre, que copan los gabinetes desde los tiempos de García-Sayán y Lynch, con Paniagua y Toledo respectivamente, seguirán a cargo del Perú, en alegre contubernio con izquierdistas extremistas que, en el debido momento, les darán la puñalada trapera y los tirarán por la borda. Y quizás acaben como Aleksander Kerensky, dictando clases en Columbia, y echándole la culpa de las desgracias totalitarias que ellos directamente trajeron al Perú a la «ceguera de la derecha».
Imaginar a un gatopardo de sombrero decir: «Todo tiene que cambiar para que nada cambie» sería darle un aire demasiado solemne y trágico a nuestro personaje, mucho más prosaico y cómico. Una imagen más acertada sería la de un individuo que se sacó la presidencia en una rifa, con el pequeño gran detalle de que ni siquiera compró un ticket, sino que se lo encontró en el piso.
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