Jorge Varela
Abimael: el Mao de Perú
¿Sus secuaces todavía quieren tomar el poder?

Llevamos décadas recibiendo el influjo del maoísmo, una de esas ideas políticas oscuras y complejas del mundo contemporáneo. Comprender su historia y cómo se extendió por el planeta permite entender parte de los desafíos del presente. Después de la muerte de Mao Zedong –el Gran Timonel– en 1976, el maoísmo continuó influyendo en varios países. Por ejemplo, en Perú logró clonar un movimiento a su imagen y semejanza: Sendero Luminoso, cuya actividad terrorista desestabilizó la democracia andina durante muchos años con el fin de fundar un régimen comunista de origen campesino.
Con anterioridad, el maoísmo había logrado dar pasos en Europa occidental y en Estados Unidos, como señala el libro de Julia Lovell Maoísmo, una historia global*. Varios intelectuales europeos –Simone de Beauvoir y Jean Paul Sartre, entre otros– se convirtieron en dóciles propagandistas; así se pudo constatar en las revueltas de mayo del 68, en las que miles de jóvenes manifestantes franceses gritaron, y pintaron en las murallas, que su modelo era el maoísmo.
Maoísmo. Una historia global
La devoción por Mao se difundió en todo Occidente: había pósteres con grandes caracteres en los campus universitarios franceses; los estudiantes alemanes lucían chapas de Mao en la solapa; citas del Libro Rojo aparecían pintadas en las paredes de las aulas italianas. Pero detrás de tanta propaganda callejera había acciones más duras. Los aspirantes a revolucionarios viajaban a China o Albania para recibir adiestramiento político y militar. A partir de 1968 la Revolución Cultural maoísta inspiró al terrorismo urbano; así nacieron el Ejército Rojo en la Alemania Federal y las Brigadas Rojas en Italia, facciones que embistieron contra esas democracias que aún luchaban por consolidar sus pilares tras las secuelas del fascismo y el nazismo.
El amplio espectro del maoísmo
Una poderosa y explosiva mezcla de disciplina de partido y “revolución permanente”, sumada al culto irracional del ideario marxista-leninista, hizo del maoísmo no solo la puerta de entrada a la historia contemporánea de China, sino también una influencia clave para la insurrección, insubordinación e intolerancia globales durante los últimos noventa años. No obstante, más allá de China, la importancia de Mao y de sus ideas en la historia del ‘ultra-radicalismo’ todavía es percibida por algunos inconscientes con cierta vaguedad y displicencia, particularmente en áreas de Occidente. Para ellos, después de la discutible victoria global del capitalismo, del auge del fundamentalismo religioso y de la crisis medioambiental, la trascendencia del maoísmo ha sido en cierto sentido borrada.
Una ideología avasalladora
Inserto en el tronco marxista, el maoísmo ha seguido las pautas clásicas del comunismo a nivel mundial: supremacía de lo ideológico, preponderancia del partido, articulación pragmática total, economía planificada, prescindencia de la libertad, represión sin límites, negación de cualquier consideración moral, supresión de la religión. Sus consecuencias nefastas han sido aquellas que caracterizan a todos los regímenes comunistas: miseria, hambrunas, campos de concentración, poblaciones aterrorizadas, decenas de millones de personas muertas.
Cuando el comunismo entraba en descrédito, a finales de los sesenta, Mao supo renovar el interés de los intelectuales occidentales por esta vía marxista utópica. El Gran Carnicero les surtió de un imaginario ultra elitista, asequible solo para iniciados. Había concebido una promesa de emancipación que utilizó una y otra vez, y que él se encargó luego de reprimir a su total capricho y con violencia extrema. Lo atractivo consistía en el poder que otorgaba a intelectuales y profesores, no solo en la promesa.
Así es como el maoísmo insistió en la primacía de lo cultural y en la reeducación. Los miembros de Sendero Luminoso también las utilizaron mediante escraches y sesiones de humillación pública, semilleros de terror auténtico y de entrenamiento ideológico. Aspiraban a ‘construir pueblo’ y a hablar en su nombre; como el Gran Carnicero, se movieron entre la emancipación y el exterminio sádico y primitivo.
La Revolución Cultural
El culto a la personalidad de Mao Zedong alcanzó cotas delirantes, en una época en que la URSS había denunciado a Stalin y todo lo que oliera a brutalidad soviética. Esta reinvención del maoísmo arrasó con todo dentro y fuera de China, mientras la Guardia Roja. surgida de sus entrañas, actuó con la brutalidad de un ejército de autómatas en plena segunda mitad del siglo XX. Eran escolares y universitarios alienados que empujaban a la reeducación rural: lo mismo que harían años después los Jemeres Rojos de Pol Pot en Camboya y los senderistas en Perú.
Han transcurrido más de 60 años desde el Gran Salto Adelante a finales de los cincuenta, y 55 años de la Revolución Cultural, esa pesadilla distópica sin precedentes que significó las mayores barbaridades de la historia cercana.
Según Julia Lowell, Mao lanzó la Revolución Cultural en 1966 para militarizar a la sociedad china y erradicar la influencia soviética. Esta revolución se catapultó cuando el partido comunista chino intentó una apertura del régimen –como explicó Henry Kissinger–, pero acabó en una purga brutal liderada por Mao al verse amenazado, y se convirtió en uno de los mayores terrores practicados contra humanos.
La coartada de la ultra izquierda
El maoísmo ofreció a los comunistas disidentes y radicales un soporte ideológico para su oscuro deseo de incendiar ‘la pradera con una chispa’. En el maoísmo encontraron amplio ‘repertorio’ los rebeldes extraviados del mundo.
El naciente repudio al comunismo soviético empujó a millares de jóvenes de la Nueva Izquierda de los sesenta hacia otras visiones del marxismo, específicamente hacia aquella proveniente de la China de Mao. Como resultado de la represión rusa en Hungría y Checoslovaquia, y la guerra en Vietnam, se produjo la llamada ‘fiebre maoísta’ entre muchos occidentales. Ese maoísmo se dedicó a organizarlos en multitudinarias performances y acciones directas: ataques a personas e instituciones. Vietnam significó para los adictos al maoísmo que este se constituyera en su amada ‘ideología guerrillera’, que varios de sus seguidores siguieran también al Che como modelo inspirador y que adoptaran la lucha combatiente como forma predilecta de hacer política. En la Nueva Izquierda occidental quedó marcada la ‘idea maoísta de la revolución’. Y ella se haría a través de la educación, la cultura y los medios. Así podrían sustituir la democracia por la república popular para llegar al socialismo. Esta mentalidad aún persiste en la izquierda radical y dura.
Nankín, año 1965
A medida que el entusiasmo por la revolución de Mao arrasaba entre los delirantes de la izquierda política a escala mundial, un profesor peruano de filosofía asistía a una escuela de adiestramiento militar en Nankín. Se dice que allí conoció a Saloth Sar –conocido como Pol Pot– artífice del genocidio de millones de personas en Camboya, quien concurría a clases en la Yafeila Peixun Zhongxin (centro de entrenamiento en Pekín para revolucionarios de Asia, África y América Latina).
Abimael: el genocida y su guerra popular
“Cogimos un bolígrafo –diría Abimael Guzmán más adelante, al evocar una clase de manipulación de explosivos– y el lápiz estalló; y cuando nos sentamos, el asiento también estalló. Fue como un despliegue completo de fuegos artificiales […], perfectamente calculado para mostrarnos que cualquier cosa se podía hacer estallar si uno sabía cómo hacerlo. […] Esa escuela contribuyó mucho a mi desarrollo y marcó el comienzo de mi aprecio por el presidente Mao Zedong.”
En 1979, como líder del Partido Comunista de Perú –conocido también como Sendero Luminoso–, Abimael Guzmán se embarcó en su guerra popular maoísta, una campaña sangrienta que cobró decenas de miles de vidas en las siguientes dos décadas y representó un costo de 12 mil millones de euros.
Después de años de una guerra de guerrillas prolongada, de masacres y atentados, el ‘camarada Gonzalo’ –en un alarde maoísta final– fijó como fecha de su última ofensiva para la toma del poder el día del nonagésimo noveno cumpleaños de Mao: el 26 de diciembre de 1992. La revolución peruana, según pronosticó: “costará un millón de muertos”. Algunos entendidos auguraban que si la revolución predicada por Sendero Luminoso tenía éxito –una posibilidad real en el Perú de principios de los años noventa– sus secuelas generarían un reguero de sangre que volvería insignificante el genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos.
Ahora que ha muerto, es oportuno recordar este período oscuro de Perú que pudo ser aún mucho más duro, trágico y triste.
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