Mariana de los Ríos
"Aún estoy aquí": Memoria y resistencia en el cine latinoamericano
Film brasileño obtuvo merecidamente el Oscar 2025 a Mejor Película Extranjera

En los últimos años, el cine latinoamericano ha consolidado la memoria histórica como uno de sus temas más poderosos. El triunfo de Aún estoy aquí (2024) en los Premios Óscar 2025 como Mejor Película Extranjera confirma esta tendencia y marca un hito: es la primera vez que Brasil recibe la preciada estatuilla. La obra de Walter Salles (Río de Janeiro, 1956), basada en las memorias de Marcelo Rubens Paiva, aborda uno de los episodios más dolorosos y persistentes de la región: las desapariciones forzadas durante las dictaduras militares de los años setenta. Sin embargo, más allá del relato histórico, la película se convierte en una reflexión sobre el duelo, la resistencia y el poder de la memoria para moldear nuestras vidas.
Salles, conocido por obras como Estación Central (1998) y Diarios de motocicleta (2004) invirtió siete años en el desarrollo de Aún estoy aquí, y su cercanía personal con la familia Paiva se refleja en una narrativa que equilibra la intimidad con la denuncia. Sin embargo, este enfoque hace que la película oscile entre la meticulosidad histórica y un tono excesivamente contemplativo. La primera parte del filme nos muestra la cotidianidad de los Paiva en un Brasil en el que la dictadura es una sombra latente más que una presencia avasallante. Salles introduce pequeños elementos visuales que insinúan la amenaza –un helicóptero sobrevolando una playa, un vehículo militar que atraviesa la ciudad– pero mantiene el foco en la felicidad doméstica, retratada con una nostalgia casi idílica. Este énfasis en la armonía familiar es eficaz para resaltar el contraste con la tragedia que está por llegar, pero en ocasiones se siente excesivamente prolongado, y ralentiza el desarrollo de la historia.
El punto de quiebre llega con la detención de Rubens Paiva (el padre de Marcelo), interpretado por Selton Mello. La escena de su desaparición es de una sutileza impactante: los militares irrumpen en la casa con una burocrática cortesía que solo amplifica el horror de la situación. Eunice, su esposa, interpretada magistralmente por Fernanda Torres (Río de Janeiro, 1965), les pregunta a esos militares si ya han comido, en un gesto que encapsula tanto la humanidad como la serenidad de la protagonista. A partir de ese momento, la película se convierte en un estudio sobre la resiliencia de Eunice, quien debe enfrentarse no solo a la ausencia de su esposo, sino a un aparato estatal diseñado para hacer desaparecer tanto a las personas como a la verdad sobre sus destinos.
Torres lleva sobre sus hombros el peso emocional de la película, con una actuación contenida pero profundamente conmovedora. Su Eunice no es una heroína clásica de las narrativas de resistencia, sino una madre que lucha en primer lugar para mantener a su familia unida, y solo después, casi de manera involuntaria, se convierte en una activista de los derechos humanos. Esta evolución pudo ser una de las mayores fortalezas de la película; pero Salles optó por una estructura que marca el paso del tiempo mediante elipsis y saltos temporales, lo que en algunos momentos diluye la historia.
En términos visuales, la película destaca por su sobriedad. La fotografía apela a una estética naturalista que refuerza la sensación de cotidianidad interrumpida por el horror. Sin embargo, esta misma contención visual lleva a una cierta pobreza en la puesta en escena, que por momentos parece no estar a la altura de una historia de tal intensidad emocional. Salles privilegia la continuidad visual clásica sobre experimentaciones formales, lo que hace que el filme se sienta más tradicional que otras obras recientes sobre la memoria histórica en América Latina.
Aún estoy aquí logra transmitir con contundencia el impacto de la desaparición forzada en el tejido familiar y social. A diferencia de otras películas que abordan estos temas, y que tienden a enfatizar la brutalidad del régimen dictatorial, Salles tiene aquí un enfoque más introspectivo, y explora cómo la ausencia de un ser querido se convierte en un dolor perpetuo. La película no busca generar indignación inmediata, sino una reflexión sobre la imposibilidad del olvido. En este sentido, Aún estoy aquí se sitúa más cerca de un ejercicio de memoria que de una denuncia política directa.
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